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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El divorcio humaniza a Putin

La separación tiene un valor político y rompe la imagen la imagen tradicionalista impulsada por la Iglesia ortodoxa

Vladímir Putin y su esposa, Liudmila.
Vladímir Putin y su esposa, Liudmila. AP

La sociedad y la clase política rusa han reaccionado con madurez y comprensión al anuncio de divorcio de la primera pareja del país, el presidente Vladímir Putin y su esposa Liudmila. Aunque no faltan comentarios irónicos o de poco tacto en las redes sociales y el internet, la mayoría ha mostrado respeto por una decisión que incluso puede favorecer Putin, ya que lo hace más “comprensible” y “más próximo” a los electores, según el sociólogo Dmitri Oreshkin.

Cualquiera que sean las circunstancias personales detrás de la escenificación elegida (el entreacto del ballet “Esmeralda” en el Palacio de Congresos del Kremlin) para que los Putin anunciaran su “divorcio civilizado”, éste tiene un valor político en sí mismo, por cuanto indica que la vida, con todos sus vaivenes e imprevistos, se ha impuesto a los estereotipos y a la línea propagandística que hoy intenta presentar a Rusia como un país tradicional, de vetustas costumbres y severa moral inspiradas sobre todo por la religión ortodoxa.

El divorcio de los Putin va a contrapelo de la propaganda promovida por las autoridades que, por problemas demográficos y en alianza con la Iglesia Ortodoxa, promueven la familia tradicional, a ser posible numerosa. Tras el anuncio de divorcio, algunos medios de comunicación locales han rescatado una alocución contra el divorcio pronunciada hace unos meses por el patriarca Kiril, la máxima figura de la jerarquía Ortodoxa. Pero los representantes eclesiásticos difícilmente van a anatemizar al presidente. Rusia es a fin de cuentas un Estado laico, donde son muchos los personajes públicos (incluidos miembros del Gobierno) que se han divorciado, sin hablar ya de los que han mantenido a consortes y amantes. La Iglesia Ortodoxa, con sus negocios, su aferramiento a lo material y su cerrazón ante los cambios en la sociedad, no puede dar lecciones de moral al presidente y los popes se escabullen para no valorar el divorcio presidencial.

Una de las cuestiones que se debaten es si Putin tiene otra pareja. Ahí, su secretario de Prensa, Dmitri Peskov, ha intervenido para asegurar que no hay otra mujer en la vida del presidente, porque, según ha dicho, éste está tan ocupado con su trabajo que sólo vive para Rusia. Sea como fuere, el divorcio parece sentarle bien a Liudmila Putina, que nunca ha asumido de buen grado su rol de primera consorte del país, algo en lo que Raisa, la esposa del ex presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, no ha tenido rival. En abril, sin embargo, Liudmila apareció relajada y contenta en el acto de entrega de los premios Gorki de literatura. Su imagen distendida contrastaba con la de sufrimiento, que tan característica había sido cuando acompañaba a su esposo a actos oficiales. “Parecía liberada de una carga”, afirmaba uno de los asistentes al acto.

Para comprender a Liudmila Putin y para entender también algo más a Putin tal vez sea útil recurrir a un libro sobre el presidente publicado en 2002. La obra-- “El camino hacia el poder”—se basaba en el testimonio de Liudmila, a quien el periodista Oleg Blotskii entrevistó durante muchas horas. Liudmila dijo haber conocido a Putin en marzo de 1980, cuando viajó de Kaliningrado a Leningrado (hoy San Petersburgo) para pasar tres días de asueto en aquella ciudad. Solo un año y medio después de conocerle y relacionarse con él supo, por una amiga común, que trabajaba en el KGB. El personaje que Liudmila dibujada es el de alguien “siempre consciente de lo que hace” y jamás espontáneo, un hombre hiperactivo, que la hacía esquiar, nadar y levantarse a las seis de la mañana para ir de excursión y que buceaba disparando contra los peces con un fusil submarino, mientras ella se despellejaba al sol en el mar Negro. Era Putin un hombre que la hacía esperar durante horas y que nunca llamaba para decir que llegaba tarde o para disculparse. “Es absolutamente cierto que Vladímir Vladímorovich me puso a prueba durante toda nuestra vida en común. Siempre tuve la sensación de que continuamente me observaba, para ver que decisión iba a tomar, si era acertada o si no, si resistiría una u otra prueba”. Por las noches, tras trabajar durante todo el día, el oficial Putin llegaba a casa tarde y se zampaba la comida que Liudmila había preparado para él sin elogiarla jamás. Liudmila nunca se reconcilió del todo con el carácter de su esposo, al que reconoce sentido del humor y de la responsabilidad por el trabajo y la gente con la que se relaciona. No fue su vida en común una vida relajada. “Todo el tiempo había que luchar con alguien, con los esquís, con las montañas, con el agua”.

Ahora, Liudmila Putin puede descansar. Ya no es una figura pública, pero el espacio privado que el Kremlin ha entreabierto seguramente volverá a cerrarse, vaticina el periodista Andréi Kalésnikov, quien advierte que nadie debe esperar relatos a la manera de “Escenas de un Matrimonio” de Igmar Bergman ni reportajes a la manera de Paris Match. Lo menos probable es que aparezca un Sarkozy a la manera rusa, dice el periodista.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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