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“Soy víctima de una persecución del Estado”

Zoilamérica Narváez, quien en 1998 acusó a Daniel Ortega de violarla sistemáticamente cuando era una niña, denuncia acoso del Gobierno sandinista

Carlos S. Maldonado
Zoiloamérica Narváez, en un juzgado de Managua en 2001.
Zoiloamérica Narváez, en un juzgado de Managua en 2001.REUTERS

Zoilamérica Narváez volvió repentinamente del aislamiento en el que se había sumido. La hijastra de Daniel Ortega, quien atrajo la atención del mundo al denunciar en 1998 que el exguerrillero sandinista había abusado sexualmente de ella cuando era una niña, reapareció en los medios de comunicación de Nicaragua el pasado mes de mayo para denunciar una encarnizada persecución en su contra por parte del Gobierno de Ortega. Lo acusa de haber ahogado financieramente a la organización no gubernamental que fundó –el Centro de Estudios Internacionales– y expulsado a su compañero del país, acusándolo de violar las leyes migratorias nicaragüenses.

Narváez está ahora en Costa Rica, donde se reunió con su compañero, el boliviano Carlos Ariñez Castel, y desde donde explica a EL PAÍS el motivo de su reaparición mediática. Asegura que ha vivido una pesadilla en los últimos años, porque desde la Secretaría del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), controlada por Ortega y su esposa, Rosario Murillo, se le ha prohibido trabajar, mantener encuentros públicos o hablar con otros sobre su caso. Su madre, Murillo, la ha llamado personalmente para amenazarla, asegura Narváez. ¿El motivo? El peso simbólico de la mujer que un día decidió retar al caudillo nicaragüense y cuya denuncia desenmascaró a un hombre que muchos veían como uno de los últimos representantes de la izquierda revolucionaria latinoamericana.

“Afirmo que fui acosada y abusada sexualmente por Daniel Ortega Saavedra, desde la edad de 11 años, manteniéndose estas acciones por casi veinte años de mi vida. Afirmo que mantuve silencio durante todo este tiempo, producto de arraigados temores y confusiones derivadas de diversos tipos de agresiones que me tornaron muy vulnerable y dependiente de mi agresor”, narró Narváez en el desgarrador testimonio en el que daba cuenta de las vejaciones infligidas por Ortega. Muchas organizaciones, sobre todos feministas, la apoyaron, aunque años después se sintieron traicionadas cuando Zoilamérica decidió hace seis años retirar la demanda que había interpuesto ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, acusando al Estado de Nicaragua por denegación de justicia.

Narváez asegura que lo hizo de buena fe, para reintegrarse a una vida social después de años de desgaste. Asegura que hubo un arreglo con el Estado de Nicaragua, pero no una reconciliación familiar. Asegura que no renunció a su lucha, sino que “simplemente hice un cambio de método”. Y ahora, dice, el Gobierno la persigue, por eso han ahogado financieramente a su ONG prohibiendo a Gobiernos como el de Noruega que le entregue apoyo económico, y por eso deportaron, como si fuera un criminal, a su compañero boliviano.

La imagen de Narváez con el rostro pegado a un alambrado, en las afueras de la Dirección de Migración, en Managua, angustiada y esperando noticias de su compañero, sin duda pasará a la historia de este país como un nuevo símbolo de los abusos de poder en Nicaragua, tal como ha pasado aquel relato de 1998, cuando Narváez denunció por violación a Daniel Ortega. “Me miran como un enemigo político”, asegura la mujer en esta entrevista.

Pregunta. ¿Qué la motivó a salir nuevamente a luz pública, después de varios años de alejamiento?

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Respuesta. En un proceso en el que no he encontrado justicia en los tribunales y otras instancias jurídicas, he encontrado protección y apoyo en los medios de comunicación. En el momento en el que el bloqueo político y la asfixia económica llegan al máximo, yo pretendo hablar como una medida de protección. Mi aparición en los medios tiene que ver con dejar evidencias públicas del grave riesgo en el que me encuentro.

P. ¿A qué se debe ese acoso? Usted retiró la demanda contra el Estado por negación de justicia tras su denuncia de violación contra Daniel Ortega.

R. El sistema interamericano, que es donde yo tenía interpuesta una demanda contra el Estado de Nicaragua por denegación de justicia, permite que los Estados y la víctima lleguen a algún acuerdo para el restablecimiento de las condiciones ciudadanas de la víctima. Yo tuve un acuerdo que se llama solución amistosa, pero después de diez años de buscar justicia en los tribunales nacionales e internacionales. Dejé muy claramente establecidos mis dos requerimientos para hacer este tipo de acuerdo: que se me permitiera trabajar en condiciones plenas y las garantías de seguridad para mí y para mis hijos. Eso me permitió reintegrarme socialmente, fue todo un proceso de recuperar mis espacios.

P. Luego de este acuerdo, ¿tuvo algún acercamiento con Rosario Murillo y la familia Ortega?

R. Toda la relación familiar ha sido regulada por ese criterio de considerarme más bien una enemiga política que un miembro de la familia. Por eso es que no acepto que se piense que hubo una reconciliación. Mi relación familiar finalizó a los veinte años y por más de 25 no he tenido ningún acercamiento familiar, nunca me he encontrado con todos mis hermanos. Yo actué de buena fe al momento de retirar la demanda.

P. ¿Interpreta esa persecución que denuncia como un temor del Gobierno a que usted reviva la acusación por violación contra Ortega?

R. Yo soy la historia, para ellos yo soy el recuerdo de un gran abuso de poder, porque el abuso sexual es un gran abuso de poder. Y el abuso de poder que empezó en mi casa, que empezó en mi cuerpo, es el abuso de poder que hoy tenemos como una conducta política. La persona que no me creyó en aquel momento, es la que hoy actúa como principal cómplice en toda esta situación de persecución.

P. ¿Rosario Murillo?

R. Sí.

P. ¿Qué sintió en aquel momento cuando interpuso una acusación por violación y su madre, Rosario Murillo, se puso del lado del acusado, Daniel Ortega?

R. Sólo viviéndolo uno puede asimilar el daño que genera el ofensor sexual al romper definitivamente el vínculo entre madre e hija. Y hay una gran mayoría de madres desobedientes que reaccionan de esta manera, y si a eso le agregas el poder político, es letal.

P. ¿Ha perdonado a su mamá por haber elegido la política y no haberse puesto del lado de su hija?

R. Yo la he perdonado, la perdono todos los días. Mi mayor desafío no es actuar contra ellos (Ortega y Murillo), yo no me considero una enemiga de ellos, yo no tengo luchas personales.

P. ¿Mantiene su acusación de 1998? ¿Mantiene aquella denuncia en la que afirmó que fue acosada y abusada sexualmente por Daniel Ortega?

R. Absolutamente. Ante tanta negación de espacios para demostrar la verdad, siempre estuve convencida de que ésta resplandece. Yo llevo en mí esa verdad, que también continúa en la conciencia de mucha gente. Jamás me he retractado ni me voy a retractar, porque sería actuar contra mí misma.

P. ¿Qué le diría ahora a las personas y organizaciones (principalmente feministas) que la apoyaron en su largo proceso de denuncia y demanda y que luego se sintieron traicionadas cuando retiró la demanda?

R. Yo siempre los llamo mis amigos, porque en mi caso han sido muy pocas las organizaciones que estuvieron a mi lado. Sé que se sintió como una gran traición el que yo haya dejado los tribunales de justicia, pero no dejé de luchar, simplemente hice un cambio de método de lucha como debe hacerse en momentos cuando te das cuenta que un espacio comienza a hacerse desgastante. Pido que confíen en mí.

P. Ha denunciado un intento del Gobierno por ahogar su organización, luego fue expulsado su compañero de Nicaragua, ¿hasta dónde cree que puede llegar el Gobierno del presidente Ortega en su contra?

R. La ONG está prácticamente cerrada. Hemos estado viviendo una serie de eventos que nos llevaron, además de la asfixia económica, a no poder operar con normalidad. Luego vienen estos intentos de persecución más personal, hasta llegar a la deportación de Carlos. El mensaje es que las personas cercanas a mí van a ser penalizadas y que la violencia, la acción policial, tampoco va a ser una excepción en mi caso. A estas alturas creo que son capaces de todo.

P. ¿Teme por su vida o la de sus hijos?

R. Los creo capaces de todo. Son capaces de crear la ilegalidad por la que uno va a ser juzgado y convertido en delincuente. Hay paramilitarismo, pero se disfraza como activistas políticos que actúan espontáneamente. La comunidad internacional tiene que volver sus ojos a Nicaragua, porque la Nicaragua que conocieron no es la Nicaragua de hoy y hay que entenderla tomando datos de esta realidad, que son verdaderamente alarmantes.

P. ¿Habría la posibilidad de que llegue a un acuerdo como ya ocurrió en el pasado?

R. Aquí no hay ninguna posibilidad de dialogar. Lo que hay es el uso de la fuerza, y nadie puede bajo el uso de la fuerza y la amenaza considerar una salida a esta solución. Yo he sido víctima de una persecución de Estado y no hay posibilidad de una solución familiar, porque no es un problema familiar. Una víctima no puede negociar con un Estado al margen de la ley, por lo tanto voy a actuar conforme la ley, porque es la única que me queda.

P. ¿Estaría dispuesta a pedir asilo en otro país o regresará a Nicaragua?

R. Continúo teniendo todo en Nicaragua. Estoy conversando con expertos en derechos humanos, estamos haciendo consultas para conocer cuáles serían los mecanismos que me permitan estar protegida en Nicaragua, aunque las opciones resultan pocas. Voy a agotar las posibilidades, porque el costo más alto de un asilo es el no poder regresar a Nicaragua. Se pretende cercenar mi derecho personal y político de hacer mi vida, y eso no lo puedo aceptar. Tengo que encontrar una manera de que mi voz siga siendo escuchada, sin darles el mayor triunfo, que sería eliminarme.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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