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Malala Yousafzai: “Es duro matar. Puede que por ello su mano temblara”

La estudiante pakistaní que se convirtió en un ejemplo mundial tras sobrevivir un intento de asesinato de los talibanes. En una entrevista con The Guardian, habla sobre el hombre que intentó matarla, su vida en el Reino Unido y porqué no renunciará a su causa

Malala el 17 de septiembre en Dublín.Foto: reuters_live | Vídeo: VIDEO: REUTERS-LIVE! / AFP

Malala Yousafzai afirma que se ha perdido a sí misma. “En Swat, valle situado en la frontera entre Pakistán y Afganistán, estudié en la misma escuela durante 10 años, y allí yo solo era Malala. Aquí soy famosa, aquí la gente piensa sobre mí como la chica que fue disparada por los talibanes. La Malala real está en algún otro lugar, y no puedo encontrarla”.

Estamos sentados en un salón de la séptima planta de la nueva biblioteca de Birmingham, desde la que podemos ver la niebla que envuelve la ciudad, un brusco contraste con el “paraíso” de Swat, con sus altas montañas y ríos cristalinos que Malala recuerda con melancolía. Debería ser desesperadamente triste, pero la adolescente de 16 años más famosa del mundo hace difícil sentir pena por ella. En parte se debe a su equilibro, que de alguna manera sugiere una envidiable confianza en sí misma. Pero más que con ello tiene que ver con lo mucho que su conversación se ve interrumpida por la risa.

La Malala real está en algún otro lugar, y no puedo encontrarla

Y esa risa es a pleno pulmón cuando Malala bromea con su padre, quien está presente en parte de nuestra entrevista. Esto ocurre al hablar sobre su madre. “Ella quiere a mi padre”, dice Malala. Luego, bajando la voz, añade: “El suyo es un matrimonio por amor”. El padre, que prepara un té para Malala y para mí, levanta la mirada y pregunta ¿Estás segura? ¡Aprende de tus padres!, me dice Malala, que estalla en carcajadas.

Aprender de sus padres es algo sobre lo que Malala sabe mucho. Su madre nunca recibió una educación y la conciencia de las limitaciones que esto suponía para su vida la han convertido en un gran apoyo para Malala y su padre en su campaña contra los intentos de los talibanes por prohibir la educación de las niñas y mujeres. Uno de los más conmovedores detalles de Yo soy Malala, las memorias que Malala ha escrito con la periodista Christina Lamb, es que su madre iba a empezar a aprender leer y escribir el día del atentado, el 9 de octubre de 2012.

Quizás por las críticas que ha recibido su padre por ser el responsable de impulsar escuelas mixtas en Swat y defender el derecho de las mujeres a una educación Malala menciona en más de una ocasión en su libro que nadie creía que los talibanes escogerían a una estudiante como objetivo de sus ataques, incluso si esa estudiante había estado hablando y escribiendo contra la prohibición de la educación femenina desde que tenía 12 años. Si algún miembro de la familia parecía estar en peligro ese era Ziauddin Yousafzai, el padre de Malala. Ziauddin fue disuadido por su hija cuando sugirió que ambos “invernaran” tras recibir unas amenazas muy preocupantes.

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El detalle más interesante sobre Ziauddin desvelado en el libro de su hija es su temprano flirteo con el islamismo. Solo tenía 12 años cuando Sufi Mohamed, que más tarde se convertiría en uno de las principales figuras entre los extremistas de Swat, llegó a su pueblo para reclutar chicos que se unieran a la yihad contra la Unión Soviética, que durante los años ochenta ocupó Afganistán. Aunque Ziauddin era demasiado joven para luchar entonces, en pocos años se estaba preparando para convertirse en un jihadista que rezaba por el martirio. Años más tarde reconoció que aquellos años fueron un lavado de cerebro del que fue rescatado por su mente reflexiva y la influencia de su futuro cuñado, un nacionalista laico.

La información sobre la experiencia de su padre configura un interesante telón de fondo a los comentarios de Malala cuando le pregunto si alguna vez piensa en el hombre que intentó matarla a su regreso de la escuela hace un año, y porqué sus manos estaban temblando cuando le disparó, un detalle que ella ha recuperado de las chicas del autobús escolar, porque ella no recuerda nada del tiroteo. No hay rastro de rencor en su voz cuando dice que "él era joven, de unos 20 años, podría ser un chico. Y es duro tener una pistola y matar gente. Puede que por ello su mano estuviera temblando. Puede que no supiera si podia hacerlo. Pero a la gente le lavan el cerebro. Por eso llevan a cabo ataques suicidas y matan a gente. No puedo imaginarlo. El chico que me disparó, no puedo impaginame herirle, ni siquiera con una aguja. Creo en la paz, creo en la misericordia".

Quizás meditar acerca del valor de la paz y la misericordia sea una forma sana de hacer frente a las balas y a los insultos. Pero, de todas formas, tiene que ser duro ser injuirado, y no solo por los talibanes. En su libro Malala recuerda que durante su discurso ante Naciones Unidas recibió elogios provenientes de todo el mundo, pero en Pakistán fue acusada de buscar la fama y el lujo de una vida en el extranjero. Cuando saqué el tema a colación fue el único momento en el que Malala recurrió al Urdu para expresar sus sentimientos: “Dukc to insaan ko hota haijab daikhta haikay uss ka bhai uss kay khilaf hai”. Naturalmente es doloroso cuando ves a tus hermanos volverse en tu contra. Su voz es apagada, pero rápidamente cambia al inglés y el tono filosófico emerge de nuevo. “Los paquistaníes no pueden confiar”, afirma. “En la Historia han visto que, particularmente, los políticos son corruptos. Y son confundidos en el nombre del Islam. Se les dice que Malala no es musulmana, que está trabajando para América, dicen que quizás esté con la CIA o el ISI”,- los servicios de inteligencia de Pakistán.

Intento llevar la conversación hacia su nueva vida en el Reino Unido y cómo es su día a día en Birmingham. Claramente hay un choque cultural. Malala cree que el entorno es diferente a todo lo que ella conocía, la manera en la que las chicas interactúan, el modo en el que intercambian rumores y juegan, todo es extraño. Todo el mundo da por descontada la educación; la escuela no es la lámpara de Aladino… la puerta de acceso a un mundo mágico” como lo es para las chicas de Swat. Por el momento, su mayor preocupación parece ser cuántos sobresalientes sacará en los exámenes del próximo curso, pero “lo más duro es que mi vida ahora es muy ajetreada y tengo muchas responsabilidades y deberes con los que he de cumplir”.

© Guardian News & Media 2013

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