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Los manifestantes invaden el desfile militar en Río de Janeiro

La policía dispersa a los que protestaban entre una gran humareda de gases mientras sonaban las sirenas de los bomberos

Juan Arias
Manifestantes irrumpen en el desfile militar de Río de Janeiro.
Manifestantes irrumpen en el desfile militar de Río de Janeiro. Antonio Lacerda (EFE)

Mientras el desfile militar del 7 de septiembre, fiesta de la independencia de Brasil, pudo celebrarse sin violencia, blindado por 8.000 agentes, con la presencia de la presidenta Dilma Rousseff y demás autoridades del Estado, en Río de Janeiro, la parada militar vivió momento de gran tensión cuando un grupo de manifestantes consiguió invadirlo. A partir de ese momento se vivieron escenas fellinianas. Fuerzas policiales de todo género fueron convocadas para dispersar a los manifestantes e impedir que continuaran mezclándose con los que desfilaban oficialmente.

El desfile que tenía lugar en la Avenida Getulio Vargas seguía en una dirección y en la paralela cientos de policías armados con escudos y máscaras de gas desfilaban en la otra dirección dispersando a la gente con una gran profusión de gases lacrimógenos que llegaron a herir a un reportero del diario O estado de Sâo Paulo, mientras otros que estaban narrando la escena para la TV Globo advertían que dejaban de narrar porque se sentían asfixiar. El contingente de la fuerza de choque corría dispersando a los manifestantes entre una gran humareda de gases mientras sonaban las sirenas de los bomberos que llegaban para socorrer a los heridos.

Los gases lacrimógenos alcanzaron a los que asistían en los palcos al desfile militar que empezaron a abandonar el lugar atemorizados, mientras los cuerpos del Ejército seguían desfilando ignorando la confusión creada. Al mismo tiempo, coches de la policía militar se llevaban detenidos a jóvenes que se habían presentado enmascarados, algo que estaba prohibido en varias ciudades, entre ellas en Río de Janeiro. Los coches de la policía se vieron rodeados por los manifestantes mientras a malas penas conseguían hacer entrar a los detenidos que se resistían a hacerlo.

Vistas desde lo alto, transmitidas por los helicópteros de las televisiones, las escenas del desfile militar oficial junto con los policías corriendo literalmente detrás de los manifestantes en medio a humaredas de gases, daban la impresión más bien de estar presenciado escenas del teatro del absurdo que hasta despertaban a veces hilaridad de no tratarse de momentos de dura violencia tanto policial como del grupo más extremista de la manifestación formado por el colectivo anarquista de los Black bloc.

Las manifestaciones en más de 150 ciudades estaban mientras tanto en curso, cada una con sus características y sus reivindicaciones, unas minoritarias y otras más numerosas, pero todas ellas temorosas de las fuerzas del orden a las que esta vez no les tomó desprevenidas como en junio pasado. Tenían además órdenes de no condescender con el más mínimo gesto de violencia. Y lo cumplieron.

La gran novedad de la mañana fue que este año, en algunas ciudades, los desfiles militares habían sido cancelados por miedo a las manifestaciones. En las que fueron celebrados, la asistencia del público fue enormemente menor y fue recortado el tiempo de los desfiles. En Brasilia, se estimaba que acudieran oficialmente 30.000 personas y asistieron sólo 5.000, según la policía. En Sao Paulo, se veían grandes huecos en las tribunas y por primera vez, en el palco oficial y entre los jóvenes de las escuelas que suelen desfilar con los militares, aparecieron pancartas de protesta y de reivindicaciones. En Brasilia, acabado el desfile, que fue literalmente tomado por 8.000 agentes, sin dejar acercarse ni de lejos a los manifestantes, la gente, convocada por el grupo Brasil contra la corrupción empezaba a manifestarse en el centro de la ciudad.

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La noche del viernes, en cadena nacional, la presidenta Rousseff, con gran acierto político, tomó partido a favor de las manifestaciones convirtiéndose ella misma en uno más de los indignados. Afirmó que la población “tiene el derecho de indignarse y de exigir cambios y reformas”. Según la mandataria, “infelizmente somos aún un país con servicios públicos de baja calidad”, recordando que esa baja calidad de los servicios en transportes, educación, sanidad y seguridad pública, habían sido el común denominador de las protestas de junio pasado. Y prometió escuchar la voz de la calle.

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