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Los escépticos con la versión de Merkel

Tres voces críticas con la gestión alemana de la crisis del euro que contrastan con la planicie intelectual de la opinión pública germana

En materia de política exterior y, sobre todo, de política europea, Alemania se revela como una planicie intelectual donde impera el monocultivo. En eso están de acuerdo la mayoría de los observadores extranjeros. “Resulta sorprendente que el debate alemán sobre la crisis del euro se caracterice por la falta de profundidad y de perspectivas diferentes”, comenta Sony Kapoor, jefe de la fundación londinense Re-Define.

Es cierto que la opinión pública alemana acepta de forma más o menos acrítica el rumbo europeo fijado por la canciller Angela Merkel. Las cuotas de aprobación de su gestión son altas; según el Economist, los alemanes creen que Merkel los ha “protegido del caos circundante”. Merkel no tiene fuerte viento en contra procedente de la oposición ni de los principales medios de comunicación alemanes. En principio, el SPD y los Verdes, los dos partidos más importantes de la oposición, no cuestionan el rumbo que ha adoptado. Exigen correcciones, pero han apoyado al Gobierno en las cuestiones esenciales concernientes al rescate del euro.

Aunque, como es natural, también existen actitudes críticas de científicos o periodistas que han manifestado muy pronto sus reparos frente a la política de crisis, han fustigado el recurso al ahorro y la "obsesión por las normas" de los alemanes, han considerado exagerado el miedo a la inflación, han reclamado más solidaridad con los países en crisis y han advertido de una posible fractura de Europa.

Vamos a presentar aquí a tres de ellos. No tienen nada en común salvo la sensación de estar del otro lado.

No existe una salida buena a la crisis del euro

Fritz W. Scharpf, ex-director del Instituto Max Planck de Investigación Social de Colonia


Scharpf es uno de esos pensadores que en estos momentos están haciendo cavilar a algunos políticos dentro del SPD: si Merkel consideraba la fidelidad al euro tan carente de alternativas ¿no se debería haber contravirado de forma más agresiva? Mientras que Wolfgang Streeck, su sucesor en Colonia (Geklaute Zeit [Tiempo robado]), concibe el euro como la coronación del proyecto neoliberal de un “estado consolidado”, Scharpf plantea sobre todo argumentos macroeconómicos. Su tesis, a grandes rasgos, es que el euro separa a los pueblos de Europa porque los mete a todos en un mismo corsé que terminará asfixiando necesariamente a algunos de ellos. Por tanto, lo mejor para el continente, por menos conflictivo, sería volver al sistema de tipos de cambio flexibles. Su lema es “¡Salvad a Europa del euro!"


Pero Scharpf no ha llegado a esta conclusión ayer mismo. Resulta sorprendente leer lo que publicó en diciembre de 1986 en el semanario Die Zeit. “Una carga explosiva para la comunidad. Alegato contra una unión económica y monetaria europea”, así se titula el texto en el que este politólogo previene frente a un euro cuya implantación todavía quedaba muy lejos en el tiempo. Según él, es cierto que en una unión monetaria se unifica la política monetaria. Ahora bien, para poder crear un equilibrio entre las heterogéneas economías nacionales, también hay que europeizar la política financiera. El problema es que no se puede contar con eso. Y la consecuencia son más desequilibrios económicos. “Esto beneficiaría en primer lugar a una Alemania que seguiría siendo especialmente competitiva dentro de Europa; y saldrían perjudicados … sobre todo los (entonces) nuevos países miembros de la comunidad”, es decir, los países del sur. Semejante evolución, continúa Scharpf, “aparecerá necesariamente como el resultado de un perseverante imperialismo económico alemán”.


Y así ha sido. Lo deprimente de su análisis es que no existe una salida buena de la “trampa del euro”. Las transferencias masivas a los sistemas sociales de los países en crisis para evitar que ocurra lo peor, que en opinión de Scharpf no eran necesarias, son tan imposibles de vender desde un punto de vista político como el final de la unión monetaria. “La política de Merkel se corresponde con bastante exactitud con los intereses dominantes de los alemanes. Parece completamente plausible afirmar: los otros han cometido errores, nosotros lo hemos hecho todo bien, así que mantenemos nuestro rumbo y que cambien los demás”.


La oposición no puede adoptar una auténtica postura opuesta. Porque entonces tendría que reclamar la salida del euro o una gran redistribución como la efectuada en el marco de la reunificación alemana. “He hablado de ello con el presidente del SPD Sigmar Gabriel”, explica Scharpf. “Mi análisis le convenció. Y a continuación me dijo: ‘Pero ¿cómo voy a hacer campaña electoral con eso?”. Alternativa por Alemania, el partido anti-euro, no es en absoluto una alternativa. “Solo se preocupa del dinero alemán, pero yo me preocupo de los países en crisis”.


No obstante, Scharpf no ve el futuro completamente negro. “La rigurosa política de devaluación interna de los países del sur traerá consigo progresos. Después de las elecciones alemanas, habrá también más transferencias. Así que se podrá ir tirando durante la próxima década. El mundo seguirá existiendo”.

“La gran Europa no existirá nunca”

Ulrike Guérot, European Council on Foreign Relations (ECFR), Berlín


Guérot es – a pesar de todo – una europea convencida, o al menos ve en una Europa realmente unida la solución de la mayoría de los problemas. Al igual que Jürgen Habermas, pensaba que la crisis podía o tenía que ser un vehículo que impulsara a Europa hacia adelante, que promoviera el surgimiento de una unión con una especie de gobierno en Bruselas, un presupuesto, una unión bancaria, una garantía de depósitos, una política exterior común, “por mí, hasta armamento nuclear común”. Pero no ha ocurrido nada semejante, sino todo lo contrario; se está propagando una renacionalización de la política europea y, cuando Angela Merkel reclama “más Europa”, no está pensando en absoluto en la línea de Guérot, sino en una cooperación más estrecha entre los Gobiernos. Demasiado tarde, demasiado vacilante, muy poco valiente: Guérot ha criticado la política alemana de rescate del euro desde el principio, y en buena medida también lo ha hecho porque en la ciencia y el periodismo imperaba la opinión contraria. Hablaba en aquel entonces de una “sensación de búnker”.


Pero luego llegó ese momento esperanzador. Era la época en que gente como Habermas, Wolfgang Schäuble o François Trichet, el predecesor de Mario Draghi en la cúspide del Banco Central Europeo, todavía difundían visiones de futuro y se empleaban a fondo en pro de una Europa unida realmente social o, por lo menos, en pro del nombramiento de un ministro de Hacienda europeo. Las entradas del blog de Guérot en la página web del ECFR destilaban pasión. Como, por ejemplo, aquella de enero de 2012, cuando casi creía poder palpar el cambio, cuando vislumbraba en el horizonte el surgimiento de una República Europea, de una democracia paneuropea.


Un año y medio después ha perdido la esperanza. "La gran Europa, con todo lo que eso realmente significa, no existirá nunca”. En lugar de eso percibe una tendencia a la renacionalización, a los gestos amenazadores hacia Bruselas. “Todos se someten al populismo”. Hace poco preguntó a 15 personalidades de varios países qué deseos les gustaría pedir a Berlín: “Respondieron al unísono: de Alemania depende que llegue a surgir una auténtica Europa”. La discrepancia entre estos deseos, que desembocan en una Europa federalista fuerte con un parlamento fuerte, y lo que está haciendo de hecho el gobierno de Merkel es inmensa. “El lema de Berlín es: o una Europa alemana o ninguna Europa”, comenta. Sigue considerando a Wolfgang Schäuble, el último gran europeo del gabinete, como un “referente esclarecedor”. “Pero lo han dejado al margen. Las decisiones se toman en un círculo muy próximo a la canciller; incluso el Ministerio de Asuntos Exteriores ha quedado totalmente fuera”.


Su conclusión es que Europa ha enfilado “la pendiente de la desintegración”. “Y una vez en ella, ya no es posible parar. Entonces llega un momento en que solo cabe decir: sálvese quien pueda”.

Alemania no está a la altura de su responsabilidad

Ulrich Speck, observador de política exterior, Heidelberg


Speck es un analista de política exterior que no pertenece a ninguna institución y que está muy alejado de la burbuja berlinesa. Le molesta la “autocomplacencia” de la política alemana. En su opinión, Alemania no está ni mucho menos a la altura de la responsabilidad que debería asumir en Europa y en el mundo. Echa de menos un debate serio sobre el papel que debe desempeñar el país, sobre una estrategia a largo plazo. Pero, como en Alemania no existe una cultura en materia de política exterior en cuyo marco se pueda desarrollar semejante debate, Merkel no se siente presionada a cambiar de rumbo.


Es cierto que, de momento, este rumbo resulta eficaz. “La cosa funciona en el ámbito económico. Si Alemania experimentara la misma fatiga económica que Francia, ya estaríamos buscando las causas”. En lugar de eso se dan “todas las condiciones para hacer una política de statu quo: aplausos para Merkel en Alemania y en el extranjero. Los británicos y los franceses le hacen la pelota e, incluso frente a Vladímir Putin, Merkel se comporta como si perteneciese a una categoría superior; solo sigue tratando de tú a tú a los estadounidenses y a los chinos”.


Alemania está “satisfecha” en política exterior, explica Speck. “Siempre quisimos tener un círculo de amigos alrededor y lo hemos conseguido con la ampliación de la UE y de la OTAN”. Por lo que parece, desde la perspectiva berlinesa el rescate del euro ha concluido. Con respecto a Europa, se debe mantener la UE, pero sin seguir molestando a los círculos alemanes. “Se han cumplido todas los cometidos”, explica Speck. “A nosotros nos va bien y Siria no es problema nuestro”. En opinión de la canciller, no hay motivo para adoptar, ni en Europa ni en las zonas de crisis internacionales, esa política más activa y más valiente que se necesita con urgencia. Pero esta actitud podría volverse en contra nuestra. “Si el euro fracasa, fracasa también el mercado común y entonces se desmoronaría toda la arquitectura erigida en la posguerra”. Lo que se le pide ahora a Alemania es que proponga una “negociación” del tipo que sea, un mecanismo para reconciliar entre sí el norte y el sur del continente. Pero, en lugar de asumir el liderazgo, el Gobierno federal sólo piensa de forma “particularista” en sus supuestos intereses propios.

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