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Columna
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El precedente kosovar

Mientras Kosovo y Serbia acercan posturas, España se enroca en la hostilidad hacia Pristina

Serbokosovares protestan contra el acuerdo entre Pristina y Belgrado, este lunes en Mitrovica, al norte de Kosovo.
Serbokosovares protestan contra el acuerdo entre Pristina y Belgrado, este lunes en Mitrovica, al norte de Kosovo.Djordje Savic (EFE)

“El Gobierno español, deseoso de contribuir a la paz y prosperidad de los Balcanes, ha decidido reconocer a la República de Kosovo. El Gobierno toma esta decisión de acuerdo con la legalidad internacional y al amparo de la opinión de la Corte Internacional de Justicia, que en julio de 2010 aseguró que la declaración de independencia formulada por Kosovo 'no violó el derecho internacional, la resolución 1244 (1999) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ni ninguna otra norma aplicable de derecho internacional'. Además de las razones jurídicas, el Gobierno ha tomado nota del hecho de que desde la proclamación de la independencia del Estado kosovar en febrero de 2008 sean ya 98 los estados que han manifestado dicho reconocimiento, entre ellos una mayoría muy significativa de nuestros principales socios y aliados europeos. Es previsible, además, que gracias al acuerdo recientemente alcanzado por las autoridades kosovares y serbias, mediante el cual ambas partes se comprometen a no obstaculizar el reconocimiento y acceso de uno y otro a diversas organizaciones internacionales, entre ellas la propia Unión Europea, el número de Estados que reconozcan a Kosovo siga creciendo con el tiempo. La decisión del Gobierno no sólo se fundamenta en la innegable existencia fáctica y jurídica del Estado kosovar sino que refleja el compromiso de la política exterior del Gobierno con la estabilidad de los Balcanes, que es a su vez un elemento central de la política exterior de la Unión Europea. En ese sentido, el Gobierno se felicita porque el acuerdo recientemente alcanzado por las autoridades kosovares y serbias, que concede un grado sustancial de autonomía a las municipalidades serbias, permitirá normalizar la convivencia entre ambas comunidades y facilitar el cierre de las heridas dejadas por el conflicto que asoló a la antigua Federación Yugoslava. Gracias a la mediación de la Unión Europea y a la perspectiva de adhesión a la UE, kosovares y serbios podrán en un futuro reencontrarse en plenitud de derechos en una Europa plural, abierta, pacífica y democrática. El Gobierno desea aclarar que este reconocimiento no constituye precedente ni puede ser utilizado en otro contexto que el específicamente kosovar. Si algo ofrece España a los españoles y al mundo es un modelo de convivencia democrática y pacífica que garantiza el máximo respeto a la diversidad y a las identidades en un marco caracterizado por un elevadísimo nivel de autogobierno”.

Que una declaración de este tenor no sea posible hoy muestra los efectos debilitantes que el debate sobre Cataluña y la independencia tiene sobre la política exterior española. En lugar de establecer un discurso claro y coherente, tanto hacia dentro como hacia fuera, que separe y aísle el caso de Kosovo de los problemas internos, este Gobierno, como el anterior, sigue enredado en complejos e inseguridades. Así, mientras Kosovo y Serbia acercan posturas en un contexto europeo, España sigue enrocada en una posición de hostilidad total hacia Kosovo y sus ciudadanos, que acaban siendo las víctimas de esos demonios nacionales y ven sus pasaportes rechazados y sus visados denegados por nuestras autoridades.

Claro que la responsabilidad aquí no es sólo de Gobierno y oposición, sino de los independentistas vascos y catalanes que se dedican a agitar el espantajo del precedente con la incomprensible esperanza de que el reconocimiento de Kosovo les beneficiaría en algo. Lo que les atrae del precedente kosovar es difícil de entender. ¿El conflicto bélico y posterior intento de desplazamiento masivo de población? ¿La ocupación por parte de la OTAN durante más de una década? ¿El que su Constitución la elabore un finlandés bajo los auspicios de la ONU? ¿El ser administrados como una colonia por un funcionario de la Unión Europea?

Debido a la locura nacionalista que se apoderó de Serbia en la década de los noventa, los kosovares vieron sus instituciones suprimidas, sus escuelas y hospitales cerrados y sus universidades clausuradas. La reacción fue primero pacífica: los profesores siguieron dando clases en sus casas y los médicos atendiendo a la gente por su cuenta. Pero en un momento dado, ante la ausencia de apoyo internacional y la radicalización de Serbia, los jóvenes cuestionaron a los mayores y se lanzaron a la resistencia armada. Ante las intenciones genocidas de Milosevic, la OTAN desencadenó una guerra en la que España, podemos decir con orgullo, participó con aviones F-18. Kosovo es un problema que, desgraciadamente, no pudo solucionarse política y pacíficamente, lo que forzó a la comunidad internacional a intervenir militarmente para proteger a los kosovares, que naturalmente se negaron posteriormente a reintegrarse en el estado agresor. ¿Dónde está el precedente? En la estupidez humana, sin duda. Pero en nada más. Respetemos un poco a los kosovares y mantengámoslos al margen de nuestra política interna. No se lo merecen.

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