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Letta, un líder serio con pies de barro

El nuevo primer ministro italiano sufre las imposiciones de su socio Berlusconi

La parlamentaria Michaela Biancofiore acaricia la barbilla de Silvio Berlusconi, sentado en la Cámara baja, el pasado viernes.
La parlamentaria Michaela Biancofiore acaricia la barbilla de Silvio Berlusconi, sentado en la Cámara baja, el pasado viernes.TIZIANA FABI (AFP)

Enrico Letta tiene un socio. Se llama Silvio Berlusconi. La semana pasada, nada más tomar posesión, el nuevo primer ministro italiano giró una visita a Berlín, París y Bruselas para presentarse y presentar los planes del nuevo Gobierno de Italia. Su socio se quedó en Roma y, fiel a su condición, se la lio por triplicado.

Al tiempo que Letta, un católico de centroizquierda, buscaba credibilidad ante Europa, Berlusconi le planteaba la primera amenaza — “o suprime definitivamente el IMU [el impuesto sobre la vivienda habitual] o no hay apoyo”—, lo forzaba a incluir en su segunda línea de Gobierno a algunos de los personajes menos presentables del Pueblo de la Libertad (PDL) y, para rematar la jugada, provocaba una innecesaria polémica al postularse como presidente de una hipotética comisión para cambiar la Constitución italiana.

No es de extrañar, por tanto, que solo el 7% de los italianos crea que el Gobierno de Enrico Letta pueda llevar la nave a buen puerto. No porque el personal no tenga confianza en el nuevo primer ministro, que la tiene en un respetable 62%, sino porque aquí conocen bien a sus clásicos. Y el más clásico de todos se llama Berlusconi y anda crecido.

De hecho, las dos dudas principales que amenazan la credibilidad del Gobierno de Letta tienen que ver, directa o indirectamente, con Il Cavaliere. La primera es: ¿hasta qué punto se puede confiar en un Gobierno sostenido por el anterior primer ministro? La segunda: una vez satisfechas las exigencias de Berlusconi, ¿dispondrá Letta de los más de 10.000 millones de euros que, tirando por lo bajo, costarían las medidas que prometió en su discurso de investidura? Asfixiado por las exigencias del PDL y la falta de liquidez, Enrico Letta partió la pasada semana hacia Europa para exhibir su perfil dialogante, su buena preparación y el aval expreso del presidente de la República, Giorgio Napolitano, pero a su regreso se encontró con la casa hecha un lío.

Berlusconi utiliza su amenaza sobre el impuesto inmobiliario —“o lo suprime, o retiro el apoyo”— en varias direcciones. En primer lugar, deja claro quién manda. O, mejor dicho, quién sigue mandando en la política italiana. Inocula en el ambiente la certeza de que podrá hacer con Letta aquello que ya hizo con Mario Monti. El PDL apoyó el Gobierno técnico desde noviembre de 2011 hasta el momento justo en que a Berlusconi dejó de serle rentable, a principios de diciembre de 2012.

¿Cuándo desenchufará el respirador artificial al Ejecutivo de Letta? Mientras tanto, el anterior primer ministro se aprovecha del desconcierto —cuando no del gran enfado— que en las filas del Partido Democrático (PD) provoca el pacto de Gobierno entre Letta —hasta hace pocos días el hombre de confianza del candidato Pier Luigi Bersani— y el PDL para desgastar a sus rivales históricos. Según el sondeo de SWG, el 70% de los votantes de Berlusconi están satisfechos con el actual Ejecutivo, pero solo al 48% de los electores de centroizquierda le parece una buena solución.

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El PD, descabezado tras la dimisión de Bersani, es en la actualidad un partido en deconstrucción. La victoria pírrica en las pasadas elecciones se ha convertido en fracaso estrepitoso y, según una investigación de Il Fatto Quotidiano, en al menos 50 ciudades las bases del PD están que se suben por las paredes.

Pero no acaban ahí los problemas del nuevo primer ministro. Escogiendo un poco de aquí y un poco de allá, Enrico Letta logró formar un Gobierno bastante presentable, incluso brillante en algunos aspectos. El problema aguardaba agazapado en la segunda línea de poder.

El primer ministro, de acuerdo con su vicepresidente y lugarteniente de Berlusconi, Angelino Alfano, nombró a los 40 altos cargos, entre viceministros y subsecretarios, que completaban su Gobierno. La sorpresa es que, entre ellos, estaban algunos de los exponentes más rotundos del berlusconismo. Y, entre ellos, destacaba Michaela Biancofiore. Se puede decir que el primer gran patinazo de Enrico Letta fue nombrar a Biancofiore —una de las llamadas “amazonas de Berlusconi”— viceministra de la Presidencia para la Igualdad, el Deporte y las Políticas Juveniles.

Diversos colectivos de homosexuales no tardaron en recordar que la nueva subsecretaria tenía en su currículo una buena colección de declaraciones de corte homófobo. No contenta con ello, Michaela Biancofiore concedió una entrevista al diario La Repubblica en la que dijo: “No me preocupan las opiniones de los colectivos gais. No me atemorizan. Son una casta. Se autorecluyen en guetos. Defienden solo sus propios intereses…”. No duró ni 24 horas en el cargo. Letta le quitó el cargo, pero dada su amistad con Berlusconi no tuvo más remedio que recolocarla en otro puesto menos comprometido.

Enrico Letta llegará hoy a Madrid para entrevistarse con Mariano Rajoy. Al igual que en Berlín, París o Bruselas exhibirá sus maderas de líder sensato, su perfil europeísta... sus pies de barro.

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