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La generación del milagro brasileño

Los hijos de la nueva clase media transformarán Brasil en la próxima década

Juan Arias
Río de Janeiro -
Una estudiante analiza una muestra de cachaça en São Paulo.
Una estudiante analiza una muestra de cachaça en São Paulo.NELSON ALMEIDA (AFP)

Son 23 millones de jóvenes de entre 18 y 28 años. Son menos conservadores que sus padres, estudian más, han incorporado el uso de Internet a su vida y están informados políticamente. Así lo refleja el informe Generação C, realizado por el Instituto Data Popular. Son los hijos de los 30 millones de brasileños que se han integrado a la clase media, tras salir de la pobreza.

Estos jóvenes, según el estudio, son mucho más abiertos que sus padres. Para ellos la mujer, por ejemplo, no es solo un ama de casa sino una compañera de vida, aceptan con mayor facilidad el matrimonio entre personas del mismo género y la libertad de la mujer frente al aborto.

Son más exigentes también con el Gobierno. Ya no están tan interesados como sus padres en recibir ayuda social estrictamente monetaria. Prefieren, por ejemplo, que se les facilite el camino a los estudios, a cursos profesionales y a la enseñanza superior. Están más informados que sus padres, son capaces de discutir de política y son más conscientes de las profundas desigualdades que dejó como herencia la esclavitud en Brasil, el último país latinoamericano en abolirla en 1888. Los abuelos de algunos de estos jóvenes son descendientes directos de estos esclavos.

De acuerdo con Renato Meirelles, director de Data Popular, el cambio se notará en 2022, cuando estos 23 millones de jóvenes estén en plena actividad productiva.

Algunos datos son significativos. Los hijos de esta nueva clase media baja C, estudian un 49% más que sus padres. Los de las clases altas A y B estudian 20% más que lo hicieron los suyos. Contribuyen a los gastos de la familia con un 70% de lo que ganan al mismo tiempo que estudian. Y quizás, lo más importante, es que tienen claro que sus hijos deben estudiar más que ellos para no perpetuar el camino de sus padres y abuelos, que tuvieron que conformarse, por falta de estudios, con los trabajos más humildes y menos retribuidos de la sociedad.

Dicho eso, también es verdad, como señalan algunos analistas de movilidad social, que no es que dentro de 10 años Brasil vaya a ser el paraíso, sin desigualdades sociales y con idénticas oportunidades para todos.

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No lo será porque incluso esos jóvenes esforzados salen ya a la pista con desventajas. Han estudiado generalmente en escuelas y colegios públicos que, generalmente, ofrecen una peor preparación que los privados. Tienen además menos tiempo para estudiar porque la mayoría tiene que trabajar y, cuando ellos, con esfuerzo, consigan terminar una licenciatura, el hijo de la familia de clase A ya habrá hecho un doctorado o se habrá especializado en el exterior.

Sin embargo, el cambio será real. Las desigualdades en el país no habrán desaparecido, pero la sociedad se construirá ya, según un sociólogo, con relaciones entre “iguales”, es decir, entre jóvenes que todos estudian, no como antes entre los privilegiados escolarizados y los casi analfabetos hijos de analfabetos, herederos directos de la esclavitud.

El hecho de frecuentar una universidad, independientemente de su calidad, ya coloca a un joven en otro planeta social y acaba produciendo en él cambios profundos, ya que “el universo de las personas con las que se relaciona es diferente, y él empieza a verse y sentirse también como clase media”, ha comentado al diario O Globo, el profesor de sociología Manoel Neto. Según Neto, el punto cardinal para la ascensión social es solo una mejor escolarización. Todo el resto son paliativos que no transforman a la persona ni la hace subir de clase.

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