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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alemania encogida

Se aleja el sueño de una Europa federal pero no la necesidad del proyecto de más Europa

Francisco G. Basterra

¿Qué buscábamos los otros europeos, sobre todo los del sur, los que no votábamos en las elecciones alemanas, que vivimos como unos comicios generales europeos? Un liderazgo político en Berlín, ya admitida como la capital del continente, para acabar con la no política de seguir propinando patadas hacia delante a la lata abollada de la crisis del euro; una canciller, porque nadie dudaba de quien se alzaría con el triunfo en las urnas, que revelara por fin que tiene algo más que una idea contable de Europa; un alivio de la austeridad rígida que aborta el crecimiento económico y dispara el paro; un estímulo de la demanda interna en Alemania, con un aumento de salarios, limando el precariado de unas relaciones laborales que sin embargo provocan la sensacional noticia de un desempleo por debajo del 6% (la mitad del de la media de la eurozona) y una economía exportadora muy competitiva; la mutualización de la deuda de los europeos meridionales; la aceptación la unión bancaria europea con un supervisor común. Habíamos esperado tanto del 22 de septiembre que cuando ha pasado nos ha sabido a poco y, como por otra parte era de esperar, no significa una nueva hoja de ruta europea que inspire de nuevo a los ciudadanos a creer en el proyecto grande soñado desde hace décadas.

Sin embargo, aunque el arrollador triunfo de Merkel, a solo cinco diputados de la mayoría absoluta, no se traducirá en un inmediato cambio de rumbo, en todas las capitales europeas se ha escuchado un suspiro de alivio. Angela la Grande no pondrá regalos en diciembre bajo el árbol de navidad, advierte el Süddeutsche Zeitung. La probabilidad de que los socialdemócratas del aplastado SPD entren en una gran coalición de gobierno, aunque no planteen una alternativa europea de crecimiento muy distinta a los democristianos —estos ocupan todo el espacio central incluidas las políticas sociales progresivas— sirve de momento de clavo ardiendo al que engancharnos.

Pero cambiemos la óptica para preguntarnos qué deseaban los alemanes de las elecciones y por qué, sin liderar, sin ideología, Merkel ha ganado un tercer mandato situándose a la altura de los grandes líderes alemanes de la posguerra: los Adenauer, Brandt y Kohl. Convirtiéndose en la única dirigente no descabalgada por la crisis y en la canciller de Europa. Ha ganado la personalidad, la capacidad de Angela Merkel de transmutarse en Alemania. La representante fiable y previsible de una ciudadanía pragmática que ha abandonado la angustia de los grandes debates existenciales contestando afirmativamente a la pregunta de si después del horror de Auschwitz, Alemania puede ser normal y los alemanes sentirse orgullosos. ¿Ideología? Contentémonos con ser prósperos, nos basta con vender buenos coches, equilibrar las cuentas, ser competitivos, evitar las sorpresas. Merkel, la primera canciller del Este, el ama de casa suaba, la prudente administradora de un buen pasar, encarna el triunfo de la persona corriente, ha sabido entender que Alemania detesta los experimentos y está harta de autocuestionarse. Merkel ha cosido con prudencia la Alemania unificada convirtiéndose en la gran consolidadora del país, en palabras del analista del New York Times, Roger Cohen. La canciller ha comprendido y comparte la idea de la Alemania actual: un gran país que prefiere comportarse como uno pequeño; una mayoría de los alemanes piensa que su nación debe de ser una versión grande de Suiza, económicamente próspera y políticamente modesta. Alemania como hegemón reacio, como la bautizó el profesor William Paterson, de la Universidad Aston de Birmingham, que mantiene su alergia ante el intervencionismo exterior y opta por mantener un perfil internacional bajo.

Merkel continuará gobernando a pequeños pasos, como si la moviera un motor diésel, ejerciendo un poder tranquilo. Cabe esperar cambios marginales en sus políticas europeas. La última pregunta es si esta Alemania puede traer el cambio que Europa necesita. A Merkel se le van a acumular las facturas para salvar al euro, cuya supervivencia es esencial para las exportaciones alemanas. Las elecciones le han permitido ganar tiempo pero va a tener que explicar a los ciudadanos que el euro conduce a una integración europea más profunda, que Grecia necesita de un tercer rescate y que habrá que revocar de nuevo cimientos en Irlanda y Portugal, países que no están todavía a salvo. Merkel hará lo posible por mantener a Reino Unido en el seno de la Unión Europea y reforzará las políticas intergubernamentales. Europa ya habla alemán y todo apunta a que la nueva Europa será made in Germany. Se aleja el sueño de una Europa federal pero no la necesidad del proyecto de más Europa. La cuestión alemana, en su tiempo, según resumió Kissinger, era la de un país demasiado grande para Europa pero demasiado pequeño para el mundo. Hoy, encogido, parece pequeño incluso para Europa.

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