_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El desquite chavista

Juan Jesús Aznárez

La operación de acoso y derribo de los principales medios de comunicación opositores en Venezuela concluyó con el reciente cambio de titularidad en la Cadena Capriles y la venta de Globovisión a empresarios amigados con el gobierno de Nicolás Maduro, pero había comenzado poco después del fallido golpe del 11 de abril de 2002 contra Hugo Chávez. Aquel día, mientras los militares procedían a la detención del fallecido caudillo, el vicealmirante Víctor Ramírez Pérez, admitía que el golpe había triunfado porque contó en su arsenal “con un arma mortífera: la prensa”. La inesperada sublevación de la 42ª División de Paracaidistas de Maracay truncó los planes de las autoridades de facto, rescató a Chávez de su arresto en la isla La Orchila, y a partir de su reinstauración en el Palacio de Miraflores, se agolparon las convocatorias oficialistas al desquite

La revancha ha sido progresiva pero implacable contra las cadenas de televisión y las emisoras de radio que llegan a la mayoría de los venezolanos con un mensaje ajeno a los dogmas revolucionarios. La censura oficial desembarcó en la emblemática Globovisión, llevándose por delante a dos conocidos conductores. Los periódicos y revistas no importaron tanto, porque su penetración e influencia en los bastiones chavistas es limitada, pero la entrada del oficialismo en la cadena Capriles, significa el control de Ultimas Noticias, el diario de mayor difusión. Las empresas periodísticas más asociadas al golpe petrolero de hace doce años fueron progresivamente liquidadas, anuladas o vendidas a empresarios de confianza, pues buena parte de sus negocios dependen de la administración. A partir del 2002, las mayorías electorales del gobierno promulgaron leyes y sancionaron normas sobre contenidos y frecuencias radiales para forzar su claudicación o cierre.

Ni perdón, ni olvido. La consigna fue demoler desde sus cimientos el activismo de la prensa opositora del 2002, y sustituirlo por el activismo gubernamental desde las trincheras asaltadas y desalojadas: estudios mantenidos a flote pero bajo control político. La correlación de fuerzas en la prensa es hoy diametralmente opuesta a la observada por este periodista en Caracas durante las vísperas y desarrollo del golpe de Estado contra Chávez. Entonces, el grueso de los los medios de comunicación habían asumido el papel de los partidos de oposición, lastrados por luchas facciosas y por carcamales de Acción Democrática y COPEI, incapaces de renunciar a los vicios de un bipartidismo de cuatro decenios carcomido por la corrupción y la arbitrariedad en la distribución del maná petrolero.

“¡A tomar las calles!”, “Ni un paso atrás”, eran algunos de los golpistas titulares de prensa. Un columnista encabezó sin ambages: “tiempo para derrocar este gobierno”. En las vísperas del fugaz derrocamiento de Chávez, el ariete antigubernamental estaba a formado por una constelación de fuerzas hermanadas contra el fallecido mandatario, los cinco principales canales privados, (Venevisiòn, Radio Caracas Televisión, y Canal Metropolitano Televisión y Globovisión) y nueve de los diez periódicos más importantes del país. Con más prisas que pausas, el Gobierno ha construido su propio imperio mediático en prensa escrita, radio y televisión para magnificar sus políticas y arrinconar a la oposición. La prensa antigubernamental tampoco fue muy generosa en la Venezuela de las dos trincheras cuando controlaba programaciones y consignas pues siempre consideró que la permanencia de autoritario mandatario de la boina colorada era un peligro para la democracia. El chavismo reaccionaba entonces con encadenamientos obligatorios a los monólogos de Chávez en su programa ‘Aló presidente’.

Con la fallida designación de Vladimir Villegas como director de Globovisión, a mediados de mayo, el ejecutivo quiso negar el denunciado totalitarismo mediático en ciernes, pues aunque el periodista ocupó cargos en la administración chavista y es hermano del actual ministro de Información, milita en la oposición desde el 2007. Abandonó el oficialismo, pero sin portazos. Sus explicaciones para rechazar la dirección de la cadena, “el periodismo con el que sueño es libre, autónomo”, limitan con la ingenuidad o el cinismo. Villegas y los dos conductores posteriormente censurados, Kiko Bautista e Ismael García, sabían perfectamente que el gobierno de Nicolás Maduro no promoverá la equidistancia y la pluralidad en Globovisión porque necesita la cadena a plena dedicación, como herramienta propagandística y política. La necesita para anunciarse y salir al paso de quienes siguen denunciando fraude en las elecciones del 14 de abril y anticipan el fracaso de su presidencia a caballo de las disputas internas, el desabastecimiento y la carestía.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_