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EL FIN DE UN PAPADO

La última batalla de Benedicto XVI

El nombramiento del nuevo banquero de Dios supone la última batalla por el control del dinero entre Ratzinger y el cardenal Bertone

Benedicto XVI recibe al primer ministro italiano, Mario Monti, en la audiencia privada que mantuvieron el sábado en El Vaticano.
Benedicto XVI recibe al primer ministro italiano, Mario Monti, en la audiencia privada que mantuvieron el sábado en El Vaticano.OSSERVATORE ROMANO / HANDOUT (EFE)

Debajo de su llamativo uniforme con bandas azules y amarillas, el centenar de guardias suizos que protege al Papa —ninguno menor de 19 años ni mayor de 30— esconde una pistola semiautomática Sig-Sauer de doble acción y un adiestramiento muy severo en artes marciales. Debajo de su piadoso nombre, Instituto para las Obras de Religión, el banco del Vaticano esconde un tormentoso pasado de crímenes y conexiones con la Mafia y un presente no mucho más limpio de blanqueo de capitales. Debajo, en fin, de las bellas palabras que el secretario de Estado, monseñor Tarcisio Bertone, dirigió a Benedicto XVI durante la celebración del Miércoles de Ceniza se esconde una vieja guerra de poder llevada hasta el límite mismo de la renuncia. El nombramiento in extremis del barón Ernst Von Freyberg, caballero de la poderosa Orden de Malta y constructor de buques de guerra, como nuevo presidente del banco del Vaticano supone sin lugar a dudas el capítulo final de esa guerra. En el sagrado reino de los símbolos y la diplomacia, resulta revelador que la última decisión de Ratzinger como Papa haya sido quitarle la llave del dinero a su fraternal enemigo Bertone.

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Se trata de un auténtico ajuste de cuentas. Hace nueve meses —el 24 de mayo de 2011— fue el cardenal Bertone, de 78 años, quien se la jugó al Papa con la destitución del anterior presidente del IOR, el banquero Ettore Gotti Tedeschi. La caza de Gotti Tedeschi, amigo personal de Ratzinger, por parte de Bertone incluyó algunos episodios que reflejan muy bien la crueldad de las guerras vaticanas. El banquero, de 67 años, padre de cinco hijos, representante del Grupo Santander en Italia y miembro del Opus Dei, había llegado a la cumbre del IOR en septiembre de 2009 con el encargo de situar al banco en disposición de cumplir la normativa europea sobre blanqueo de capitales. Gotti Tedeschi se lo tomó tan en serio que empezó a colaborar con las autoridades italianas ante la sospecha de que el IOR seguía siendo una inmensa lavadora de dinero negro.

Fue su primer error. El segundo fue oponerse a los deseos de Bertone de utilizar el dinero vaticano para salvar de la quiebra el Hospital San Raffaele de Milán, fundado por el cura y médico Luigi Verzè, gran amigo de Silvio Berlusconi y de su turbia maquinaria de poder —el Vaticano apoya ahora a Mario Monti, pero durante el berlusconismo vivió años muy prósperos y felices—. El caso es que Gotti Tedeschi jugó con fuego y se quemó. La pira la preparó personalmente un misterioso personaje llamado Marco Simeon, de 33 años, dueño de una fulgurante carrera gracias a la protección, no menos misteriosa, del cardenal Tarcisio Bertone. Simeon ya aparece relacionado con negocios turbios en el informe —posteriormente filtrado entre los papales del escándalo Vatileaks— que hace llegar monseñor Carlo María Viganò a Joseph Ratzinger advirtiéndole de la corrupción creciente que golpea al Vaticano. En aquella misiva, Viganò le pedía al Papa que lo mantuviese al frente del Governatorato —el departamento que se encarga de licitaciones y abastecimientos— para frenar las prácticas ilegales, pero Bertone decidió mandarlo a Estados Unidos y Ratzinger, que dicen que lloró con aquella decisión, no fue capaz de contradecir a su secretario de Estado. Ante la posibilidad de que Gotti Tedeschi abriera a los investigadores la caja fuerte del IOR —verdadero sanctasantórum de los secretos de Italia y el Vaticano—, Marco Simeon, que ya lucía como director de la RAI Vaticano, pidió a un psicólogo que redactara un informe sobre “el comportamiento extraño” del presidente del banco. El psicólogo ni siquiera habló con Gotti Tedeschi, solo lo observó de lejos en la Navidad de 2011, pero eso fue suficiente para hacer correr entre la Curia el bulo de que el banquero había perdido el oremus y que podía meter a la Iglesia –y a Italia— en un lío si decidía revelar los nombres que se esconden tras las cuentas cifradas del banco del Vaticano.

La operación de acoso y derribo contra el anterior presidente del IOR se saldó con su despido fulminante el pasado 24 mayo, al socaire de la detención de Paolo Gabriele, el mayordomo del Papa, acusado de difundir los documentos secretos. Según la prensa italiana, Gotti Tedeschi culparía de su desgracia a una conspiración de la logia masónica Propaganda 4 o P4, de la que formaría parte Marco Simeon. Al ser preguntado por el asunto, el protegido del cardenal Bertone se limitó a decir: “No formo parte de la P4, pero la masonería es un elemento fundamental del poder en Italia”. También es dueño de una frase que resume muy bien el tablao sobre el que baila la historia en esta parte del Tíber: “ El secreto es poder y el Vaticano enseña que quien sabe no habla, y quien habla no sabe. Yo nunca digo demasiado”.

No deja de ser significativo que la operación del Papa por situar al frente del banco al barón Von Freyberg haya coincidido con la caída en desgracia del joven protegido de Bertone, descabalgado de la dirección de RAI Vaticano. Lo más llamativo de la venganza de Joseph Ratzinger —los fieles se harán cruces con la expresión, pero cómo llamarla si no— es que ha sido ejecutada en el tiempo de descuento y a la vista de todos. No es extraño que las palabras vayan por un lado y los hechos por otro, pero la operación por retomar el control del dinero de la Iglesia demasiado evidente. Aunque se haya presentado bajo un disfraz perfecto —o casi perfecto— de transparencia. Para sustituir a Gotti Tedeschi, el Vaticano contrató los servicios de una conocida agencia de cazatalentos, Spencer & Stuart, de Frankfurt. La primera selección fue de 40 candidatos, luego quedaron seis y finalmente, tres. Sobre estos tres pugnaron durante los últimos días las distintas familias vaticanas, e incluso durante la semana se dijo que el financiero belga Bernard De Corte —al parecer el candidato de Bertone— había sido el elegido. El viernes finalmente salió a la luz que no, que fue el agraciado había sido el barón Von Freyber.

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Siempre habrá maliciosos que piensen que el hecho de que el barón sea alemán, como Benedicto XVI, o caballero de la poderosa Orden de Malta, fundada en 1048 y cuya sede está en Roma, haya podido jugar de forma determinante, por encima incluso de su reconocida solvencia profesional —es abogado y dirige unos astilleros que entre sus quehaceres fabrican fragatas de guerra para Alemania—, de su manejo de cuatro idiomas o de su dedicación a las obras de caridad. También habrá quien crea que el Papa, después de haber contemplado durante casi ocho años la impúdica conexión del Vaticano con los peores exponentes de la política italiana, haya querido evitar a toda costa que sea un hombre a las órdenes del cardenal Bertone el que maneje oscuramente los dineros de la Iglesia. Siempre habrá quien sospeche que Joseph Ratzinger, en su retirada, podría haber tenido un gesto más espiritual que empeñar su último aliento como Papa en recuperar las llaves del dinero.

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