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El socio inevitable

Polonia, pilar del euroentusiasmo, es el mejor amigo que puede encontrar Alemania en su afán por una nueva política europea

BARTOSZ T. WIELINSKI (GAZETA WYBORCZA)

El domingo 2 de julio de 2006 por la tarde estaba haciendo la maleta. Por la mañana tenía previsto ir de Berlín a Weimar para participar en la cumbre del Triángulo de Weimar, una especie de grupo polaco, alemán y francés que celebraba el 15º aniversario de su creación. El aniversario lo iban a celebrar los por aquel entonces líderes de los tres países, Lech Kaczyński, Angela Merkel y Jacques Chirac. Sin embargo, los preparativos para el viaje los interrumpió una llamada telefónica desde Varsovia. “No vas a ninguna parte, Kaczyński ha cancelado la cumbre”, escuché por el auricular.

Me froté los ojos por el asombro. Resultó que la enfermedad por la que el presidente polaco no voló a Weimar fue solamente una excusa. Varsovia canceló la cumbre porque algún periódico alemán había ofendido al presidente y a su familia. Según otra versión, el texto escrito por los alemanes (el presidente recibió su traducción junto con otros artículos alemanes sobre Polonia cuando se estaba preparando para la visita) era agresivo hasta tal punto que Kaczyński realmente cayó enfermo de los nervios. El periódico había sido supuestamente el Die tageszeitung, un rotativo de izquierdas y destinado a un público específico. Su último texto sobre los Kaczyński fue una sátira de la serie titulada “Los canallas que quieren gobernar el mundo”. Y efectivamente, el texto carecía de gracia y buen gusto. No obstante, la cancelación de la reunión internacional por culpa de un artículo estúpido en un periodicucho no me entraba en la cabeza. Y eso no fue más que el principio. En los años 2006 y 2007, el por aquel entonces jefe de la diplomacia alemana se quejaba durante sus reuniones con un grupo de diplomáticos de confianza de que a Alemania le resulta difícil encontrar a algún aliado en Europa. Los británicos, los franceses y los españoles estaban entregados a sus propias causas. “Lo mejor sería colaborar con los polacos”, dijo, después de lo cual, suspiró. En aquel entonces, cualquier acuerdo entre Berlín y Varsovia era solo una fantasía.

Eso cambió en invierno de 2007, después de las elecciones anticipadas que tuvieron lugar en octubre en Polonia. Bastó con que, en diciembre, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores Radosław Sikorski, y acto seguido el primer ministro Donald Tusk, viajaran a Berlín y, en seguida, las relaciones empezaron a descongelarse. Esto no fue difícil puesto que las élites alemanas trataban a Tusk como a un hombre providencial que iba a desviar a Polonia del camino equivocado. Ambas partes se mostraban comprensivas la una con la otra. Tusk dejó caer en el olvido el hecho de que el año anterior, en Berlín, los colaboradores de Angela Merkel le trataran de forma bastante brusca porque, al fin y al cabo, tanto él como su partido perdieron las elecciones. Por otro lado, los alemanes olvidaron las duras críticas de Sikorski con respecto al gasoducto ruso-alemán denominado Corriente Norte, en construcción en el Báltico. Como dicho gasoducto rodeaba a Polonia y debido a que la decisión sobre su construcción se había tomado sin que Varsovia diese su opinión, Sikorski comparó la inversión con el pacto Ribbentrop – Molotov. En diciembre de 2007, esta clase de tono era cosa del pasado. Seis años más tarde, las relaciones entre Berlín y Varsovia son más buenas que nunca en la historia, los dos países trabajan en estrecha colaboración y reina la normalidad.

Los expulsados y su jefa, Erika Steibach, por fin han dejado de desempeñar cualquier papel. El Gobierno alemán se ha encargado de la construcción del museo dedicado a los alemanes deportados después de la guerra (antes quería crear esta institución la Unión de Expulsados) y ha asumido la responsabilidad de que en el mismo no se falsifique la historia. El consejo asesor cuenta con la participación de dos historiadores polacos de renombre. En cambio, entre las autoridades del museo no se encuentra Erika Steinbach.

La confluencia de varias circunstancias ha propiciado el incremento de la confianza entre polacos y alemanes. Europa no tiene que preocuparse por el estado de la economía polaca ya que, de momento, Varsovia se enfrenta a la crisis con éxito. El lema “polnische Wirtschaft”, popular al otro lado del río Odra (Oder), que describe el país en un estado de ruina, ha cambiado de significado.

A la hora de buscar a un socio en Europa, Merkel no tiene mucha elección. Los países que hasta ahora decidían conjuntamente la forma que debía adoptar Europa están sumidos en la crisis, o centrados en sus disputas políticas internas, o bien, como Gran Bretaña, barajando la opción de abandonar la UE. Polonia es el pilar del euroentusiasmo. Si hubiera adoptado el euro hace años, ahora tendría más que decir en la UE.

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También es importante el hecho de que Merkel y Tusk se lleven bien y exista “química” entre ellos. Me pregunto si la debilidad que siente Merkel por Polonia se debe a su fascinación con el país, que empezó con sus viajes a Polonia en la década de 1980. O puede que el responsable sea su abuelo polaco. De todos modos, a la canciller y al primer ministro los une tanto el pasado (se criaron en una sociedad socialista) como la manera de hacer política. Los dos son pragmáticos hasta más no poder y despiadados con sus rivales.

Lo que me sorprendió

Incluso unas semanas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, se podía llegar desde la Alta Silesia a Berlín en tren en cuatro horas y media. Cuando en 2005 empecé a viajar a la capital alemana desde mi ciudad natal, Katowice, pasaba más de ocho horas en el tren. ¿La razón? El desastroso estado de las vías en las zonas fronterizas de ambos lados del río Nysa (Neisse).

Sorprendentemente, los polacos pusieron las manos a la obra y han reformado las líneas gracias al dinero de la Unión Europea. Alemania no lo hizo porque Deutsche Bahn [la empresa ferroviaria nacional] consideró que no merecía la pena invertir en la parte oriental de Alemania. En la actualidad no hay conexión ferroviaria entre Katowice y Berlín. Para acortar el trayecto, Deutsche Bahn facilita un autobús.

Bartosz T. Wieliński fue corresponsal en Berlín de Gazeta Wyborcza entre 2005 y 2009.

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