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El papa Francisco defiende la “laicidad del Estado”

Bergoglio recuerda ante la clase dirigente de Brasil que su objetivo es “erradicar la pobreza”

Río de Janeiro -
El papa Francisco durante la misa ofrecida en la catedral de San Sebastián, en Brasil.
El papa Francisco durante la misa ofrecida en la catedral de San Sebastián, en Brasil.LUCA ZENNARO / POOL (EFE)

No hay intervención del papa Francisco en Río de Janeiro que no esconda una carga de profundidad, un aviso para navegantes propios y ajenos. Durante un encuentro con la clase dirigente de Brasil, Jorge Mario Bergoglio reivindicó el “sentido ético” y el “diálogo constructivo” como herramientas principales de la política: “Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: diálogo, diálogo y diálogo”. Después de insistir en la “responsabilidad social” de los gobernantes, el jefe de la Iglesia católica sorprendió al defender con nitidez el Estado laico: “La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”.

Solo unas horas antes, durante el Vía Crucis celebrado la noche del viernes en la playa de Copacabana, el papa Francisco había hecho solidario a Jesús con los jóvenes que han perdido la confianza en la política por “el egoísmo y la corrupción” de los gobernantes y hasta la fe en Dios por la “incoherencia” de la Iglesia. Así que, durante la jornada del sábado, aprovechó un encuentro con la clase dirigente de Brasil y un almuerzo con los cardenales y obispos de la región para poner los puntos sobre las íes. A los poderosos les insistió en su responsabilidad social: “El futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad”.

Dijo Jorge Mario Bergoglio que “el sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes” y, para alcanzarlo, insistió en el que consejo que, según dijo, siempre da a los líderes que se lo piden: “Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo que una persona, una familia o una sociedad crezca es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Solo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas. Hoy, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos pierden”.

Ya frente a los altos representantes de la curia brasileña, el papa Francisco se refirió, sin citarla expresamente, a la sangría de fieles que, desilusionados con la Iglesia católica, buscaron el refugio de las iglesias evangelistas. “A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez. La lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez (…). Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado lejana de sus necesidades, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta. El hecho es que actualmente hay muchos como los discípulos de Emaús: no solo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica”.

Después de pintar un paisaje ciertamente desolador de la Iglesia, Jorge Mario Bergoglio se preguntó: “¿Qué podemos hacer?”. Y ahí Francisco vuelve a la idea que brindó a los muchachos argentinos hace un par de días: “Salgan a la calle y hagan lío. Que me perdonen los obispos y los curas, pero la Iglesia tiene que cambiar”. Y el cambio que propone es un regreso radical a los orígenes: “¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de los que se han marchado, de escucharlos, de participar en su conversación”. El papa Francisco también advirtió a los obispos de la importancia de las mujeres en la vida religiosa: “No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si pierde a las mujeres, la Iglesia se expone a la esterilidad”

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