_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rusia vuelve

La crisis siria ha desnudado las carencias de la política exterior de EE UU y ha permitido a Moscú recuperar un papel central

Francisco G. Basterra

Obama ha tropezado en el camino de Damasco desnudando una política exterior ayuna de estrategia, vacilante y que refleja su ambigua relación con el uso de la fuerza. El premio Nobel de la Paz por accidente ha preferido confirmar una de sus frases favoritas: “Fui elegido para terminar las guerras, no para empezarlas”. Al pedir tiempo en Siria como en baloncesto, su deporte preferido, ha revelado que Estados Unidos ya no es la nación indispensable que todo lo puede sola. De una tacada, su ambiguo manejo de la crisis ha achicado su presidencia, al tiempo que ha provocado el regreso de Rusia a la escena mundial, convirtiendo al antiguo enemigo de la guerra fría en un socio indispensable. La sorprendente irrupción de Putin al rescate de Obama es un dato clave que cambia el rumbo de la partida. ¿Washington ha perdido la cara o asistimos a una brillante jugada diplomática de Moscú, o también de Washington, o conjunta? Con dos consecuencias inmediatas: la guerra anunciada para castigar a Bachar el Asad por el empleo de armas químicas no se ha iniciado, vive una tregua, pendiente de la diplomacia y de la ONU; la contienda civil que desangra Siria continúa, con más de 100 muertos diarios y no se vislumbra solución política alguna, la única posible. Lo urgente, atajar la matanza, parece todavía una utopía.

Por ahora se ha evitado una guerra que hubiera incendiado aún más la región, dado alas a los yihadistas islámicos en Asia Central y el Caúcaso, a las puertas de las fronteras de Rusia, y, quien sabe, provocado una conflagración más amplia que hubiera podido enfrentar a Washington y Moscú. Obama, afortunadamente un guerrero reacio que no se siente cómodo como Comandante en Jefe, ha reculado. A diferencia de Bush, que usó una pantomima de diplomacia para utilizar la fuerza en Irak, Obama emplea ahora un remedo de fuerza para obtener una solución diplomática en Siria. Forzar la intervención pondría en peligro su incompleta y amenazada agenda de cambio interno que debiera definir su presidencia. Falto de apoyo ciudadano para una acción, por limitada y quirúrgica que se pretendiera, con el rechazo de la izquierda demócrata y de la derecha populista del Tea Party que hacían imposible obtener la luz verde del Congreso, el presidente ha optado por un prudente aunque costoso paso atrás. Su complejo y siempre reflexivo proceso de toma de decisiones le ha llevado a acertar. Reconoce que Siria no es una amenaza inminente para los intereses nacionales de EE UU.

El presidente que llegó como un unificador, partidario de la diplomacia y el multilateralismo, no podía ser el Churchill de 1940 yendo a la guerra contracorriente. Como ocurrió en Vietnam, ha sido la ciudadanía la que ha frenado el ataque con misiles a Siria. El tono lo dio el 29 de agosto la madre de todos los parlamentos, la Cámara de los Comunes en Londres, cuando vetó la participación militar del Reino Unido solicitada por el primer ministro Cameron. Bill Keller, ex director del New York Times, ve una vuelta de EE UU al aislacionismo, no solo como una aversión a la guerra sino como un rechazo más amplio a comprometerse, a ejercer las responsabilidades.

Putin eclipsa a Obama como líder mundial, atrapado este en su propia amenaza a Bachar El Asad

Putin, el zar de nuevo cuño, el nacionalista que se resiste a admitir el empequeñecimiento de Rusia, aparece en escena lanzando un salvavidas al presidente Obama. Y a si mismo, para no condenarse a un apoyo sin salida al dictador El Asad e impedir una intervención estadounidense que desbarate el eje Siria-Irán —Teherán es el elemento silente tras esta crisis— y acabe con la influencia de Moscú en Oriente Medio. El presidente ruso eclipsa como líder mundial a Obama, amenazado por su propia amenaza de utilizar la fuerza. Putin, el líder que aplasta las libertades y se mofa de la democracia en Rusia, se erige en pacificador controlando la agenda siria. Se permite darle lecciones al presidente estadounidense mediante una carta abierta en el New York Times en la que se proclama defensor del derecho internacional. “Es tremendamente peligroso estimular a un pueblo a verse como excepcional, sea cual sea el motivo”, advierte Putin a un Estados Unidos ya no hegemónico.

El apestado del Kremlin, decretando el fin del niet, aspira a que Rusia cuente de nuevo tras haber sido pasada por encima en la campaña de la OTAN en Libia, la invasión de Irak y, anteriormente, en los bombardeos de la Serbia de Milosevic. Putin logra reanudar el diálogo con Obama, roto por éste con motivo del caso Snowden, y obliga al presidente a replantearse la relación con Rusia que ha manejado torpemente. Si su gambito tiene éxito, algo improbable, Putin podría conseguir la asociación estratégica con Estados Unidos a la que aspira. ¿Una nueva convergencia entre Rusia y Occidente? Rusia vuelve.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Correo electrónico: fgbasterra@gmail.com

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_