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Tribuna
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La encrucijada tunecina

En Túnez se resquebraja la coalición entre los islamistas de Ennahda y dos partidos de izquierda democrática que simbolizó el éxito de la unión revolucionaria

Túnez vive días de gran intensidad política. Se resquebraja la coalición entre los islamistas de Ennahda y dos partidos de izquierda democrática que permitió a los primeros alzarse con el poder y simbolizó el éxito de la coalición revolucionaria. El detonante de la crisis actual fue el asesinato de Chokri Belaid, un político de izquierdas muy crítico con los islamistas. La aparición del asesinato político en la convulsa transición tunecina y la inestabilidad creciente que vive el país ha levantado un coro de advertencias en Occidente: la celebrada primavera árabeestaría a punto de sucumbir a un cruel invierno islamista. Sin restar un punto de gravedad a los acontecimientos actuales, conviene no precipitarse en dar por perdida la democracia tunecina.

Hace casi cuatro décadas, las transiciones de Grecia, Portugal y España fueron el pistoletazo de salida a una auténtica fiebre de la transitología, que empezó en el mundo académico y se convirtió en la década de los noventa en actividad favorita de organizaciones internacionales, gubernamentales y no gubernamentales. Al calor de docenas de procesos de cambio y apertura en los cinco continentes, surgió una industria especialmente agradecida con los políticos jubilados, a los que brinda innumerables oportunidades de ofrecer versiones épicas de sus tiempos jóvenes en los que, con gran osadía, generosidad y visión de futuro, lograron conjurar a los fantasmas de la historia y fraguar un futuro mejor para su país. O así lo cuentan ellos. De esta manera han ido sedimentando versiones embellecidas de algunas transiciones modélicas (España, Polonia, Sudáfrica, Indonesia) basadas en la narrativa legitimadora del actual régimen democrático en esos países.

El problema de estas versiones tan parciales es que, con su foco en los grandes líderes, no solo minimizan hasta la invisibilidad el papel de los miles de personas que, arriesgándose en las calles, hicieron la transición imprescindible sino que, además, tienden a descuidar mencionar aspectos incómodos, en particular la violencia y las muertes. El resultado es que los nuevos procesos de cambio y apertura son juzgados con patrones de transición que no se corresponden con la experiencia real.

Túnez empezó su proceso de transformación política con una revolución reprimida de modo sangriento (con aproximadamente 300 muertos) y el colapso de la autoridad; sin embargo, se le comparó inmediatamente a transiciones pactadas o pacíficas en Europa, Asia y América Latina. Su evolución en estos dos años ha sido bastante menos mortífera que los años de plomo de la transición española; la economía tunecina, aunque no se ha recuperado del bache posrevolucionario, tampoco ha entrado en caída libre y remonta lentamente. El contexto político es caótico, la violencia en la calle preocupante, el panorama mediático es confuso, vuelven los abusos contra derechos y libertades civiles —un panorama bastante parecido al que vivieron docenas de países en momentos similares. Ennahda, el partido islamista que controla el Gobierno, se ha mostrado no solo ambiguo en su apego a la democracia sino, sobre todo, inepto en la gestión del consenso social, las libertades públicas, la seguridad y la economía. Tampoco esto es excepcional.

El Gobierno se muestra inepto en la gestión del consenso social, la seguridad y la economía

Sin embargo, la sociedad tunecina ha demostrado su capacidad de defender el pluralismo que obtuvo con su coraje y sangre. Las élites liberales intentan aparcar sus diferencias y unirse en una oposición más creíble; los partidos de izquierdas del Gobierno han empezado a marcar diferencias con su socio mayor, Ennahda; la clase media laica se está movilizando de nuevo. No son solo los afrancesados y las clases acomodadas los que se oponen a la hegemonía islamista. El mayor sindicato del país, la UGTT, que tuvo un papel importante desde los tiempos de la lucha anticolonial y también en la revolución democrática de 2011, no ha dudado en enfrentarse al Gobierno de Ennahda y articular una alternativa, por ejemplo, en el proceso constituyente. En algunas de las zonas más pobres del interior del país, como Sidi Bouzid, cuna de la revolución, o Siliana, las clases populares se han levantado sin miedo contra el Gobierno, sus milicias afines y las fuerzas del orden.

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Examinados contra los modelos idealizados de transiciones anteriores y contra el cliché romantizado de la mal llamada revolución de jazmín, los tunecinos lo tienen difícil para no decepcionar. Pero, a dos años de su inicio, el proceso de transformación tunecina sigue abierto y lleno de energía. La estabilidad no volverá hasta que se asiente una nueva legitimidad social y de Gobierno. De momento, el país sigue su senda pionera en el mundo árabe y su sociedad demuestra día a día que su sed de libertad anda lejos de estar saciada.

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