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Elecciones Alemania 2013
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Victoria por incomparecencia

Ser crítico con Angela Merkel es fácil: lo difícil es ser justo. Esa dificultad tiene que ver con su estilo de liderazgo

Merkel, este sábado en un mitin en Berlín.
Merkel, este sábado en un mitin en Berlín.ODD ANDERSEN (AFP)

La canciller que se presenta este domingo a la reelección no nos lo pone fácil a la hora de hacer un balance. Ser crítico con Angela Merkel es fácil: lo difícil es ser justo. Esa dificultad tiene que ver con su estilo de liderazgo. Decimos que hay liderazgo cuando los políticos, producto de una visión a largo plazo, toman decisiones de calado, a veces arriesgadas, a veces impopulares. Y al revés, cuando se sientan encima de los problemas, los dejan pudrir y titubean a la hora de decidir, les reprochamos su cobardía y acusamos la falta de liderazgo. Y cuando sus decisiones son desastrosas o malintencionadas, decimos que han ejercido un liderazgo negativo.

Pero en el caso de Merkel, las cosas son más complejas. Si hay algo que merece resaltar en su haber no es tanto lo que ha construido, ni aquello en lo que se ha equivocado, sino las cosas que ha impedido que ocurran. Esto es especialmente cierto en el ámbito de la crisis del euro. En varias ocasiones, Merkel ha tenido en sus manos la posibilidad de dejar caer a Grecia y forzar su salida de la eurozona. En la última ocasión, en el verano del año pasado, sus asesores le hicieron saber que el costo económico de esa salida sería asumible para Alemania. Pero la canciller no dejó caer a Grecia. Lo mismo puede decirse respecto a España e Italia. En cada instancia en la que los dos países se han asomado al abismo, Merkel ha intervenido para evitarlo, bien poniendo en pie fondos de rescate, anunciando su compromiso con la unión bancaria o aceptando la intervención del Banco Central Europeo. Todas esas medidas, le han costado más de un disgusto en el Bundestag y puede que, todavía está por ver, algún susto en su Tribunal Constitucional. Si el euro sigue en pie y la UE no se ha colapsado, es porque Merkel lo ha impedido. ¿Por interés propio? Sin duda. Pero en beneficio de toda Europa.

Si miramos hacia delante, no obstante, estamos todavía muy lejos de haber completado el escudo bancario y fiscal que protegerá a la eurozona de una nueva crisis. Se acusa a Merkel de dilatar la adopción de las medidas a largo plazo detalladas en la llamada hoja de ruta aprobada en diciembre de 2012 por las cuatro máximas figuras institucionales de la eurozona (presidente del Consejo, presidente de la Comisión, presidente de Parlamento y presidente del Eurogrupo). Ahí sí que echamos de menos el liderazgo de Merkel.

También es necesario ser crítico en lo que tiene que ver con su contribución al proyecto político europeo. En lugar de reforzar la capacidad y la legitimidad de instituciones como la Comisión y el Parlamento, que representan el interés general de la UE y a la ciudadanía europea, ha preferido reforzar las instituciones nacionales, especialmente su Parlamento, y conducir la gestión crisis del euro por los pasillos del Consejo Europeo, una institución intergubernamental, formalmente igualitaria pero en la práctica muy asimétrica, donde Alemania se siente sumamente cómoda en razón de su mayor poder relativo.

Pero si hay un ámbito donde el balance tiene menos matices es el relativo a la política exterior y de seguridad. Los más benévolos hablan de la visible incomodidad de Merkel con estas cuestiones; los más críticos de una completa indiferencia. Los titubeos y ausencias de Alemania en las últimas crisis que ha enfrentado la UE, desde Libia a Siria pasando por Malí o Egipto, trasladan al exterior la visión de un país europeo cuya diplomacia pareciera la de un país emergente, típicamente preocupado por ganar mercados para la exportación pero reticente a hablar de valores o construir instituciones multilaterales efectivas. Las dudas de Alemania en política exterior y de seguridad son comprensibles y se explican por su pasado; lo que preocupa, y mucho, es que el futuro se caracterice por la consolidación, dentro de Alemania y en el resto de la UE, de este modelo de mercantilismo indiferente que tanto gusta a chinos, rusos y otros. ¿Puede, quiere, la UE ser rica e indiferente?

La pregunta es interesante pero seguramente no sea justo dirigírsela a Merkel, sino a todos los europeos. Evaluando a Merkel, unos dirán que la botella está medio llena y señalarán todo el camino que ha recorrido. Otros destacarán lo que no hizo y protestarán porque la botella está medio vacía. Pero hay una tercera posibilidad: que la botella sea demasiado grande. Las expectativas que tenemos sobre Merkel y sobre Alemania son demasiado grandes. Alemania quiere liderar, pero con el ejemplo, y hacerlo desde el derecho, no desde el poder, y a través de la economía, no de la política. Y probablemente tenga razón: si Europa es la suma de sus partes, ¿dónde están las otras partes? Si de algo no es responsable Merkel es de la incomparecencia de los demás.

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