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Los encapuchados protagonizan las protestas mexicanas

Los activistas defienden su uso en las protestas pero sus críticos creen que se utilizan para actuar con impunidad

Juan Diego Quesada
Una estudiante confronta a la policía el 1 de mayo
Una estudiante confronta a la policía el 1 de mayoAFP

-¿Por qué ocultas el rostro?

-Estoy metido en la lucha social y eso te pone en peligro, hermano.

-Mucha gente que cree que ustedes son porros, que están pagados por el Gobierno.

-Eso es absurdo. La mentira la tiene que sufrir uno por dar la vida por los demás.

El chico tiene que rondar los 20 años. Se tapa la cara con un paliacate, símbolo de la lucha agraria en Latinoamérica. Solo se pueden entrever sus ojos, que miran escépticos al que pregunta, y unas frondosas cejas. Lleva una chaqueta con símbolos anarquistas. En este momento, junto a una docena de compañeros protesta en las instalaciones de Televisa en Chapultepec, una larga avenida que nace en uno de los bosques más grandes de México DF y desemboca en el centro de la ciudad. La televisora es uno de los objetivos favoritos de este tipo de grupos, ya que creen que desde ahí fabricó un personaje de telenovela alrededor de la figura del hoy presidente Enrique Peña Nieto.

Es 1 mayo, día del Trabajo. Hace unas horas estos jóvenes causaron destrozos en las calles y atacaron con cadenas, palos y piedras a la policía, que les superaban por mucho en número pero que solo resistieron la zarandeada. Son pocos los vándalos pero las imágenes de papeleras ardiendo, muros pintarrajeados y cristales estallando remiten al México bronco. La misma escena se ha repetido en los últimos meses en varias zonas del país. Los críticos creen que esconderse tras una capucha da carta blanca para actuar con impunidad.

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Desde que los zapatistas se levantaron en armas en Chiapas en 1994 y utilizaron como símbolo de su identidad el pasamontañas, México no recuerda una oleada semejante de gente en la calle protestando con el rostro oculto. Anarquistas, antisistemas, profesores en contra de la reforma educativa del presidente Peña Nieto y hasta las policías comunitarias y los grupos de autodefensa –civiles que se ocupan de su propia seguridad al margen del Estado- tienen en común la búsqueda del anonimato.

Históricamente taparse el rostro significaba elevar la causa por encima de los individuos. Ahora se antepone una razón más mundana: sencillamente no ser identificado. “Y está justificado. No es extraño que luchadores sociales desaparezcan o acaben muertos. Además de que no es ilegal ocultarse”, explica Jesús Robles Maloof, abogado especialista en derechos humanos. El letrado lleva el caso de una decena de personas que fueron detenidas injustamente durante las protestas del 1 de diciembre por la toma de posesión del presidente, que significaba la vuelta al poder del PRI, un partido al que se acusa de haber aplicado la dictadura perfecta a lo largo de 70 años en el país.

Durante este PRI-Gobierno se ha multiplican las protestas en las que de repente aparece un grupúsculo que emplea la violencia. La creencia general entre muchos grupos de manifestantes es que los violentos, como el chico con el que comienza este reportaje, están a sueldo de las propias autoridades. Con sus desmanes desprestigian la lucha social. Robles Maloof trabaja para demostrar que eso es así. Suena conspiranoico, pero esta estrategia fue utilizada en el pasado por gobiernos locales y federales.

El misterio de la identidad también forma parte del México popular. Es el bien más preciado en la lucha libre. No hay mayor reto dentro de un cuadrilátero que jugarse las máscaras. El público solo verá la cara del luchador que pierda el desafío. “El significado de llevar las máscaras es guardar una incógnita, vivir una doble personalidad”, cuenta Piloto Fantasma, un luchador de 49 años de la Arena Loba Chimalhuacán. Conserva su antifaz color negro con motivos plateados. Los héroes anónimos del ring, algunos con sobrepeso, alimentan el imaginario de las clases más desfavorecidas del país, como si estos fueran a implantar justicia donde no la hay. Piloto Fantasma cree que los encapuchados que vemos estos días por las calles no tienen motivos tan idealistas: “Ocultan la cara para hacer sus desmanes. Nada más que andan de cotorreo, como en el fútbol”.

Hay quien quiere prohibir su uso. El diputado federal del PAN, la derecha mexicana, Jorge Francisco Sotomayor, presentó una iniciativa de ley para que el uso de las capuchas incremente las penas de los que cometan delitos. Varias organizaciones se han expresado ya en contra de algo que se considera un ataque contra los derechos humanos.

El padre Jesús Mendoza, de la arquidiócesis de Acapulco, ha dialogado y ha servido de mediador con los grupos de autodefensas, civiles que han tomado las armas para proteger sus comunidades y enfrentarse al crimen organizado. El cura cree que el uso de la capucha que utilizan esto hombres y mujeres armados lanza un mensaje ambiguo: por un lado sirve de defensa pero por otro puede utilizarse para atacar con impunidad. “Cuando aparecieron las autodefensas veo su uso justificado. Tenían que protegerse frente al enemigo, pero con el paso del tiempo pierde su sentido. Lanza un mensaje oscuro a la comunidad”, considera el párroco. Eso sin decir que hay algunas voces que creen que la insurrección magisterial en Guerrero ya no es químicamente pura, y que habría que pensar si no se han infiltrado al movimiento que reclama la reforma educativa integrantes de la guerrilla.

Aunque pueda parecer incluso de otro tiempo el uso de la capucha, el director de cine Carlos Bolado cree que su uso tiene mucho que ver con la sociedad en la que vivimos. “La tecnología, las redes sociales, permiten identificarte en minutos. Es una respuesta a eso”, razona. Sea ese o no el motivo, la realidad es que el México bronco se ha puesto la capucha. La lucha social que emplea la violencia, a día de hoy, no tiene rostro.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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