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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La gasolina más barata del mundo

Los enormes ingresos del petróleo compensan una economía ineficiente e intervencionista

Miguel Jiménez
Un surtidor de gasolina en una estación de Caracas.
Un surtidor de gasolina en una estación de Caracas.REUTERS

En los 14 años que ha estado Hugo Chávez en el poder, el bolívar venezolano ha perdido más del 90% de su valor mientras que el petróleo ha multiplicado por 10 su cotización. La unión de ambos factores ha supuesto que los ingresos del Estado en bolívares por cada barril de petróleo exportado se han multiplicado por 100 durante su mandato. Esa inmensa riada de dinero es el que ha permitido al Gobierno de Chávez disparar el gasto público, reducir la pobreza y el desempleo, contentar a su base electoral y mantener a flote una economía cada vez más ineficiente, en la que el control de cambios y de precios ha provocado toda clase de distorsiones, ha ahuyentado la inversión extranjera y golpeado a la industria local.

En Venezuela, echar gasolina es prácticamente gratis. El litro cuesta 0,097 bolívares, esto es, un céntimo de euro al tipo de cambio oficial y la cuarta parte al paralelo. El gasóleo cuesta la mitad. El precio se ha mantenido congelado desde 1996 en una economía con hiperinflación. Las subidas se han convertido en tabú por el recuerdo del Caracazo, la serie de protestas y disturbios en los que la brutal represión provocó cientos de muertos en 1989 cuando el Gobierno de Carlos Andrés Pérez aprobó una subida del 30% en el precio de la gasolina dentro de un paquete económico recomendado por el FMI, de esos repletos de recetas neoliberales que fracasaron estrepitosamente en el país. El precio más barato del mundo ha provocado que Venezuela, la potencia petrolera, se convierta en importador de gasolina. Las refinerías locales, antaño entre las mejores del mundo, no dan abasto ante una demanda desbocada.

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Es solo una de las paradojas de una economía llena de ellas, una economía de supuesto ideario socialista, pero en la que el consumismo y la libertad absoluta de horarios comerciales campan a sus anchas. La dialéctica antinorteamericana ha dominado el discurso de Chávez, pero Estados Unidos es su principal comprador de petróleo.

Venezuela ha llegado a tener hasta cuatro tipos de cambio para su moneda frente al dólar (el de productos básicos, el general, el de operaciones financieras y el del mercado negro). Durante años, la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el del mercado paralelo convirtió en un preciado tesoro el cupo de divisas concedido por la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) a quienes viajan al extranjero. El descontrol cambiario ha convertido a los venezolanos en turistas subvencionados. Aunque el régimen se ha ido endureciendo, hubo momentos en que el cupo en dólares permitía utilizar la mitad en viajar a Europa, Miami o la cercana Aruba y, con el resto, recuperar los bolívares gastados. Había quienes iban a los casinos de la vecina isla de Curaçao con el éxito asegurado: bastaba pagar con tarjeta de crédito las fichas al tipo de cambio oficial y cambiarlas en metálico en la ventanilla de al lado para luego vender esos dólares por el doble o el triple en el mercado paralelo venezolano, donde los dólares son como en España las drogas blandas: se penaliza el tráfico, pero no la posesión. La revolución bolivariana se adapta a los nuevos tiempos: el cupo para compras por internet ha convertido a los venezolanos en clientes privilegiados de Amazon.

El cambio oficial es de 6,3 bolívares por dólar, pero en el mercado negro se pagan hasta 26
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En la actualidad, el mercado paralelo (cuyas cotizaciones está prohibido publicar en el país) ronda los 26 bolívares por dólar, cuando el cambio oficial es de 6,3 bolívares por dólar, incluso tras la reciente devaluación. Ese control de cambios convierte en ricos al instante a quienes consiguen cupos a tipo oficial para importar. Antes, las empresas acudían a un mercado intermedio mediante títulos de deuda pública (el Sitme) que proveía de dólares al mercado, pero esa vía de escape se ha cerrado con la última devaluación, con lo que el problema se ha agravado. Antes había brotes de escasez y racionamiento de productos básicos (leche, huevos) que estaban a precios controlados (a veces por debajo del coste). Ahora la hay también de productos importados por la dificultad para conseguir dólares.

Las finanzas nunca fueron el punto fuerte de Chávez. En 2007, con el estallido de la crisis financiera, a Chávez se le ocurrió interesarse por cómo funcionaba un banco central. Y se escandalizó: "El Banco Central se convirtió en bombona de oxígeno, óiganme bien, bombona de oxígeno para muchos bancos privados y entonces el dinero de la República se viene utilizando para oxigenar bancos privados". “Voy a ponerme a estudiar todo eso”, dijo. Cortó la liquidez, ahogó a los bancos y en tres días los tipos interbancarios venezolanos se fueron al 120% antes de que el banco central volviese a funcionar como un banco central.

El control de cambios y las nacionalizaciones han ahuyentado la inversión extranjera

El estricto control de cambios ha impedido a las empresas extranjeras (entre ellas las españolas y, muy especialmente, Telefónica) repatriar sus dividendos que, atesorados en bolívares, han ido perdiendo su valor. Ese control de cambios y la arbitraria política de nacionalizaciones (que ha tenido efectos muy negativos sobre la producción) ha ahuyentado a la inversión extranjera (y, junto con la inseguridad ciudadana, al turismo). Prácticamente, solo se ha salvado el sector de hidrocarburos, cuya moneda funcional es el dólar. Como consecuencia de esas expropiaciones, Venezuela ha superado a Argentina como el país con más demandas de protección de inversiones ante el CIADI, el tribunal de arbitraje del Banco Mundial. La solución de Chávez fue marcharse de ese organismo.

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Para intentar frenar los precios, Chávez ha usado hasta el Ejército, pero sin ningún éxito. Desde que decidió “eliminar todo vestigio de autonomía del banco central”, y lanzó el bolívar fuerte, que pronto mostró su debilidad, la inflación lleva cinco años entre el 25% y el 30%, erosionando el poder adquisitivo de la población y dejando sin valor los ahorros en bolívares.

Y, pese a todas esas ineficiencias y distorsiones, la subida del petróleo ha permitido que el PIB crezca una media del 2,7% anual durante el mandato de Chávez y que la tasa de paro se haya situado en su nivel más bajo en 20 años, según datos del FMI, que lleva más de siete años sin poder analizar a fondo la economía del país ante las trabas del Gobierno de Chávez. El déficit (7,4% del PIB) y la deuda (51,3%) han empeorado, pero siguen siendo manejables.

El mayor éxito político-económico del chavismo ha sido combatir la desigualdad con programas de sanidad y educación y con subvenciones a productos básicos con los ingresos del petróleo. Ese gasto social se ha hecho en parte a costa de menores inversiones en la propia industria petrolera, que ha reducido su producción y exportaciones.

Venezuela está condenada a afrontar medidas de ajuste (entre ellas nuevas devaluaciones del bolívar, que acentuarán la inflación) si quiere que la economía se recomponga. Pero, sobre todo, la política económica del chavismo ha convertido al país en más dependiente que nunca de los precios del crudo. Mientras sigan tan altos, el modelo resistirá, con sobresaltos, todo tipo de ineficiencias. Si bajan, mostrará sus limitaciones. Tampoco con Chávez, Venezuela ha sido capaz de “sembrar el petróleo”, como pedía Arturo Uslar Pietri hace ya casi 80 años

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Sobre la firma

Miguel Jiménez
Corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactor jefe de Economía y Negocios, subdirector y director adjunto y en el diario económico Cinco Días, del que fue director.

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