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Tribuna
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Dos populismos atenazan Italia

El director del diario ‘La Repubblica’ analiza la deriva de Italia

Cuando de unas urnas electorales, tras el voto popular, surgen tres minorías incompatibles entre sí, resulta imposible formar gobierno. La democracia parlamentaria se rinde como ante una ecuación irresoluble. Y en Italia, efectivamente, el sistema político ha izado bandera blanca. De las elecciones de febrero ha nacido de hecho un Parlamento paralizado, con tres formaciones más o menos igualadas. El Partido Democrático a la izquierda, el PDL de Berlusconi a la derecha y el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en medio, ocupando el lugar que promete convertirse en el más rentable de las democracias europeas: la antipolítica, que aglutina los deseos de renovación pero también la rabia antisistema de quien ya no es capaz de distinguir entre derecha e izquierda, y quiere mandarlos a todos a casa. Dos populismos contrapuestos, pues, el nuevo de Grillo y el eterno de Berlusconi. Y en medio, una izquierda derrotada en las urnas, incapaz de representar una verdadera alternativa moderna y europea de gobierno, ni siquiera ante el desastre de los gobiernos berlusconianos, en un país desorientado que pide ante todo un cambio.

Dos meses invirtió Bersani, el líder del PD, en cortejar al Movimiento 5 Estrellas, en pos de una alianza imposible: encerrado en su “diversidad”, convencido de que todos los viejos partidos ya están “muertos”, Grillo no tiene intención de aliarse con ninguno, sino de vivir de las rentas atacándolos a todos. En determinado momento, llegó a correrse el riesgo de que al vacío de gobierno se sumara el vacío del Quirinale, el palacio que alberga al Jefe del Estado. Ninguno de los nombres propuestos por el PD, en efecto, lograba alcanzar el quórum necesario para ser elegido Presidente; es más, cada uno de los candidatos recibía, en el secreto de la cabina, las perdigonadas de los francotiradores del propio Partido Democrático, en un instinto caníbal y a la postre suicida. Así, después de haberse jugado la insolvencia financiera, Italia se jugaba la insolvencia institucional, porque la política no lograba conformar sus más altas instituciones, la suprema de la Presidencia de la República, y la fundamental del Gobierno. Ante semejante coyuntura, los partidos pidieron a Giorgio Napolitano que aceptara la reelección, tras sus siete años de mandato. Una solución legitima y plenamente constitucional, pero nunca antes practicada en la historia de la República: en definitiva, una “excepción” en toda regla. Napolitano acabó por aceptar, no sin requerir una prueba de responsabilidad a los partidos, invitándolos a formar un Gobierno de amplía mayoría, con la derecha y la izquierda unidas después de años de enfrentamientos furibundos y de políticas alternativas. El PD, el PDL y el pequeño partido de Mario Monti aceptaron, y así nació el Gobierno guiado por Enrico Letta, vicesecretario del Partido Democrático.

Esta solución supone una victoria para Berlusconi y su partido. Antes de la campaña electoral se hallaban hundidos en el pozo, con un porcentaje de entre el 15 y el 18 por ciento en los sondeos, aplastados por los años de mal gobierno de la derecha. Pero Berlusconi, que no sabe gobernar, es un formidable candidato que supo recuperar puntos y, pese a perder seis millones y medio de votos, resucitar y devolver a sus hombres a las mesas del poder, dentro de los ministerios. Para el PD, este Gobierno de amplia mayoría representa en cambio una derrota: después de una pugna electoral disputada por entero sobre la alternativa a Berlusconi y a sus dos décadas en el poder, debe gobernar con él, en una alianza de necesidad, percibida pese a todo como contranatural por la opinión pública de izquierdas.

Añadamos el hecho de que el PD es un partido, más que sin cabeza, degollado, porque en la derrota ha perdido liderazgo y extraviado su línea de actuación. Bersani ha dimitido y en su lugar ha sido nombrado como regente el ex secretario del sindicato CGIL, Guglielmo Epifani, pensando ya en que cuando se vuelva a votar quien desafíe a Berlusconi como guía del país sea el joven alcalde de Florencia, Matteo Renzi, que ha abierto brecha en la opinión pública con ideas a la Blair, y con el eslogan del “desguace”, para mandar a casa a los eternos elefantes del partido cual viejos automóviles.

El resultado es un PD inseguro y de voz débil, que cae en los sondeos y vive a remolque de un Gobierno que, pese a estar dirigido por un hombre del PD, no acaba de ser bien digerido por las bases del partido. De modo que es Berlusconi quien marca la agenda política mientras Enrico Letta —un sólido dirigente político de calado europeo— no se encuentra en condiciones de mediar, entre una derecha robusta y una izquierda demasiado frágil e insegura.

Berlusconi lo cifra todo en la reducción de impuestos; el PD, en la situación laboral, para atajar un desempleo preocupante. Otras medidas urgentes, como la lucha contra la corrupción que devora cada año 60.000 millones, han acabado en un rincón, junto al conflicto entre los intereses económicos-televisivos de Berlusconi, sus intereses políticos y el interés general.

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El actual Gobierno es el único posible, y Letta es el único que puede negociar hoy con credibilidad ante Europa la mitigación de una austeridad sofocante. Pero la izquierda está desgarrada entre su sentido de la responsabilidad y su propio principio de identidad, que exige que sea alternativa a una derecha con la cual debe gobernar. Un jeroglífico metapolitico, casi existencial. De momento, el país aguarda, en el marco de una crisis sin resolver, mientras crecen el descontento, la percepción de las desigualdades, la crisis de representación, el sentimiento de exclusión social. Ingredientes todos que favorecen el populismo, facilitan la demagogia de la derecha y amenazan con agigantar el verdadero fenómeno de este arranque de siglo: la antipolítica.

(Traducción de Carlos Gumpert)

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