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Los jóvenes huérfanos de la izquierda brasileña

Los políticos y los medios de Brasil empiezan a estar preocupados con el aumento de la violencia callejera que se repite en cada manifestación

Juan Arias
Un miembro del movimiento Black Bloc, en una protesta en Sao Paulo.
Un miembro del movimiento Black Bloc, en una protesta en Sao Paulo. Nacho Doce (Reuters)

Brasil empieza a estar preocupado con el aumento de la violencia callejera que se repite y aumenta en cada manifestación popular de protesta. Los grupos de violentos normalmente están representados por los Black blocs, que suelen actuar con la cara cubierta. En un primer momento se trataba de una pequeña banda de no más de 30 jóvenes pero han acabado siendo los protagonistas de cada manifestación pacífica con sus actos de “vandalismo”.

Cogidas por sorpresa, las fuerzas del orden tardaron en reaccionar y se quedaron con los brazos cruzados observando como esos jóvenes violentos destruían en pocos minutos agencias bancarias, tiendas de coches de lujo y sedes de instituciones políticas que, según ellos, son “símbolos del capitalismo salvaje”.

Aquel puñado de jóvenes ha ido creciendo en cada manifestación y han sido, según los analistas políticos, la mejor forma de vaciar las calles de la gente común que salía a protestar pacíficamente. La opinión pública se pronunció contra los actos de violencia que amedrentaron a la gente común, que dejó de salir a la calle como en junio pasado. La oposición empezó a sospechar que los grupos violentos le hacían el juego al Gobierno al alejar a la gente pacífica de la calle.

Las presiones de la sociedad, sin embargo, han ido en aumento y ahora la policía ha empezado a detener a estos grupos de jóvenes durante las manifestaciones de Río y Sao Paulo. Además, se les quiere aplicar una ley severísima de tiempos de la dictadura que podría dejarles hasta ocho años en la cárcel.

Nadie cree, sin embargo, que eso se pueda llevar a cabo. Los sindicatos de maestros, por ejemplo, aplaudieron la labor de los Black Blocs durante las manifestaciones en defensa de la huelga. Hay sociólogos y analistas de comunicación que llegaron a defender que sin dichas acciones de violencia simbólica y real, las manifestaciones masivas y pacíficas de junio pasado no habrían tenido ni la quinta parte del impacto informativo, además de que ni el Gobierno ni el Congreso se habrían manifestado como lo hicieron.

La pregunta es hasta cuándo eso puede continuar y qué hacer con esos jóvenes huérfanos de la política de izquierdas que un día tuvo espacio para exhibir su indignación dentro de los grandes partidos de la izquierda radical, como el Partido de los Trabajadores (PT) o del Partido Comunista.

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Hoy aquellos partidos se han pulverizado naciendo de ellos pequeños partidos con sueños aún marxistas y hasta trotskistas, mientras observan que sus “padres” de entonces se han convertido en partidos del sistema democrático y liberal tradicionales que gobiernan juntos el país. Y juntos participan de la fiesta de la corrupción política.

Hoy solo quedan pequeños partidos de izquierda radical como el PSOL (Partido del Socialismo y de la Libertad), nacido tras la expulsión del Partido de los Trabajadores de un pequeño grupo de senadores y diputados durante el primer gobierno del expresidente Lula da Silva, o el PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificados), un partido marxista revolucionario también nacido tras una expulsión del Partido de los Trabajadores en 1992. Son sus banderas minoritarias pero agresivas políticamente, las que sostienen a los Black blocs y sus acciones de violencia simbólica.

Son jóvenes que como ha dicho una militante de la banda: "Estamos luchando por algo que aún no sabemos lo que es”, aunque da a entender que buscan una especie de revolución frente a un sistema que no aceptan. “No diría que la revolución es una realidad ahora. Algunas revoluciones del pensamiento llevaron hasta dos siglos para realizarse, pero puede ser que nuestra acción (violenta) pueda ser el inicio de algo grande e importante” dijo una joven a la agencia BBC Brasil bajo anonimato.

Siempre se ha dicho que los jóvenes a los 20 años tienen y deben tener vocación de revolucionarios, ya que a los 40 acaban siendo bomberos. El problema es que el ansia de cambiar las cosas, incluso con violencia, ya no está canalizada por los partidos de izquierda de la oposición que les daban espacio para las protestas callejeras y hasta para una cierta militancia política. Hoy esos jóvenes con vocación política extremista no encuentran ya espacio en los partidos de izquierdas de antaño.

Lula ha dicho, semanas atrás, que su partido, el PT, nació en la calle y debe volver a la calle. Lo que ocurre es que los jóvenes, incluso del PT, difícilmente saldrán a la calle ahora para “defender al gobierno”.

Esther Solano, profesora de Relaciones Internacionales, y Rafael Alcadipani, investigador de la Fundación Getulio Vargas (FGV), afirman en un análisis publicado en el diario Folha sobre el fenómeno de los Blacks blocs: “La pregunta esencial que cabe, como sociedad, es por qué estos jóvenes que desprecian la rigidez jerárquica partidaria, que no se sienten representados por el actual modelo político y económico, ven la violencia como única posibilidad de expresión”.

Según dichos expertos, estos jóvenes, autores de las acciones violentas durante las manifestaciones, están entre los 17 y 25 años, son de clase media baja, la mayoría trabaja y algunos han estudiado o estudian en la Universidad.

La pregunta que podría formularse es: ¿Cómo la clase política actual será capaz de ofrecer canales de expresión a esos jóvenes que hoy se sienten huérfanos políticos, dejados a su suerte y que se consideran víctimas de la violencia policial y de lo que llaman la “violencia del Estado”?

Ellos argumentan que mucho más violento que quebrar unos cajeros de unos bancos que ganan millones es la violencia del que tiene que esperar horas en la fila de un hospital para ser mal atendido o los meses de espera para poder empezar a hacer un tratamiento de quimioterapia mientras los políticos se curan en los mejores hospitales privados del país.

Encarcelarles, tratar de relegarles en prisiones hacinadas de jóvenes, no parece la mejor forma, según los analistas políticos, de anular su presencia violenta en las calles y plazas. Ellos necesitan espacios políticos. Quizás en la nueva situación que empieza a despuntar de la voluntad de querer hacer política de “un modo diferente y nuevo”, sepultando la llamada “Vieja República” para dar vida a una “Nueva República”, tengan cabida los jóvenes más inconformistas con el sistema. Los políticos y el sistema democrático deberían ser capaces de encontrar espacios de dialogo y de acción política para todos, incluso para los más críticos e inquietos.

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