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Tribuna
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Las consecuencias alarmantes del moderno terrorismo solitario

Juan Arias

El atentado de Boston ha despertado el alarma sobre las consecuencias que el moderno terrorismo de los lobos solitarios podría tener en Estados Unidos y en todo Occidente.

Los servicios de inteligencia que trabajan en el campo del terrorismo parecen alarmados y desconcertados. Admiten que hoy los terroristas solitarios de cuño islámico superan con mucho a los de las redes organizadas tipo Al Qaeda. Son conscientes, esos expertos en terrorismo, de que puede estar surgiendo un tipo nuevo de motivaciones del terror, como podría ser la simple revancha personal de un descontento con el mundo en que vive, sin necesidad de estar abrazado a ninguna ideología organizada internacionalmente.

¿Quién sería hoy capaz de contarlos? Según el antropólogo americano, Scoutt Atran autor del libro Hablando con el enemigo, los terroristas que actúan hoy en territorio occidental son parte de la "población común". No tienen por qué ser psicópatas o sociópatas, ni siquiera genios estratégicos.

En esa normalidad del nuevo terrorista radica tanto el temor de la población como la dificultad de descubrirlo y combatirlo. "Generalmente son jóvenes en fase de transición, como estudiantes, emigrantes, desempleados, propensos a identificarse con movimientos que defienden el compañerismo y la promesa de aventura y gloria", afirma Atran.

Si ello es así, bastaría hacer un simple cálculo de los jóvenes con esas características en nuestro mundo occidental para ver que se trata de millones de posibilidades.

Ya hoy el FBI tiene una lista en los Estados Unidos de 700.000 sospechosos y recibe cada día 5.000 advertencias de amenazas terroristas.

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Todo ello con el agravante de que Internet les permite a esos cientos de miles de terroristas potenciales convertirse en "terroristas caseros", imposibles de controlar.

Las consecuencias de ese nuevo y temible terrorismo de nuestros días están a la vista y golpean tanto al colectivo de la sociedad, como también y sobre todo a los grupos en los que militan esos cientos de miles de jóvenes, estudiantes, imigrantes, desempleados, inconformistas con nuestro mundo y con pocos horizontes de esperanza.

Si se ha descubierto el terrorismo casero, capaz de actuar en solitario; si no necesita ese terrorismo estar teñido de problemas psiquiátricos; si les basta un descontento generalizado y un deseo consciente o latente de castigar a la sociedad que los deja al margen, es evidente que el simple ciudadano acabará teniendo más miedo que antes.

Los expertos de terrorismo clásico afirman que este tipo de violencia del terror difícilmente volverá a causar tragedias como las del 11 de septiembre en Nueva York, ya que serán forzosamente más limitadas.

Ello no parece ser un consuelo para los ciudadanos de a pie. Si es verdad que en vez de centenares o miles de muertos y heridos, el nuevo terror será capaz de producir solo decenas o centenas, quiere decir que por el mero hecho de salir a la calle, de dirigirnos al trabajo, de entrar en el metro o de asistir a un acto público, podemos ser blanco del terrorismo.

Sin contar la angustia que la constación de que los potenciales terroristas no necesitan ser islámicos, ni ilegales en un país, sino que puede ser residentes legales, está creando en los inmigrantes.

Los inmigrantes del Estado de Massachusetts, los ilegales y también los legales, acaban de denunciar, como informa el diario O Globo de Brasil, que ya han empezado a ser molestados por la policía que les detiene en la calle, sin motivo alguno, exigiéndoles a cada paso documentos de identificación y sometiéndoles a duros interrogatorios.

Al mismo tiempo, las nuevas tácticas de defensa que contra ese terrorismo doméstico están comenzando a idear los servicios secretos de vigilancia, son preocupantes. Estos especialistas aceptan que todos los ciudadanos podremos ser objeto de observación, posibles sospechosos, y que será indispensable recortar libertades individuales

Existe el peligro de que tengamos que vivir en un futuro inmediato observados y seguidos mucho más de lo que ya lo somos, con una cámara que nos vigile fuera y dentro de casa.

Si cualquier ciudadano legal puede ser hoy un terrorista potencial, también deberá ser un "vigilado potencial". Lo ha dicho claramente el antropólogo americano Scott Atran: "Parece cada vez más difícil estar totalmente seguro, no importa lo mucho que se gaste en seguridad o lo que sean sacrificadas nuestras libertades individuales. La inminencia de ese tipo de acción terrorista no cabe ya en las antiguas respuestas y alertas de seguridad global".

¿Cuáles podrían ser entonces las nuevas respuestas a ese terrorismo inédito de los lobos solitarios?

No es difícil imaginar que, con un peligro añadido, esa paranoia pueda ser utilizada por el poder que ya nos controla en una excusa para desnudarnos aún más y para despojarnos de nuestra intimidad. Y más aún, que pueda llevarnos a sospechar del vecino, ya que se insiste en que los terroristas capturados o muertos se comportaban como ciudadanos normales y hasta atentos con la comunidad.

Todo ello es preocupante, sobre todo porque difícilmente hoy los políticos serán capaces de oponerse a los posibles excesos de esos nuevos sistemas de control, especialmente bajo el clamor social de las víctimas inocentes golpeadas por las bombas del terror.

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