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Ucrania se debate entre dos mundos

La perspectiva de integración europea promete progreso, pero la dependencia energética afianzan la opción rusa

Pilar Bonet
Manifestación de estudiantes ayer en Lviv, al oeste de Ucrania.
Manifestación de estudiantes ayer en Lviv, al oeste de Ucrania.marian striltsiv (Reuters)

¿Quiénes son los vencedores y quiénes, los vencidos? El 70º aniversario de la liberación de Kiev de los ocupantes nazis se conmemoró el 6 de noviembre con un desfile militar. En Jreschátyk, la calle más emblemática de la capital, colocaron grandes retratos de los defensores supervivientes con un lema común: “Ellos están entre nosotros”. A “ellos”, en su mayoría, se les veía pobremente vestidos y peinados con desaliño, como si los diseñadores del evento hubieran sido indiferentes al aspecto de sus héroes. En las condecoraciones prendidas a las pecheras de los veteranos, la causa y el nombre del Estado por el que se batieron resultaban ilegibles. El desfile, con enfermeras de guerra en minifalda y soldados de estilizados uniformes, era parco en referencias a la URSS, el vencedor que ya no existe, e igualmente parco en relación a Alemania, el invasor vencido, que es hoy la primera economía de la Unión Europea, la organización a la que Ucrania había preparado un tratado de Asociación ahora congelado.

La identidad es un concepto complicado en Ucrania. El país sigue dividido entre una zona occidental con la impronta de Polonia y el imperio austrohúngaro y una zona oriental y meridional marcadas por Rusia. En Kiev, la organización Opción Ucraniana hizo una campaña contra la integración europea. Esquemáticos dibujos de figuras del mismo sexo —rosas y azules— asidas de la mano pretendían ser una crítica del matrimonio gay desde la perspectiva de ese grupo liderado por Víctor Medvedchuk, un político que en verano fue anfitrión del presidente ruso Vladímir Putin, cuando este acudió a Kiev a seducir a Ucrania. Putin argumentó que el pueblo ruso y el ucranio son inseparables. Por esta razón, Rusia quiere ver a Ucrania en la Unión Aduanera (UA), la asociación de la que forma parte junto con Bielorrusia y Kazajistán.

Los vestigios de la Guerra Fría aún plantean dilemas en Centroeuropa. ¿Adónde quieren ir los ucranios? En abril, un 42% querían ir hacia la UE, frente a un 32% que preferían la UA, según sondeos del centro Razumkov de Kiev. Tras las amenazas económicas que Moscú intensificó en los últimos meses, el porcentaje de los proeuropeos subió hasta un 49% en octubre, señala Andrii Bychenko, director del servicio sociológico del citado centro. La esperanza de gozar de mayor transparencia y menor corrupción, la mayor eficiencia económica y el deseo de vivir como en la UE, son los argumentos aducidos para la opción proeuropea, señala el sociólogo. La cercanía mental y la posibilidad de rebajar el precio de las importaciones energéticas son los principales motivos para optar por Rusia. A diferencia de la OTAN, cuyo apoyo es minoritario (del 20% al 22%), la UE siempre fue popular en Ucrania.

Como países eslavos emparentados, Ucrania y Rusia tienen mucho en común, pero sus metas son muy diferentes. Moscú tiene ambiciones globales y trata de redefinir las reglas de juego que se volvieron en contra de ella al desmembrarse el imperio soviético; Ucrania se ve a sí misma como una potencia regional y se autoafirma ante las presiones del “hermano mayor”, que a menudo no la considera un ente independiente, sino como una parte de su propio cuerpo.

No todos quieren elegir. Entre el 5% y el 10% de los ucranios no ve contradicción entre la UE y la UA y quiere estar en la UE y en la UA a la vez, dice Bychenko. Algo parecido deseaba el presidente Víctor Yanukóvich al llegar al poder en 2010, pero las zonas intermedias grises y los solapamientos no están en el orden del día ni en Bruselas ni en Moscú. En septiembre, en una reunión a puerta cerrada con sus colegas del partido de las Regiones en Kiev, Yanukóvich afirmó que, cada día, al levantarse rezaba a Dios y le pedía paciencia y aguante para tratar con los socios rusos, según contaba el prestigioso semanario Zérkalo Nedelii. Yanukóvich se quejó de que sus interlocutores en el Kremlin y en Gazprom intentaban humillarle y pisotearle, lo que, según él, equivalía a ofender a toda Ucrania. El presidente acusó a Gazprom de no respetar la promesa de rebajar el precio del gas, por el que Kiev paga más que Alemania, Italia o Austria, y concluyó que “no se puede esperar una relación de igualdad y respeto” por parte de Rusia. Por esta razón, dijo, “la decisión a favor del vector europeo no tiene alternativa”.

Las arcas del Estado tienen cada vez más problemas para atender a los compromisos sociales y las pequeñas y medianas empresas están ahogadas por los impuestos. Los sondeos indican que los ucranios perciben un aumento de la corrupción desde la llegada al poder de Yanukóvich en 2010. A los grupos de oligarcas que se repartían el poder político y económico en el pasado se ha incorporado la familia del presidente liderada por su hijo Alexandr, un dentista de 40 años, que con 510 millones de dólares de patrimonio se ha convertido en la segunda fortuna de la región de Donetsk.

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El pacto con Rusia tal vez ayude a Yanukóvich padre a financiar su campaña, pero fomentará las relaciones que tanto le humillaban y lo más probable es que fomente también las viciadas prácticas electorales que remitieron después de la Revolución Naranja en 2004.

La lucha por la supervicencia en Kiev

P. B. Kiev

Yulia y Vitali —y Dasha, la hija de ambos—, son una familia ucrania que lucha por sobrevivir. Su caso es el de miles de compatriotas que llegan a la capital, huyendo del desempleo en provincias, en su caso de un pueblo minero de la provincia de Lugansk. Viven en un barrio-dormitorio del extrarradio, en un piso alquilado. Quisieran un apartamento en propiedad, pero sus ingresos no llegan para pagar la entrada. Yulia es maestra y cobra 4000 grivnias al mes (unos 400 euros) y Vitali ha dejado el taxi propio que explotaba por ser una fuente de ingresos inestable y agotadora y se ha colocado de chofer de una empresa, en la que cobra 6.500 grivnias al mes. Gracias al empleo fijo de Vitali, este año la familia ha podido ir de vacaciones a Crimea, e incluso se permite algunos extras como salidas al cine o al restaurante.

A diferencia de muchos de sus parientes, el matrimonio no ha querido emigrar y espera poder pagar a los preparadores para que Dasha, que dibuja muy bien, pueda ingresar en la universidad. En contraste con la pareja, Lida, la hermana de Julia, es un ejemplo de éxito. En 2005, era una dependienta mal pagada en una tienda de ropa de Kiev, sin derecho a vacaciones ni bajas médicas. Ahora, realiza su talento creativo y gana dinero en una dinámica empresa de arreglos florales. Se ha comprado un piso, viaja a París o a Ámsterdam en busca de ideas y diseños para los hoteles de lujo y entre sus clientes cuenta con la Administración del Estado, y todo ello “sin sobornos, sólo a base de nuestro trabajo”, puntualiza.

Las presiones del Kremlin sobre Ucrania y la posibilidad de que Moscú les exija pasaporte para visitar Rusia (en lugar del DNI que emplean ahora) desconcertó a Yulia y Lida. Su padre, residente en Lugansk, había decidido sacarse el pasaporte para ir a visitar a sus parientes en la ciudad rusa de Belgórod. Con el cambio de rumbo del Gobierno ucranio, ya no será necesario.

Las amenazas de Moscú irritaron en Ucrania. “No tengo nada contra los rusos, pero nadie les da derecho a insultarnos”, dice Svetlana, una jubilada de 76 años, que cobra el equivalente a 180 euros de pensión tras trabajar casi medio siglo como ingeniero en la fábrica militar Arsenal de Kiev. La mujer se siente ofendida porque los rusos “no quieren comprar nuestros metales, ni nuestros tranvías, ni nuestros vagones, ni siquiera nuestra famosa ‘tarta de Kiev”. A los agravios soviéticos (no poder llevar el papeleo de la fábrica en ucraniano), Svetlana suma los desencuentros postsoviéticos. “Tras la desintegración de la URSS, los tanques de nuestros socios en Rusia no se podían vender por falta del equipo óptico que se amontonaba en nuestra fábrica y que tampoco se podía vender sin los tanques. Cuando al final nuestros dirigentes acordaron combinar ambas cosas y comercializarlas, resultó que nuestros almacenes estaban vacíos y nos habían robado el equipo”, dice.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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