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Tribuna
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Lo que a Dilma le gustaría de Maduro

Brasil es consciente de su peso en el Mercosur por ello le preocupa la actual situación de Venezuela

Juan Arias

Brasil es consciente de su peso en el Mercosur y, en general, en el continente latinoamericano. Quizás por ello le preocupa la actual situación de Venezuela, un país con el que Brasil mantiene fuertes lazos económicos y de amistad.

El gobierno Dilma estaba preparado para las dos hipótesis de victoria en Venezuela, tanto la de Maduro como la de Capriles. Es cierto que Lula, por su vieja amistad con Hugo Chávez, había enviado un vídeo de apoyo a la candidatura del chavista, pero también lo era que Capriles siempre ha afirmado que de ganar las elecciones seguiría el “modelo brasileño”, que conjuga desarrollo económico, fuertes políticas sociales, y respeto por las instituciones democráticas.

Cualquiera de los dos candidatos que hubiese ganado limpiamente las elecciones, le hubiera venido bien a Brasil. Con lo que no contaban ni Dilma ni su diplomacia es que Venezuela se iba a dividir salomónicamente en dos mitades, incluso con fuertes indicios de que el chavismo haya podido robar las elecciones a la oposición, dada la pequeña diferencia de votos y las acusaciones de posibles chanchullos llevados a cabo en las urnas.

De ahí que, de alguna forma, Dilma que había forzado tras el percance de Paraguay, la entrada de Venezuela en el Mercosur, hoy se encuentre de alguna forma entre la espada y la pared. Y con un presidente en Paraguay que no agrada al gobierno Dilma. La Presidenta no puede dejar de reconocer la victoria de Maduro, pero tampoco puede dejar de observar que el país venezolano está gravemente dividido.

De ahí que según escribe el serio y bien informado, Clovis Rossi, en el diario Folha de São Paulo, Rousseff estaría haciendo todo los posible para convencer a Maduro de abrir un diálogo sincero con la oposición liderada por Capriles para, juntos, hacer frente a la grave situación económica y de violencia que atraviesa el país. Se lo habría pedido personalmente, al mismo tiempo que le habría aconsejado aceptar el recuento del cien por cien de los votos.

El Partido de los Trabajadores (PT), más cercano a Lula que a Dilma en sus franjas más radicales de izquierdas, fue siempre cercano a Chávez , a pesar de que Lula hacía siempre de puente y de bombero frente a las salidas excesivamente autoritarias del caudillo al que llamaba hermano, pero al que después, al oído, le pedía moderación.

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Dilma, realista, sabe que el futuro de Venezuela, un país con el que Brasil no puede dejar de ir de la mano, es aún incierto y por ello prefiere insistir ante Maduro en una apertura de diálogo con la otra mitad del país que quizás hubiesen votado a Chávez vivo, pero que ahora quieren algo más y mejor de la herencia que les dejó el caudillo, aunque no le niegan su agradecimiento, sobretodo los más pobres a los que trató de mimar y conquistar.

De cualquier modo, no es difícil pensar que la diplomacia brasileña, reconocida desde siempre por sus posturas moderadas y de diálogo, acabe teniendo un papel fundamental en el desarrrollo del futuro próximo de la Venezuela del pos Chávez.

Al final tanto Dilma como Lula, viejo simpatizante de Chávez aunque no compartiera los excesos de sus revolución bolivarina, podrán acabar siendo una carta importante en la actual situación crítica de Venezuela. A no ser que tanto por parte del poder como de la oposición acaben estirando tanto la cuerda que lleve a una ruptura, cuyas consecuencias son imprevisibles.

Son imprevisibles hasta para Brasil, el país que hasta ahora ha mantenido unas relaciones más estrechas con aquel país y que conocía, mejor que otros líderes políticos, lo que allí se estaba, y se está jugando.

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