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Columna
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El mantra de la deuda pública

François Hollande debería defender la congelación del objetivo de reducción de deuda pública del 60% pese a la oposición de la canciller alemana

Los difíciles momentos por los que está atravesando el presidente francés pronto harán que su Gobierno recuerde al de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando estaba al final de su segundo mandato. “Se merendarán a los Gobiernos europeos”, pronosticaba François Hollande. La diferencia es que este solo está al comienzo de su mandato de cinco años. El clima político en Francia es odioso, en efecto, y está marcado por cierta forma de histeria de la oposición de derechas, que ha retomado los métodos de Nicolas Sarkozy, con la esperanza, según parece, de un pronto retorno de este último, y por la histeria también, y más virulenta aún, de la extrema izquierda, que ahora practica la injuria cotidiana, mientras el núcleo del electorado socialista duda. Este estado de cosas es doblemente injusto. Por una parte, porque la situación de Francia es, en el plano de la actividad, mejor que la de Gran Bretaña, por ejemplo, pues si en Francia hay estancamiento, al otro lado del Canal de la Mancha hay recesión. Y, por otra, porque François Hollande solo hace diez meses que ocupa el cargo y tiene que enfrentarse a una situación resultante de los diez últimos años y, sobre todo, de los cinco del mandato de Sarkozy, que dejó las cuentas en una situación muy difícil.

Y este es el contexto en el que tenemos que entender la actitud de Hollande respecto a Europa. Hace pocos días, expresaba su preocupación: “Si los europeos no vuelven a la senda del crecimiento, será imposible contener a los populismos”, pronosticaba. La actitud del presidente francés está hoy marcada por la impaciencia. No en vano, explicó que los procedimientos y los modos de decisión en el seno de la Unión Europea, en general, y de la Eurozona, en particular, son demasiado lentos y no dan ninguna visibilidad a la acción europea. Asimismo, describió la relación con Alemania como una “tensión amistosa”, sin negar que no comparte los puntos de vista de la canciller. También puso en guardia reiteradamente a los otros europeos sobre los peligros que representa una política de austeridad. Hollande diferencia el “rigor”, que él practica en Francia y estima necesario en nuestros países, de la “austeridad”, que rechaza y considera responsable de los estragos sociales y muy pronto políticos. El presidente galo se mostró inquieto ante la ascensión de una corriente auténticamente neonazi en Grecia, por ejemplo. Y, aunque mencionó a Italia, también hubiera podido referirse a Francia. Día a día observamos el incremento de la popularidad de los temas del Frente Nacional y la extrema derecha. Y, lo que es más grave, cada vez hay una mayor permeabilidad entre esa extrema derecha y la “derecha republicana” de la UMP que se disputan el antiguo primer ministro François Fillon, que intenta desmarcarse de ese ambiente deletéreo, y Jean-François Copé, que quisiera seguir los pasos de Nicolas Sarkozy. Sin embargo, Hollande no ha indicado cómo pretende ingeniárselas para modificar la posición alemana, que, hoy por hoy, está en posición de bloquear cualquier política en Europa.

Si quisiera ir más lejos, y de paso volver a ganarse a una parte de la opinión pública, Hollande debería tener el valor de poner en tela de juicio el drástico proceso de reducción de la deuda pública en el que están inmersos la mayor parte de los países de la UE. El objetivo asignado a todos ellos es el de reducir su deuda pública al 60% de su producto interior. Ahora bien, hemos visto en Grecia, verdadero laboratorio de la austeridad, que esta política no solo no ha resuelto el problema de la deuda, sino que ha hundido al país en una gravísima recesión. Por falta de crecimiento. Todos sabemos que el crecimiento es la única arma verdaderamente eficaz, por supuesto junto a las políticas de reducción del gasto público. En las condiciones actuales, y sabiendo la amenaza que puede llegar a representar para nuestras democracias el auge de los populismos, ¿no sería hora de congelar el objetivo del 60%? En otros términos, y tal vez adaptando los programas a cada país, ¿no habría que concederse algunos años, de tres a cinco, por ejemplo, para estabilizar las deudas públicas en su nivel actual? Eso permitiría que todo el mundo recuperase cierto margen de maniobra. Este no es un debate europeo. También está cada vez más presente en Estados Unidos. Hasta ahora, Barack Obama era fuertemente atacado en el tema de la deuda estadounidense, que no tiene punto de comparación con la europea. Algunas voces se han alzado, especialmente la de Paul Krugman, premio Nobel de Economía, para explicar lo mismo: sería mejor estabilizar las deudas, en vez de poner en marcha programas de austeridad. Esta es la opinión que debería defender Hollande, aunque, lamentablemente, hasta ahora no haya expresado tal intención. Seguramente porque sabe que Angela Merkel se opondría y porque parece harto improbable que la canciller haga la menor concesión antes de ganar las elecciones de septiembre.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

 

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