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La dinastía Kim, contra el mundo

El nuevo dictador norcoreano, Kim Jong-un, ha desplegado el mismo talante de desafío a EEUU y Seúl que su padre y su abuelo desde un Estado policial

Kim Jong-un.
Kim Jong-un.Agustin Sciammarella

Durante más de seis décadas Corea del Norte ha sido regida por la dinastía Kim. La República Popular Democrática de Corea —nombre oficial del país— fue fundada en 1948 por Kim Il-sung. A su muerte, en 1994, asumió el poder su hijo Kim Jong-il, quien, tras su fallecimiento. en diciembre de 2011, fue sucedido por el tercero y menor de sus hijos, Kim Jong-un. Sin apenas experiencia política ni militar, el joven Kim Jong-un —ronda los 30 años— asumió el mando de un país con uno de los mayores ejércitos del mundo, que ha plantado cara a EEUU durante más de 60 años. Pero desde que llegó al poder ha dejado su impronta, con el lanzamiento de dos cohetes —en abril y diciembre del año pasado— y la realización de una prueba atómica, en la línea de “lo militar, primero” trazada por su progenitor, el llamado Querido Líder. Es el estilo de los Kim.

Abrazado a su programa de armas nucleares, el Brillante Camarada —nombre con el que es venerado Kim Jong-un— ha sumido el país en las últimas semanas en una espiral de retórica, amenazas y represalias, en respuesta al continuo estrangulamiento de las sanciones de la ONU y las maniobras militares conjuntas anuales que Seúl y Washington están realizando en Corea del Sur, y que considera un ensayo de invasión.

Pero, ¿cómo ha llegado la situación en la península coreana a este punto?, ¿cómo ha logrado mantenerse la dinastía Kim en el poder?, ¿qué perspectivas tiene el régimen?, ¿será Kim Jong-un diferente de su padre y su abuelo?, ¿es un reformista este joven que se educó en Suiza?, ¿qué papel juega China en la continuidad del régimen?

Son preguntas que se hacen diplomáticos, servicios de inteligencia, expertos y académicos extranjeros, que muchas veces no tienen más remedio que acudir a fuentes como el libro escrito por el excocinero japonés de Kim Jong-il — Kenji Fujimoto—, el estilo de la esposa de Kim Jong-un —Ri Sol-ju—, los espectáculos de temática Disney en Pyongyang o la longitud de las faldas de las jóvenes norcoreanas, en busca de pistas que arrojen un poco de luz sobre lo que ocurre en el país más aislado del mundo.

Kim Jong-il se ocupó de dejar bien atada la sucesión dinástica en el país

La tensión ha crecido por las sanciones impuestas al régimen en castigo por el lanzamiento de un cohete para colocar un satélite en órbita en diciembre pasado, que, según Washington y Corea del Sur, fue la prueba encubierta de un misil balístico de largo alcance, y la ejecución el 12 de febrero pasado de la tercera prueba nuclear de su historia.

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2013 es un año importante para Pyongyang y Seúl. El 27 de julio, se cumple el 60 aniversario de la firma del armisticio que puso fin a la guerra de Corea (1950-1953), y Kim Jong-un está tensando la cuerda con objeto de forzar a EEUU y Corea del Sur a sentarse a negociar un acuerdo de paz definitivo, que cierre de una vez el conflicto, y poder de este modo establecer relaciones diplomáticas con Washington y lograr el reconocimiento internacional y la ayuda que necesita para llevar a cabo reformas e insuflar oxígeno a su economía. Al mismo tiempo, el joven Kim está intentando bruñir sus credenciales ante el estamento militar y el pueblo norcoreanos. Décadas de control absoluto por la dinastía Kim han construido un país enrocado en sí mismo, basado en la ideología Juche, formulada por Kim Il-sung, cuyos principios fundamentales son la independencia política, la autosuficiencia económica y la fortaleza militar. Pero el aislamiento, el fuerte gasto militar —el 5% de los 24 millones de habitantes del país sirven en el ejército— y las sanciones internacionales han asfixiado la economía, que depende, en buena medida, de los suministros energéticos y el comercio con China. Lo último que quiere Pekín es que se produzca inestabilidad o un colapso del régimen vecino, ya que podría llevar a millones de norcoreanos a cruzar la frontera común o situar a los soldados estadounidenses -hay 28.500 en Corea del Sur- a sus puertas.

El llamado reino ermitaño está dirigido por un régimen anacrónico, críptico y, a menudo amenazante, hasta el punto de ser percibido en Occidente con una mezcla de inquietud y fascinación. Inquietud, por sus provocaciones, desafíos y lo que algunos analistas y políticos consideran su carácter imprevisible, en un mundo marcado por el liderazgo militar y económico estadounidense y el ascenso de las grandes potencias emergentes, en particular, China. Fascinación, por su secretismo, su sociedad orwelliana y su negativa a doblegarse a la presión norteamericana, lo que le granjea su porcentaje de defensores.

Ante lo que considera continuas provocaciones de Corea del Norte, el presidente estadounidense, Barack Obama, ha optado, tras los fracasos de administraciones precedentes, por una política de “paciencia estratégica”, que rechaza la concesión de nuevos incentivos a Pyongyang hasta que suspenda su programa de armas nucleares, combinada con demostraciones de músculo militar. De momento, con poco éxito.

Se aprecian algunas tímidas señales

Tras la muerte de su padre a los 70 años de un ataque al corazón, Kim Jong-un se encontró en una posición que suponía un gran reto sin entrenamiento previo. Mientras el Querido Líder tuvo 20 años para prepararse para dirigir el país desde que fue designado sucesor por el Gran Líder (Kim Il-sung), el Brillante Camarada solo tuvo 15 meses. Sus dos hermanastros —el mayor, Kim Jong-nam, y el segundo, Kim Jong-chul— fueron descartados como herederos por Kim Jong-il; el primero, después de que fuera expulsado de Japón por intentar entrar con un pasaporte falso con su familia en 2001 para visitar Disneylandia Tokio; el segundo, porque, según las memorias del cocinero Fujimoto, Kim Jong-il lo consideraba demasiado afeminado y no apto para el cargo.

Aunque Kim Jong-un carece de experiencia, se encuentra bajo las alas de dos mentores: su tía Kim Kyong-hui —hermana de Kim Jong-il— y el marido de esta, Jang Song-thaek, vicepresidente de la Comisión Nacional de Defensa y considerado el número dos. El Querido Líder se ocupó de dejar bien atada la sucesión dinástica.

Corea del Norte es un estado policial, y la continuidad de la dinastía Kim se debe, en buena medida, al control total que ejerce sobre la sociedad. Kim Jong-un ha despertado esperanzas de que sea un reformista. Ha hablado de cambios económicos y la necesidad de mejorar la vida de su pueblo, y ha nombrado primer ministro a Pak Pong-ju, un hombre con experiencia económica. Pero, al tiempo, tiene que ganarse la devoción de generales de los tiempos de la guerra fría, que le recuerdan lo ocurrido en Irak o Libia.

La supervivencia política del Brillante Camarada dependerá del éxito en la transición del poder de su padre a él, según escribía Andrei Lankov en diciembre de 2011 en Foreign Affairs. Lankov, un investigador ruso, es uno de los mayores especialistas en Corea del Norte, donde estudió en la década de los 80. A su juicio, si Kim Jong-un se afianza, analistas y dirigentes gubernamentales mostrarán esperanzas de que abra paso “a una era de reformas”, pero añadía que “si pretende seguir vivo y al mando, no tendrá más elección que continuar las políticas de su padre”. “Para sobrevivir, Corea del Norte no tendrá otra posibilidad que seguir siendo lo que es ahora, una dictadura anacrónica, con armas nucleares, cuya población vive en la pobreza abyecta”.

Algunos expertos se preguntan que si el Brillante Camarada viera EEUU con los mismos ojos que su padre, ¿acaso habría permitido un espectáculo Disney en Pyongyang como el que asistió el año pasado? De momento, ha desplegado un cóctel de medidas tímidas de apertura y el mismo carácter desafiante típico de la dinastía Kim, con cuyo fundador, Kim Il-sung, guarda un parecido físico asombroso.

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