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Aguas benditas, aguas malditas

El mar y el clima, los grandes atractivos de Miami y el sur de la Florida, se han tornado en graves peligros en potencia para toda esa zona de EE UU

Huracán Andrew, Florida. 1992
Huracán Andrew, Florida. 1992Ricardo Ferro (ZUMAPRESS)

Miami, el sur de la Florida, no son las islas Maldivas. Pero el mar y el clima, sus grandes atractivos, también se están convirtiendo cada vez más en su espada de Damocles. La fecha de caducidad puede ser más lejana, pero cierta. La subida de las aguas es una amenaza real en una tierra llana y con muchos lugares ganados al oceáno. Según los estudios más pesimistas, en el próximo siglo desaparecerían los cayos actuales y la península pasaría a ser un grupo de islas. Sólo las partes más elevadas sobrevivirían al nuevo diluvio. El mapa actual quedaría dibujado con otra especie de cayos frente al Atlántico, por el este, y el humedal y los manglares de los Everglades convertidos ya en bahía con agua salada del Golfo de México, por el oeste.

Pero hay otros peligros mucho más preocupantes a corto plazo y que pueden precipitarse con la llegada de algún gran huracán. Es la única amenaza perpetua en esta zona del mundo, pero que ha respetado Florida desde 2005. Aquel año, en menos de dos meses, hubo doble ración. A finales de agosto, el Katrina ya asustó al pasar camino de la tragedia de Nueva Orleans. En octubre, al borde ya del final de una temporada frenética, el Wilma destrozó Yucatán y pasó en sentido contrario hacia el Atlántico causando enormes daños por el viento. Las calles de Miami quedaron llenas de cristales y los edificios al aire libre. Pero nada comparable al previo y devastador Andrew del 24 de agosto de 1992, el más costoso para Estados Unidos hasta el Katrina (que lo cuadruplicó) con 26.000 millones de dólares en daños y sólo algo inferior al reciente Sandy de 2012.

El ejemplo del Andrew, que pilló desprevenida a Miami, libre de ciclones durante mucho tiempo antes, fue significativo. Después de estar incluso a punto de perder toda su fuerza en el Atlántico y de debilitarse a su paso por las Bahamas, recuperó en dos días de mar la máxima categoría 5 hasta convertirse en una maquinaria de destrucción total.

En los últimos años sólo se han sucedido alarmas, especialmente la de Sandy, que acabó tocando tierra más al norte de Florida. Pero ha habido tormentas, incluida esta temporada mucho más benigna hasta ahora de lo que los expertos habían pronosticado, y eso ha bastado para despertar todas las alarmas. Muchas zonas de Miami se inundan con cualquier lluvia fuerte, en su mayoría por los restos de depresiones o tormentas tropicales (categorías previas a los huracanes) formadas desde el suroeste, en el Caribe y el Golfo de México, o en el Atlántico, por el este. Así sucedió con Andrea, en junio, y casi con Dorian, en julio. Pero las inundaciones comenzaron ya en abril, mucho antes del comienzo de la temporada de huracanes, y siguieron en julio sin relación con perturbaciones mayores. Esta misma semana ha vuelto a ocurrir en distintas zonas del Condado. Las calles, convertidas en ríos.

El caso de Miami Beach, donde pueden unirse cada vez más las mareas altas a las lluvias, es elocuente. Ya no da más de sí el antiguo sistema que vaciaba el agua por simple gravedad hacia la bahía al oeste del cayo (Miami Beach es en realidad una isla unida por puentes al continente). Es la zona donde se producen mayores inundaciones y para evitar el retorno cada vez más habitual se están instalando nuevas estaciones de almacenamiento, succión y bombeo. El plan costará 206 millones de dólares con una vigencia de 20 años. La pregunta es si será suficiente ante previsiones como la de la semana pasada del Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas que ya ha aumentado para 2100 la subida del nivel del mar en un margen entre los 26 y los 89 centímetros cuando en 2007 lo había calculado entre 18 y 59. Los pronósticos de científicos de la Florida están en esa línea: un aumento entre 5 y 10 centímetros por década.

Pero el enemigo en Florida no reside sólo en las zonas costeras, donde incluso expertos holandeses van a colaborar. El lago Okeechobee (agua grande), el mayor del Estado, fuente de agua potable y de riego, es una bomba en potencia. El dique Herbert Hoover, construido en los años 30 del siglo pasado, en la etapa del presidente que lleva su nombre, está obsoleto y en la Clase 1 de la lista nacional entre los más peligrosos para romperse en condiciones normales y con riesgo máximo de catástrofe. Tiene grietas por las que sufre pérdidas y las aperturas para que el exceso de agua no rebase su nivel o que reviente en ocasiones recientes han producido gran polémica y sensibles daños medioambientales. Al menos dos ríos han acabado contaminados hasta el mar por el arrastre de detritus y abonos mientras los poderosos negocios azucareros quedan a salvo.

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El peligro mayor está ya avalado por el recuerdo trágico que obligó a la construcción del dique hace casi un siglo. El huracán bautizado como el lago provocó 2.500 muertos. También se conoció como San Felipe II, según la costumbre española aún de poner a los ciclones el nombre del santo del día, pues antes de llegar a la Florida causó 1.200 víctimas en la isla de Guadalupe y 300 en Puerto Rico.

El dique actual se ha ido renovando y especialmente en la década de los 60 tras los daños de otro huracán en 1947. El Cuerpo de Ingenieros del ejército de Estados Unidos tiene previsto cambiar ahora, hasta 2018, al menos la mitad de la treintena de compuertas en sus más de 200 kilómetros de longitud.

La cuestión es llegar a tiempo, como en Miami, que no sólo tiene problemas acuáticos en la superficie, también en el subsuelo. Hace un año, John Renfrow, el director del Departamento de Aguas y Alcantarillado anunció lo que años llevaba incubado. El sistema de tuberías de aguas limpias y sucias es otra bomba larvada. Camino del centenar de roturas en los últimos tres años, una avería mayor podría ser otra catástrofe. Nadie se había ocupado de renovar a fondo depuradoras y miles de kilómetros de conductos instalados hace más de medio siglo. Por ejemplo, se acaban de derramar casi un millón de litros de aguas sucias en la zona de Aventura, al norte del Condado de Miami Dade. Se ha tenido que prohibir el baño porque muchos de ellos pueden haber llegado a la Bahía de Vizcaya. Aguas por arriba, pero también aguas por abajo.

En cuanto han empezado a ponerse cifras al arreglo general, 4.000 millones de dólares en primera instancia y hasta 12.000 totales, cabilderos y empresas sospechosas de corrupción han irrumpido en busca de tajada. Los números tampoco cuadran para una deuda que quizá tengan que pagar dos generaciones. Esta es también la nueva Florida. No sólo paraíso turístico y temperaturas muy agradables la mayor parte del año. De la vieja fuente de la eterna juventud que buscó sin éxito Juan Ponce de León hace 500 años a las muchas cloacas actuales. Aguas benditas, aguas malditas.

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