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EE UU considera que Maduro intenta distorsionar las elecciones venezolanas

El Gobierno de Obama vigilará la limpieza de los comicios, pero trata de mantenerse al margen de la campaña

Antonio Caño
El presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro.
El presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro.Palacio de Miraflores

Estados Unidos pretende mantenerse lo más alejado posible de las elecciones en Venezuela para evitar acusaciones, como las que ya se han producido estos días, y que el Gobierno norteamericano cree que son intentos de parte del Gobierno de Nicolás Maduro de crear confusión y distorsionar todo el proceso para hacer aparecer a los representantes de la oposición como meros servidores de Washington.

“Es evidente que las autoridades venezolanas pretenden elevar la tensión y distraer la atención antes de las elecciones”, opina un alto funcionario de la Administración estadounidense en relación con las denuncias hechas por Maduro de que la CIA provocó el cáncer que acabó con la vida de Hugo Chávez y que agentes norteamericanos habrían tratado de matar al candidato presidencial de la oposición, Henrique Capriles, para desestabilizar Venezuela.

“Son acusaciones muy extrañas y que se corresponden con esfuerzos similares hechos en el pasado por el Gobierno de Venezuela para crear un debate innecesario. Nosotros no estamos interesados en ese intercambio de acusaciones”, afirma la misma fuente. “La naturaleza, el volumen y la constancia de esas acusaciones muy extrañas indican cierta ansiedad de parte del presidente Maduro”.

Hasta ahora, EE UU ha desmentido formalmente a través de los portavoces del Departamento de Estado o de la Casa Blanca esas imputaciones, pero se ha resistido a ir más allá o a responder en el mismo tono. La Administración sí contestó a la expulsión de dos agregados militares de su embajada en Caracas con una medida idéntica contra otros dos diplomáticos venezolanos en Washington, ambos, según algunas fuentes, conectados con los servicios de inteligencia de ese país.

Desde que asumió el mando, Maduro no ha cesado en los ataques contra EE UU, en ocasiones con más agresividad y persistencia con que lo hacía el propio Chávez. A las sucesivas críticas por la supuestas injerencias en los asuntos internos venezolanos, se sumó esta semana la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, que protestó oficialmente por unas declaraciones a EL PAÍS de la secretaria de Estado adjunta para América Latina, Roberta Jacobson, en las que pedía “unas elecciones limpias y transparentes”. Como culminación de ese proceso de acusaciones contra EE UU, el ministro venezolano de Relaciones Exteriores, Elías Jaua, anunció el miércoles que su Gobierno suspendía todo tipo de contacto con Washington “hasta que EE UU aprenda a respetar la soberanía de Venezuela”.

Por lo general, la Administración norteamericana se ha mantenido al margen de esa polémica, aunque sí está algo sorprendida por la virulencia de las críticas escuchadas. Como política que se remonta a los años del Gobierno de George W. Bush, EE UU no contesta nunca a las acusaciones que formula Venezuela. Incluso ha intentado en diversas ocasiones una aproximación. La más reciente de ellas, durante las últimas semanas de la enfermedad de Chávez, cuando Jacobson conversó por teléfono con Maduro sobre la posibilidad de un acercamiento.

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Aquella gestión no sólo no dio frutos sino que, una vez desaparecido Chávez, incluso subió el tono antinorteamericano de los gobernantes venezolanos. Eso se interpreta en esta capital como una mera maniobra política del régimen, sin que despierte mayor preocupación que la molestia que supone para la actividad diplomática de EE UU en América Latina.

Venezuela no ha supuesto nunca una amenaza para seguridad nacional de EE UU ni ha sido tratado jamás como un peligro equiparable a Irán o Corea del Norte. La relación que Chávez estableció con el régimen iraní incomodó, indudablemente, a las autoridades norteamericanas, pero no hasta el punto de variar la política que se había sostenido hasta la fecha. Chávez nunca cumplió con las amenazas de cortar el suministro de petróleo a EE UU –que representa menos del 10% de la importaciones de este país- ni afectó a ningún otro aspecto verdaderamente sensible de los intereses norteamericanos.

Washington calcula en que eso seguirá siendo así con Maduro y se prepara para soportar durante algún tiempo nuevas andanadas de ataques verbales que podrían ser parte de una estrategia del nuevo presidente para consolidar su poder dentro de un régimen sacudido por la desaparición de su líder.

El primer paso de la estrategia norteamericana frente a esa realidad es el de una extrema prudencia de cara al proceso electoral. Las fuentes oficiales consultadas aseguran que la Administración de Barack Obama se mantendrá atenta a que las elecciones se desarrollen conforme a los compromisos democráticos que Venezuela ha asumido internacionalmente. “Ese es un asunto de principios”, recordaron la fuentes. Pero EE UU no tiene la intención de presionar mucho públicamente. “Este es un proceso que corresponde enteramente a los venezolanos”, añadieron.

La prudencia norteamericana ha llegado a exasperar a algunos miembros de la oposición que quisieran una posición más firme de parte de Washington. Pero el cálculo que hace la Administración es el de que cualquier paso en falso que Maduro pudiera explotar a su favor sólo serviría para perjudicar las opciones de victoria de Capriles.

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