_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dejar de ser grande

El escándalo del espionaje masivo se extiende como una mancha de aceite transformada en bumerán contra el crédito de la primera potencia mundial

Francisco G. Basterra

El estallido de la vasta operación de espionaje electrónico sobre presuntos adversarios, competidores económicos, enemigos, terroristas o no, incluso aliados en varios continentes, perpetrada por Estados Unidos, se extiende como una mancha de aceite transformada en bumerán contra el crédito de la primera potencia mundial. Incluso en el interior del país se levantan voces, desde el Congreso, la sociedad civil, los mismos gigantes tecnológicos que han cooperado en la trastienda con la Agencia de Seguridad Nacional, contra el cibererspionaje a todas luces ilegitimo. Parecería que en algún lugar del poder norteamericano, todavía enfermo de la conmoción que produjo el Pearl Harbor terrorista del 11-S de 2001, alguien haya decidido romper todo principio de proporcionalidad entre la libertad y la seguridad. EE UU usa su tecnología superior y su presencia global como nación todavía necesaria, aunque ya no indispensable, para mantener su primacía económica y militar en una realidad geopolítica cambiante. Cuidado con diagnosticar antes de tiempo el declive de la nación de George Washington; paradójicamente la crisis del espionaje tous azimuts que estamos viviendo este verano, ejemplarizaría todo lo contrario. Aunque la leyenda urbana mantiene que este siglo será asiático y su capital, Pekín. Un estudio del centro de investigación norteamericano Pew, conocido esta semana, sobre las actitudes globales en 39 países, refleja la percepción mayoritaria de que es inevitable que China reemplace a EE UU como primera potencia mundial.

Alemania ha sufrido la humillación de enterarse de que la NSA, a través de la operación Prisma, recoge al mes 500 millones de conversaciones originadas en la cabeza de Europa. Merkel, que fue educada en las juventudes comunistas de la RDA y sabe perfectamente lo que es vivir en una sociedad espiada, ha tenido que advertir a Washington de que en su país rigen las leyes alemanas y de que la eufemística monitorización de los amigos es intolerable. Pero se ha tenido que tragar el sapo y ha enviado a su ministro del Interior a Washington, donde le dijeron que no podía acceder a los detalles del totalitarismo de datos, fuera de los ojos extranjeros, pero que gracias al mismo han sido evitados 45 ataques terroristas, 25 de ellos en Europa, 5 en la propia Alemania. La NSA ha contado con la ayuda del servicio secreto alemán, el BND. Entre bomberos no se pisan la manguera y se produce una división del trabajo entre los servicios de inteligencia. Los diseñadores y ejecutores pueden admitir que es feo, pero es lo que hay y viene haciéndose desde hace décadas. Merkel es nuestro capitán Schettino, el del buque Costa Concordia, clama la prensa alemana. La canciller, que ya está en campaña para las elecciones del 22 de septiembre, ha sido responsabilizada por la oposición socialdemócrata de no proteger a los ciudadanos alemanes violando así el artículo 56 de la Constitución. Frau Merkel se va de vacaciones sin contestar dos preguntas: ¿Qué sabía? y ¿cuándo lo supo?

La pedrada lanzada por el analista Snowden, que vegeta en el aeropuerto de Moscú, acogido a la interesada benevolencia del autócrata Putin que continúa su camino hacia un Estado policial, ha provocado ondas mayores que las conseguidas por Assange con su Wikileaks. Esta saga, que está pidiendo a gritos un nuevo Le Carré, es extraordinaria por sus dimensiones y su secretismo. Desde 1985, 80 grandes corporaciones, que operan con trafico de datos, empresas de telecomunicación, proveedoras de infraestructura de redes, compañías de software y empresas de seguridad, cooperan con la NSA. El espionaje afecta a billones de minutos de trafico internacional telefónico, cables submarinos de internet que transportan, en segundos, datos equivalentes a los que almacena la Biblioteca del Congreso en Washington, más billones de correos electrónicos. La tecnología permite recoger ininterrumpidamente estas señales. La NSA ha construido una enorme instalación en el Estado de Utah con centenares de servidores que almacenan el tesoro.

¿Cómo alguien pensó que algo de esta dimensión podía mantenerse oculto? La filosofía que envuelve esta inmensa aspiradora de datos globales es muy reveladora. La cuenta el Washington Post que se la atribuye al general de 4 estrellas Keith Alexander, director de la NSA. Durante una visita a la agencia de recolección de datos de los primos hermanos británicos, reflexionó que en vez de buscar selectivamente la aguja en el pajar, sería mucho más práctico hacerse con el pajar entero: “recogerlo todo, etiquetarlo y almacenarlo”. Ante este estado orwelliano fabricado por los EE UU de Obama, la permanencia de la cárcel de Guantánamo y el uso de los drones para ejecutar asesinatos selectivos, incluso de tus propios ciudadanos, no es impertinente reflexionar sobre como un gran país puede dejar de serlo. Adoptemos la visión más optimista mantenida por Winston Churchill: “los estadounidenses harán lo correcto después de agotar todas las demás posibilidades”.

fgbasterra@gmail.com

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_