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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La muerte de Berezovsky, el fin de una época

Con el paso del tiempo y la mengua de su fortuna, la influencia de Berezovsky en Rusia cayó

Pilar Bonet
Borís Berezovsky, en una imagen de noviembre de 1998, tomada en Moscú.
Borís Berezovsky, en una imagen de noviembre de 1998, tomada en Moscú.SERGEY CHIRIKOV (EFE)

Eran poco más de las nueve de la noche del sábado en Moscú cuando los teléfonos comenzaron a sonar. La primera llamada vino de Londres: la hija de la anfitriona de la cena llamaba para informar que Borís Berezovsky había muerto. Siguieron, las llamadas de los colegas de guardia en redacciones moscovitas.

El recuerdo del hombre que entre bastidores llegó a dirigir a Rusia en los años noventa, se apoderó de nuestra velada y esta se tiñó de una cierta melancolía. Graduado en la prestigiosa facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal de Moscú, Berezovsky trabajó en prestigiosas y sofisticadas instituciones de pronósticos y sistemas de la URSS hasta que la desintegración de este país y las privatizaciones que siguieron lo transformaron en banquero, gran ejecutivo del sector automovilístico y beneficiario del canal nacional de la televisión rusa.

Gran manipulador, a Berezovsky le gustaba estar presente en todo y sentirse como el hombre clave del Estado, ya que se asegura que fue él quien, para su propia perdición, introdujo a Vladímir Putin en el Kremlin cuando la clave del poder y la riqueza era tener amigos en el entorno del presidente Borís Yeltsin. Como vicesecretario del Consejo de Seguridad de Rusia (de octubre de 1996 a noviembre de 1997), Berezovsky se involucró en la guerra de Chechenia y no escatimaba dinero para conseguir sus fines, entre ellos la liberación de rehenes. De 1998 a 1999, fue presidente del secretariado ejecutivo de la CEI (la organización de países postsoviéticos), de donde Yeltsin le echó por excederse en su competencia. Después, fue diputado en la Duma Estatal y uno de los fundadores del partido que más tarde llegaría a ser Rusia Unida, la fuerza mayoritaria hoy en el parlamento.

Al llegar a la jefatura del Estado en 2000, Putin demostró quien era el amo del Kremlin y obligó a Berezovski a exiliarse. Desde su refugio en Londres, Berezovski financiaba proyectos contra el régimen, daba becas a las organizaciones criticas y amparaba a los adversarios de Putin. El Kremlin le pagaba con la misma moneda y, con las técnicas propagandísticas heredadas del KGB, canalizaba hacia él las sospechas por los asesinatos que causaban problemas de imagen a Putin, desde el exagente del KGB Alexander Litvinenko, hasta la periodista Anna Politkóvskaya.

La fortuna de Berezovsky, amasada gracias al petróleo, la publicidad televisiva, la venta de automóviles y hasta las misma Aeroflot, se resintió de su famoso pleito londinense contra el oligarca Román Abramovich a quien acusaba de no haberle pagado el verdadero precio de una petrolera de la que Berezovsky tuvo que desprenderse, al igual que de otros negocios en Rusia. El pleito evidenció la diferencia de estilo entre dos de los oligarcas surgidos en los febriles años noventa gracias a su habilidad para congraciarse con la familia de Yeltsin. El estilo de Abramovich es lacónico, racional y frío como el acero. El de Berezovsky era enrevesado, exuberante y, desde luego, poco comprensible para la mentalidad de un juez británico. Así era Berezovsky, bullendo en su interior, tejiendo y destejiendo esquemas, como telas de araña en las que enredaba a sus rivales, e incluso a sí mismo. Para pagar las deudas a los abogados, el oligarca exiliado vendió recientemente uno de los cuadros estrellas de su colección, un Lenin en rojo de Andy Warhol.

Con el paso del tiempo y la mengua de su fortuna, la influencia de Berezovsky en Rusia se fue debilitando y la presencia virtual que mantuvo durante los primeros años de este siglo, se difuminó. Eso le dolía. Los invitados de la cena moscovita estuvieron de acuerdo: Tal vez no le mató la ruina material, sino la ruina de sus ambiciones.

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Y para concluir la noche de un sábado gélido en la capital de Rusia, el secretario de prensa de Putin, Dmitri Peskov, dijo que, hace un par de meses, Berezovsky escribió una carta al presidente para pedirle perdón por los errores cometidos y permiso para volver a la patria. Efectivamente, la patria de Berezovsky era Rusia. En Londres, siempre fue un emigrante.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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