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Columna
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El fantasma del Elíseo

Si Francia despierta ante Irán en el mundo es porque EE UU se duerme

Lluís Bassets

Francia ha regresado con estruendo a la escena internacional. Y lo ha hecho en un momento paradójico, cuando su presidente, François Hollande se halla más débil y desprestigiado ante su opinión pública y el país más dubitativo e inseguro ante su futuro. Es un episodio conocido: buscamos oxígeno en los grandes espacios cuando la atmósfera doméstica se halla enrarecida.

Sucedió en Ginebra, hace poco más de diez días, en las negociaciones del llamado Grupo 5+1 (los cinco países con silla permanente en el Consejo de Seguridad, además de Alemania) con Irán para el control del programa nuclear de este último país. El ministro de Exteriores francés, Laurent Fabius, acudió precipitadamente a la reunión cuando se enteró de que John Kerry, el secretario de Estado de EE UU, iba a cambiar su agenda de la gira por Oriente Próximo para ir a Ginebra con el propósito de cerrar un primer acuerdo con Irán. Con un objetivo: evitar que culminara la negociación bilateral entre Washington y Teherán sin que se hubiera informado a los otros socios.

Eran conocidos los recelos, cuando no la directa oposición de Israel y Arabia Saudí. Ambos países tienen motivos tácticos y estratégicos para oponerse a una negociación que no conduzca directamente al desmantelamiento total del programa nuclear e incluso a un cambio de régimen. En el corto plazo, ninguno de los dos puede permitir que Teherán consiga la bomba. Y en el largo, ambos temen un Irán normalizado y reconocido internacionalmente, en el umbral de fabricar el arma cuando se lo proponga, aunque haya renunciado formalmente a obtenerla, al mismo título que otros países como Japón o Brasil.

No estaban tan localizados los recelos de Francia, vitoreada por los congresistas conservadores en Washington y por Benjamin Netanyahu en Jerusalén. Hay razones de oportunidad e incluso de oportunismo para su súbito protagonismo. Hollande estaba preparando su viaje a Israel y su discurso de esta semana ante la Knesset. Francia todavía respira por la herida infligida por EE UU, cuando Obama abandonó la idea de atacar a Bachar el Asad en el momento en que los bombarderos franceses calentaban ya los motores. Pesan también los contratos de venta de armas a Riad. Y, sobre todo, cuenta la ley natural que prohíbe el vacío: si Francia despierta es porque EE UU se duerme.

Hay más razones, que tienen que ver con la identidad francesa y el papel que se asigna a quien encarna la soberanía nacional. El palacio presidencial francés, el Elíseo, está habitado por un fantasma que proporciona poderes excepcionales al titular de la máxima magistratura francesa. Puede ser un presidente de derechas o de izquierdas, de personalidad destacada o de carácter débil —o débil y de izquierdas como François Hollande—, pero los pasos del inquilino del Elíseo, sobre el escenario internacional suelen seguir las huellas de los zapatos enormes que calzaba el general De Gaulle, el presidente que fundó la actual República y se dotó de los poderes máximos para tratar de tú a tú a las superpotencias, dos en aquel entonces, EE UU y la Unión Soviética. Uno de estos poderes era el botón del arma nuclear, instrumento desde entonces —en 1960 fue la primera prueba—, no tan solo de la defensa sino sobre todo de la política exterior francesa y por tanto de la afirmación de Francia como jugador de pleno derecho en el tablero mundial. Hollande ha utilizado en esta ocasión los viejos instrumentos perfectamente engrasados que tenía a su disposición.

Cuando el Estado nacional levanta cabeza, Francia es el primero en enseñar la patita, tal como sucede en la actual etapa de desorden mundial, repliegue estadounidense, renacionalización europea y consolidación de los países emergentes, mucho más cómodos con la idea de soberanía vigente en Europa desde los Tratados de Westfalia (1648) que con el concepto de orden internacional o de integración en bloques regionales al estilo de la UE que había presidido la época que hemos vivido hasta ahora. Este tipo de fenómenos suelen ser de larga duración y de múltiples efectos, pero cristalizan o toman forma plástica en momentos especiales, tal como está sucediendo ahora en las negociaciones nucleares de Ginebra. Más efímero puede ser, en cambio, el estruendo producido por el súbito liderazgo francés del partido de los halcones, con el que la Francia socialista y europeísta de Hollande expresa su indeclinable e imposible aspiración a seguir jugando en la escena internacional como si fuera una gran potencia.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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