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Tribuna
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Queremos investigar

El atentado de Boston creó la ilusión de que una multitud inteligente iba a encontrar a los criminales

Lluís Bassets

Un nuevo y potente tópico se está instalando entre nuestras creencias, una idea que señala la estupidez generalizada de quienes nos dirigen en abierta oposición a la soberana inteligencia de las multitudes. Puede aplicarse en todos los ámbitos, pero es en la acción política donde tiene mayor presencia. Cuenta con asideros argumentales en el estado de nuestras instituciones, las dificultades para gobernar la economía, el deterioro de los liderazgos o la extensión de la corrupción, pero encuentra su epifanía en el éxito de las tecnologías de la información y de la comunicación para dar poder a los individuos y a los grupos en detrimento de quienes les venían organizando, dirigiendo o representando.

No vale para un país o un continente. Es de aplicación global, como la tecnología y la economía que la acompañan. Antoni Gutiérrez Rubí lo desarrollaba ayer en estas mismas páginas a propósito de las ILP (iniciativas legislativas populares) en el artículo Queremos legislar, en el que fundamentaba así el deseo expresado en el título: “No solo porque queremos, podemos y debemos, sino porque sabemos. El conocimiento disponible en la sociedad abierta y en red es superior al de sus representantes y expertos. No estamos hablando de masas inertes y amorfas, sino de multitudes activas e inteligentes en la sociedad red, capaces de articular —o al menos iluminar— soluciones públicas para problemas complejos si se dispone de entornos abiertos gracias a la tecnología”.

Nos encontramos ante una nueva rebelión de las masas que revierte el esquema propuesto por Ortega hace 80 años, cuando identificaba al hombre masa, fruto de la democratización y base sociológica de los totalitarismos. Aquellas multitudes que Ortega consideraba mostrencas hoy usan teléfonos móviles y tabletas, y muy pronto gafas Google, con las que toman imágenes, comunican e interactúan. La apariencia puede ser de entretenimiento, sobre todo cuando los escenarios turísticos, los estadios deportivos o la romana plaza de San Pedro relampaguean por los millares de flashes de los móviles multitudinarios, pero de pronto surge un acontecimiento inesperado y trágico en el que se manifiesta la profundidad del fenómeno y las novedades, merecedoras de reflexión y de debate, que introduce en nuestra vida pública.

Al final quien proporciona la inteligencia para comprobar datos es el FBI y el periodismo profesional en la suya

Este es el caso del atentado de Boston del 15 de abril y la posterior caza al hombre en búsqueda de sus autores, un conjunto de hechos que constituyen un buen punto de partida para la comprensión de estos cambios. Nada de lo que allí ha sucedido, desde la acción criminal de los hermanos Tsarnaev hasta la detención de Dzhokhar, puede comprenderse sin la nueva rebelión digital de las masas y específicamente sin el registro de imágenes por parte del público, la transmisión por las redes sociales e incluso la participación directa del público en la interpretación de los millares de datos que iban vomitando sin parar las redes sociales. Hasta el punto de que la ilusión de que una multitud inteligente estaba al cargo de la investigación del crimen llegó casi a imponerse a una sociedad que ya ha experimentado en muchos campos el poder de la tecnología en manos del público. Corroboraban esta impresión los graves errores informativos en que incurrieron medios tradicionales como la cadena de televisión de noticias continuas CNN, la agencia de prensa AP o el diario The Boston Globe, así como la difusión de sospechas sin fundamento sobre ciudadanos inocentes.

“Los medios, tal como los hemos conocido, han cambiado para siempre”, escriben los redactores del Daily Barometer, un pequeño diario universitario de Oregón. “Chequeábamos nuestros teléfonos, no mirábamos la CNN. No íbamos a los portales del Boston Globe o el Boston Herald. Y definitivamente no íbamos a esperar a la edición del diario en papel del día siguiente para ver el relato de Associated Press. Todos estábamos en Twitter”. “Ha sido el primer gran relato periodístico interactivo”, “el primer gran acontecimiento en el que millones de personas se convirtieron en parte del relato ellas mismas”, ha señalado Felix Salmon, de la Columbia Journalism Review.

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Las filtraciones de Wikileaks ya proporcionaron una ilusión similar, la del acceso directo del público a documentos secretos revelados por organizaciones de hackers. Las multitudes quieren investigar y esto es una novedad, pero al final quien proporciona la inteligencia para comprobar datos y sacar conclusiones es el FBI en su tarea policial y el periodismo profesional en la suya. Los medios tradicionales que se equivocaron fueron los que siguieron las redes sociales, no los que hicieron bien su trabajo. También Obama sacó sus conclusiones: “En la era de la información instantánea hay la tentación de aferrarse a cualquier información, a veces para saltar a las conclusiones. Por eso es importante, ante una tragedia como esta en que la seguridad pública está en riesgo y las apuestas son tan altas, que hagamos las cosas bien. Por eso investigamos. Por eso comprobamos los hechos de forma exhaustiva”.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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