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Venezuela aspira a la normalidad

Más allá de la pugna ideológica, la sociedad venezolana acude a las urnas con la prioridad de superar la inseguridad ciudadana y la escasez de alimentos y de empleos

Propaganda de Nicolás Maduro en las calles de Caracas.
Propaganda de Nicolás Maduro en las calles de Caracas.R. ARBOLEDA (AFP)

“Noté que entre mis secuestradores había chavistas y opositores. Estaban armados y discutían entre ellos de política, pero no se amenazaban. ¿Por qué no se mataban? Porque tenían una motivación mayor que era el delito. ¿Por qué los venezolanos no nos ponemos de una vez al país como nuestra principal motivación?”, cuenta el humorista Laureano Márquez, una figura popular en Venezuela, que el martes por la noche sufrió un secuestro exprés, un fenómeno que se ha convertido en una pandemia en las calles de la capital.

Márquez fue ruleteado, como se dice en el español local, por la ciudad durante cuatro angustiosas horas. El viernes anterior había participado en un acto de apoyo al candidato opositor Henrique Capriles organizado por un amplio grupo de artistas y al principio no descartó que fuese una agresión política. Pronto comprobó que era una víctima más del hampa, que ha convertido a Venezuela en uno de los países más violentos del mundo con 16.000 asesinatos el año pasado.

“Ni me habían reconocido. Me dieron un golpe con la pistola en la cabeza, y temí por mi vida porque conozco casos que han tenido desenlaces trágicos, pero luego me tranquilicé y me dediqué a observarlos. Eran cuatro o seis muchachos entre los 18 y los 22 años. Se entabló una discusión en la que me argumentaron que se dedicaban a secuestrar gente porque no encontraban un trabajo de 8.000 bolívares [algo menos de 1.000 euros] al mes. Me sorprendí. ¡No tenían ambición, con esa cantidad apenas se sobrevive en este país! Me pidieron que les diese los nombres y direcciones de mis amigos. Les dije que la mayoría eran profesores universitarios y que no cobraban mucho y, de pronto, uno de ellos comentó: ¿Cómo puede avanzar un país que paga una miseria a un profesor universitario? ¡Me estaban describiendo su propia tragedia!”, recuerda Márquez.

El humorista, al que aún no se le ha pasado el susto, reconoce que el incidente le ha hecho “estallar sentimentalmente” y angustiarse más aún por el destino de su país. “Somos una sociedad enferma. Fingimos naturalidad pero estamos perturbados por la inseguridad, la intolerancia y la arbitrariedad”. Como tantos venezolanos, Márquez se siente en “la orfandad institucional” —el Estado chavista discrimina su protección— y como opositor vive el acoso y la exclusión política del Gobierno. “Cada día recibo una catarata de odio y de insultos a través de las redes sociales y me han prohibido actuar, incluso alojarme, en los hoteles del Estado”.

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La inseguridad ciudadana es el problema número uno que señalan en las encuestas los venezolanos de toda condición, pero con un agravante. Como dice César Miguel Rondón, director del programa de radio de mayor audiencia del país, “las fronteras entre la violencia del hampa y la política no están claras. El régimen es cómplice del delito por razones ideológicas. Parte de la idea de que el lumpen se enfrenta la burguesía y por tanto reivindica la causa, y ni lo reprime ni lo castiga”.

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La violencia en las calles ha impuesto su ley en la vida cotidiana. “Cada vez se sale menos por la noche y se va al cine más temprano”, dice el economista Ángel Alayón.

María Elisa Flushing, una mujer fuerte y joven, cuenta que trabaja a cuatro cuadras de su casa pero que prefiere ir en coche por si la atracan. Su hijo, de 21 años, viste como “un indigente”. “Se acabó la época de salir bonito y perfumado. Vivimos en una tensión permanente”.

María Elisa señala otro problema: es rubia y de piel blanca. “Te miran feo por ser rubia. Te ponen obstáculos en los trámites administrativos o te cobran de más. No eres de la misma especie, no eres afrodescendiente, como dice el Gobierno. A veces pido a una amiga morena que me haga la gestión, que negocie ella por mí”.

Son vísperas electorales y muchos venezolanos quieren un cambio, pero sobre todo, a lo que aspiran es a la normalidad. Empezando por hacer la compra, que se ha convertido en una verdadera carrera de obstáculos, dada la escasez de alimentos.

“Los consumidores se han acostumbrado a sustituir algunos productos y sus marcas favoritas por lo que encuentran. Tampoco se hace la compra ya en un solo sitio sino que se recorren varias tiendas hasta dar con lo que se busca”, comenta Alayón.

“En mi caso”, dice María Elisa, “entre mis hermanas y las vecinas hemos montado una auténtica red. Si nos pasan el dato de que ha llegado papel higiénico o aceite a tal supermercado nos organizamos como si fuese una cacería”.

Lo mismo pasa con medicinas y repuestos de automóviles y maquinaria. Cuentas de Twitter y páginas de Facebook indican a pacientes y consumidores donde encontrarlos. La falta de una pieza por una avería simple puede suponer quedarse sin coche cuatro meses o es típico que el taller repare el vehículo si el cliente busca los repuestos. Hay largas listas de espera para comprar algunos electrodomésticos y viajar por el interior del país puede convertirse en una pesadilla por el mal estado de las carreteras.

“Un viaje de Caracas a Valencia, que está a 170 kilómetros, se hacía antes en dos horas. Ahora puedes tardar hasta seis por la falta de mantenimiento de la carretera”, cuenta Alayón.

Para este economista, el problema es que “la oferta no se corresponde con una demanda que no ha dejado de crecer por el aumento de población. Además, ha caído la producción y hay dificultades para importar por falta de divisas”. Son algunas de las malas pasadas del populismo, cuya intolerancia y retórica no alcanzan para ocultar los dramas del día a día.

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