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El ilusionista y el déspota

Hace 14 años Gabriel García Márquez retrató a un Chávez recién llegado a la presidencia e imaginó su futuro

Juan Cruz
Grafiti dedicado a Chávez en Ciudad de Panamá.
Grafiti dedicado a Chávez en Ciudad de Panamá.RODRIGO ARANGUA (AFP)

Escribió Gabriel García Márquez en febrero de 1999, al final de su retrato de Hugo Chávez, escrito cuando el militar acababa de ganar en las urnas la presidencia de su país: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista que podía pasar a la historia como un déspota más”.

García Márquez, que nació tal día como ayer en Aracataca (Colombia) hace 86 años, escribió esa nota después de un viaje en avión con el comandante. Ahora el final de esa historia convierte aquella disyuntiva del novelista en un epígrafe sobresaliente en la probable biografía del presidente fallecido.

Ese texto fue publicado en Colombia por Cambio. También apareció en EL PAÍS, donde colaboró el Nobel. Y ahora se encuentra en el libro Gabo periodista, publicado por el Fondo de Cultura Económica, la Fundación para el Nuevo Periodismo que Gabo fundó y preside, y la Organización Ardilla Lülle. En Gabo periodista el reportaje ha sido puesto en contexto por uno de los periodistas más respetados de Venezuela, Teodoro Petkoff, director del periódico Tal Cual.

“Es”, dice Petkoff, “la crónica de la larga conversación que sostuviera Gabo, durante horas, con el entonces recientemente elegido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en un avión que los trasladaba desde La Habana y a quien seguramente escrutaba con curiosidad de entomólogo, él, que ha tratado de cerca a varios coroneles Buendía en estas tierras nuestras”. En esa crónica, “deja colgada la pregunta de si el hombre que tenía enfrente no habría de ser, después de cuarenta años de vida democrática, otro tirano militar”.

Petkoff relaciona en esa nota otra crónica incluida por él en la citada antología: la que escribió en 1958 acerca de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez. A lo largo del tiempo, sin decirlo expresamente Gabo mantuvo “una clara postura política a favor de una concepción democrática, antidictatorial y antitotalitaria del socialismo, que es lo que encarnaba el MAS [Movimiento al Socialismo] entonces y no así la revolución cubana, que para la época ya había vendido su alma al diablo soviético”. EL MAS, dice Petkoff, era la bestia negra de Fidel Castro, amigo de Gabo. En esos cuarenta años se fue gestando “el fenómeno que cristalizó, en 1998, en la abrumadora victoria electoral de Hugo Chávez”.

La “fascinación que le produce esa estirpe, tan latinoamericana, de los caudillos” que siente García Márquez lo aproximó entonces al joven comandante. Petkoff, que había contribuido a crear el MAS y lo había abandonado por entonces, había tomado precauciones con respecto a Chávez, de modo que no le sorprendió el final de esa crónica. En su artículo el periodista escucha al presidente in pectore. De cómo fracasó su golpe del 4 de febrero de 1992 contra Carlos Andrés Pérez, de cómo lo aprovechó para hacer su primera arenga televisada, de cómo había vivido el cautiverio… “Lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata y la gracia criolla de un venezolano puro”.

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“Fue una buena experiencia de reportero en reposo”, escribió el Nobel. “A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada de él a través de los medios. Era otro Chávez”.

“¿Cuál de los dos era el real?”, se preguntó. Al final de la crónica le dio paso al escritor, que puso en juego una intuición que incitó a acentuar la duda en los lectores. “(…) me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista que podía pasar a la historia como un déspota más”.

Esa disyuntiva no tuvo nunca respuesta por parte del periodista, o, como dice Petkoff, “lo ha hecho garciamaquianamente, jamás ha dicho una sola palabra sobre Chávez en estos diez años. El silencio ha sido su respuesta”. Ni se acercó a Chávez en todo este tiempo ni fue a Venezuela. Petkoff le preguntó por qué hace unos años. La respuesta del Nobel: “No quiero que me usen”.

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