_
_
_
_
_

Doña Julieta ya no escucha cumbia

La madre de uno de los 12 desaparecidos del DF habla de la dureza de una espera sin resultados que ha durado ya 46 días. Su salud se resiente y la economía de su casa se hunde

Pablo de Llano Neira
Julieta González, en su domicilio de México DF.
Julieta González, en su domicilio de México DF.RODOLFO VALTIERRA R.

Julieta González es la madre de Jennifer Robles, raptada hace 45 días en una discoteca de México DF con otros 11 jóvenes. Hace dos semanas tuvo que ir al médico. “El doctor me recetó antidepresivos para poder dormir y estar tranquila, porque se me quería ir la boca de lado, de los nervios, de la preocupación de que no está mi hija. Lo empecé a notar a los cuatro días. El doctor me dijo que se me podía poner la boca chueca”. La señora González habla en su casa de la colonia Moctezuma, en el taller donde fabrica peluches para vender en la calle. En una esquina está sentada su hija Jacqueline. Está recluida en su teléfono móvil. La habitación es pequeña. Jacqueline masca chicle. Su madre le pregunta cómo se llama eso de que se te ponga la boca chueca.

–Embolia.

Las paredes del taller de Julieta González están pintadas de azul. En un estante tiene una foto de su hija Jennifer colocada a la espalda de una figura de San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles. Al lado de San Judas hay uno de esos gatos de la suerte japoneses que mueven mecánicamente la patita hacia delante y hacia atrás. Desde que su hija desapareció la señora González duerme muy poco. Tampoco quiere salir a la calle más que lo necesario. Tiene cara de mucho cansancio. Mira hacia el gato y lamenta lo que le ha pasado a su familia.

–Pinche gato, nos volteó la suerte.

Desde que su hija desapareció la señora González tampoco trabaja. Ya debe dos meses de renta y le han cortado la luz. Este lunes una amiga le prestó dinero. Dice que su amiga confía en ella. “Mucha gente me conoce de que yo no soy tracalera, no soy ratera”. Con este dinero va a comprar material para hacer osos de peluche. Julieta González se dedica a eso desde los 14 años. Era el negocio de su abuela. Osos, pitufos, elefantes, muñecas pecosas, duendes. Antiguamente les hacían un hoyo y los rellenaban de trigo. Ella es la única fuente de ingresos en su casa. Vive con Jacqueline y con tres hijos de esta. El mayor tiene diez años. Dos de ellos se ponen a jugar a darse golpes al lado del frigorífico. El taller también es una cocina. Encima del frigorífico hay una fuente con algunos plátanos. La señora González les pega un grito para que paren. Dice que los niños ya no son obedientes como eran antes.

–Interrumpen, deben respetar.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El más pequeño, de cinco años, la mira con cara de pillo y pone las manos como para rezar.

–¡Respetar, menso, no rezar! –le grita su abuela. Y los niños se van.

Una foto de la desaparecida Jennifer Robles en su casa.
Una foto de la desaparecida Jennifer Robles en su casa.R. VALTIERRA

Antes de pedirle dinero a su amiga, Julieta González había ido empeñando las joyas que tenía. Dos pulseras el 10 de junio. Dos anillos el 14. Un anillo, unos aretes y otras pocas cosas el 18 de junio. Los dos anillos del día 14 se los había regalado su pareja, un hombre que murió hace dos años asesinado a golpes por unos asaltantes, según explica la señora González. Su familia es un matriarcado a la fuerza. El hombre con el que tuvo sus tres hijos (además de la desaparecida Jennifer y de Jacqueline, tiene un varón) la abandonó muy pronto. Jacqueline también se separó desde el principio del hombre con el que tuvo sus tres hijos. Jennifer tiene uno de seis años. Ella tampoco seguía con el padre. “Siempre hemos sido solas”, dice Julieta González, de 50 años. Su padre abandonó a su madre cuando ella estaba en primero de primaria.

En los últimos 46 días a la familia González solo le han pasado dos cosas positivas. Este año la hija de Jacqueline sacó un 9,4 sobre 10 de nota media y le han dado un diploma. Su hermano de diez años también lo ha hecho bien. Sacó un 8,4. Pero todo esto tampoco ha sido perfecto. Julieta González envío a una hermana suya a recoger el diploma de la niña porque ella no se sentía con fuerzas para llevarlos al acto de celebración. “Me da la depresión y me pongo llore y llore. No quiero ver a nadie. Tampoco prendo el radio para escuchar cumbia. Solo lo prendo por la mañana por si dicen algo de mi hija”. La ceremonia fue el viernes pasado. La señora González dice que el domingo abrió el sobre del diploma, lo miró y se puso a llorar sola en el taller donde fabrica peluches. Al principio de la conversación había mostrado los boletos de empeño de sus joyas. Ahora enseña el diploma de su nieta.

A Daniela Robles González. Por haber obtenido el cuarto lugar de aprovechamiento en el grupo 3ªA durante el ciclo escolar 2012-2013. México DF, a 05 de julio de 2013.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_