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Columna
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Brasil entre modernidad y atraso

Cada día un joven brasileño se hace millonario a través de nuevas creaciones empresariales

Juan Arias

Brasil es como un poliedro con varias caras contrastantes. O como un río que arrastra ala vez pepitas de oro y vieja chatarra. El gigante americano, sexta potencia económica del mundo se debate entre modernidad y atraso.

Esa paradoja es la que desconcierta a empresarios, intelectuales y políticos que se adentran en el corazón de este casi continente con doscientos millones de habitantes, rico como pocos en materias primas y biodiversidad.

Es un país pionero en muchas áreas, a la vanguardia del mundo. Por ejemplo en la medicina que cuenta con hospitales de primer mundo como el Albert Einstein y el Sirio Libanés en São Paulo o el Samaritano en Rio de Janeiro. Hasta el punto que tanto la actual Presidenta Dilma Rousseff como el expresidente Lula da Silva se curaron de sendos cánceres en uno de ellos sin visitar ni una vez un centro médico de los Estados Unidos.

Personalidades como el fallecido Oscar Niemeyer, uno de los más famosos arquitectos del mundo, se trató hasta el final en el Samaritano de Rio, al igual que lo sigue haciendo el dios de la cirugía plástica, Ivan Pitanguy.

Y cuenta con el Sistema Único de Salud (SUS) más avanzado del mundo, gratuito para todos, sin restricción alguna. Si un paciente necesita que le traigan del exterior una medicina el juez puede autorizarlo.

Brasil cuenta con una tecnología de punta en la administración pública. Se vota en urnas electrónicas y los resultados a nivel nacional, hasta de las más remotas aldeas indígenas, se conocen la noche de las elecciones.

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Este año los ciudadanos pueden enviar la declaración de rentas por el móvil o el tableta y el país cuenta con una juventud volcada como pocas en la invención como ha declarado Salim Ismail, fundador de la Singularity University, dentro de la NASA, en el valle de Silicio, donde se forman los genios del futuro. El mayor número de alumnos hoy, seleccionadísimos, son brasileños.

Y cada día un joven brasileño se hace millonario a través de nuevas creaciones en el mundo de la empresa moderna.

Hasta en la defensa de los derechos de las minorías, Brasil está en la vanguardia. Cuenta con el estatuto más avanzado de los ancianos ( mayores de 60 años), que tienen preferencia en todo, no hacen filas, no pagan transportes y hasta acaban de recibir una tarjeta de crédito con intereses de envidia para sus viajes de placer.

Hasta en la defensa de los animales, Brasil castiga con años de cárcel la tortura a cualquier animal, al mismo tiempo que tiene afianzado su sistema democrático y la libertad de información.

Esa es una parte de su modernidad de este país.

Las otras caras oscuras del poliedro, son, por ejemplo su falta crónica de infraestructuras en carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos. “Intolerables en un país desarrollado en tantos otros campos”, afirman al unísono los grandes empresarios.

Los índices de violencia en todo el país con la cifra record de 50.000 asesinatos anuales. La inseguridad ciudadana en las grandes urbes, la impunidad con los crímenes políticos y financieros y la tolerancia con la corrupción a todos los niveles.

Junto a ello, un modelo económico, basado sobretodo en el consumo interno, que si ha dado resultado hasta hoy, se considera agotado y sin recambio y que le impide crecer lo que debería por su empuje.

Y la ausencia de una reforma política y fiscal que permitan llegar la modernidad a los palacios del poder.

El catedrático de Derecho de Oxford, el brasileño, Roberto Mangabeira Unger, que ya fue ministro de Lula, acaba de sintetizar en una entrevista a El Tiempo, los cuatro nudos que Brasil necesita desatar para entrar de lleno y definitivamente en la modernidad, dejando que el río se deje por el camino la chatarra vieja y arrastre sólo pepitas de oro. Son estos:

Un reto que Brasil podrá afrontar y vencer, como aseguran hasta los más críticos. Necesita sólo voluntad política para realizarlo.

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