_
_
_
_
_

Venezuela tras el ‘tsunami’ bolivariano

Chávez acumuló un gran poder con el que transformó el país de arriba abajo La clase media ha resultado perjudicada por la polarización social e ideológica

Una chavista sujeta un recordatorio de Chávez mientras espera el paso del cortejo funerario hacia una academia militar en Caracas.
Una chavista sujeta un recordatorio de Chávez mientras espera el paso del cortejo funerario hacia una academia militar en Caracas. rodrigo abd (AP)

Los trazos gruesos del legado del presidente Hugo Chávez indican que su paso por el poder ha dejado a Venezuela patas arriba. Este país ha cambiado para siempre y ya el futuro dirá si esas reformas que introdujo el caudillo bolivariano serán o no provechosas para las nuevas generaciones.

Por ahora, el parte de estos 14 años del chavismo en el poder deja varias conclusiones: la economía depende mucho más de los vaivenes de la renta petrolera. Venezuela es hoy también una nación fracturada y llena de resentimientos. Chávez agitó el odio entre las clases sociales en su afán de equilibrar las diferencias entre la mayoría pobre y la élite. El comandante-presidente gobernó para la base de la pirámide y benefició con su política económica a quienes supieron relacionarse con la élite gobernante para ponerle la mano a los dólares preferenciales. ¿Los grandes damnificados? La clase media profesional que cree en el mérito y en el esfuerzo propio para generar bienestar. De acuerdo con datos del Banco Mundial, más de un millón de venezolanos había emigrado del país en 2011 en busca de horizontes más claros.

No todo prometía ser así. Cuando asumió el poder en febrero de 1999, Chávez anunció una Venezuela más inclusiva y próspera desplazando a ciertos políticos bellacos, pertenecientes al socialdemócrata Acción Democrática y el socialcristiano Copei, que habían gobernado al país entre 1958 y 1998. El país respiraba aliviado. No habría nacionalizaciones masivas, los capitales internacionales tendrían plenas garantías para instalarse en el país para generar empleo. Lo que ocurrió entonces fue un verdadero tsunami. Las urnas le dieron a Chávez carta blanca para modelar el país a su antojo: cambió la Constitución, nombró un Parlamento unicameral y se relajaron todas las formas inherentes al cargo. Chávez cantaba, hablaba largas horas en radio y televisión y hasta prometía hacerle el amor a su entonces esposa, Marísabel Rodríguez, el día de los enamorados.

Pero pronto eso no fue suficiente. Después del paro petrolero de diciembre de 2002, se impusieron restricciones a la economía mediante un control de compra y venta de divisas, fortaleció su relación con Fidel Castro y se alejó del capital privado para siempre. Chávez murió con la suya. En 2007 anunció el viraje de su revolución bolivariana hacia el socialismo y empezó a cumplir lo que auguraban sus detractores: que el comandante tenía un plan para convertir Venezuela en un remedo de la Cuba castrista. La nacionalización de los sectores considerados estratégicos por el Estado chavista —electricidad, petróleo, minería, acería y aluminio— ha dejado un parque industrial en ruinas o con servicios básicos deficitarios.

A excepción de Caracas, en Venezuela son constantes los apagones debido a la falta de inversión. En la práctica hay un racionamiento eléctrico que no generó más molestias entre la ciudadanía debido al fuerte carisma de Chávez. El presidente solía ser el dique que contenía el descontento.

Poco a poco Chávez logró imponer lo que el economista Ángel García Banchs, director de la consultora Econométrica, ha definido como una economía cortesana. Se trata de un modelo de reparto de la renta petrolera, que hoy concentra el 95% de los ingresos de los venezolanos, que exprimió a Petróleos de Venezuela, la estatal petrolera, como a una vaca lechera. “Un modelo petropopulista que hace depender al ciudadano de lo que capta el Estado generando desempleo y subempleo en una base política clientelar a través del consumo”, agrega el economista.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

No parece difícil darle la razón cuando se observan los resultados de las llamadas misiones sociales. El Gobierno ha creado con sus beneficiarios una inmensa base de datos que ha convertido en una industria electoral que siempre se movilizó, bajo coerción o por voluntad propia, para respaldar a Chávez cada vez que se presentó a elecciones. No solo la base de la pirámide social se vio recompensada y con una fuerte identidad política. La nueva burguesía apoyó al chavismo porque era una manera rápida de multiplicar sus riquezas. Los más pillos simulaban importaciones y vendían los dólares preferenciales, que hoy se cotizan a 6,30 bolívares por dólar, en el mercado negro, penado por ley en este país, hasta por cuatro veces su valor. Otros utilizaban solo parte de la moneda extranjera para importar y el resto lo acumulaban como un tesoro.

Venezuela se ha convertido en una economía de puertos donde el manirroto Estado importe casi todo. La empresa privada tradicional ha sido la gran afectada con las políticas impositivas del Estado, que pretende recortar los niveles de ganancia —ciertamente elevados— o dejarles apenas espacio para que sobrevivan en aquellos negocios en los que al Gobierno no le interesa una posición dominante.

Los resultados de esa política económica, de acuerdo con cálculos del profesor Richard Obuchi, del Centro de Políticas Públicas del Instituto de Estudios Superiores de Administración, son los siguientes: se expropiaron más de 1.000 empresas desde 2000; el Gobierno central adeuda 13.400 millones de dólares por expropiaciones; entre 2001 y 2012 el número de empleadores en Venezuela cayó en poco más de 230.000, al pasar de 635.578 a 405.000. Y en el Índice de Competividad del Foro Económico Mundial, Venezuela es cada vez más una economía menos competitiva: si en 2008 ocupaba el lugar 105 entre 142 países naciones, en 2013 ocupa el puesto 126. Si el modelo no ha fracasado es porque el precio del petróleo hizo imperceptibles todos los desequilibrios de cara al ciudadano de a pie.

Chávez llevó a niveles demenciales la polarización, la lucha de clases y la pugna con sus enemigos políticos. Al comisario Iván Simonovis, sentenciado a 30 años de prisión por las muertes de dos personas durante el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 en el centro de Caracas, se negó a darle la amnistía a pesar de las peticiones de clemencia por parte de sus familiares. En una famosa alocución televisada a todo el país, exigió 30 años de prisión para una jueza, María Lourdes Afiuni, que otorgó una medida cautelar a un banquero preso por actos de corrupción.

Chávez, con sus vulgaridades y excentricidades, se metió en la conversación de cada familia. Y despertó a una generación que era indiferente a los asuntos de la política antes de su llegada, que consideraba a la política como un oficio de pillos que solo pretendían ponerle la mano a la renta petrolera para el propio beneficio. Y puso en la palestra la crisis de las organizaciones políticas, que son incapaces, tanto en Venezuela como en el mundo, de sintonizar con los verdaderos problemas de la gente. Todo lo negativo perece frente a lo que trata de construir el Gobierno: la épica de un hombre pobre, de un cristo de los pobres que merece descansar al lado del padre de la patria Simón Bolívar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_