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La última cena con el amigo Putin

Los buenos amigos siempre están en los momentos difíciles. Y el destino quiso que los tragos más amargos de la vida política de Silvio Berlusconi coincidieran con la visita oficial a Roma de Vladímir Putin. El presidente de Rusia, que no venía desde hace siete años, llegó a media tarde y lo hizo a lo grande: 11 ministros, cinco aviones y 50 coches blindados para desplazarse por Roma.

El primer destino de la comitiva fue el Vaticano, a donde Putin llegó con más de media hora de retraso y se reunió con el papa Francisco por espacio de 35 minutos. El presidente ruso se santiguó delante del Papa y besó el cuadro de la virgen de Vladímir que había traído de regalo. A continuación, partió para otro destino menos piadoso. El palacio Grazioli, la casa romana de su afligido amigo Silvio.

Durante la rueda de prensa en la que anunció las presuntas nuevas pruebas de su improbable inocencia, Berlusconi tuvo que aguantar algunas preguntas que, mentando la soga en casa del ahorcado, quisieron saber si tenía previsto poner pies en polvorosa para huir de la justicia. ¿Es verdad que Putin le ha ofrecido un pasaporte diplomático? Con cara de pocos amigos —el chistoso Berlusconi no está ya para muchas bromas— dijo que no: "No me lo ha ofrecido Rusia ni ningún otro país. Tampoco yo lo he buscado. Soy italiano al 100% y no pretendo escapatorias extranjeras".

Pese a la declaración de principios, hace tiempo que el fantasma de Bettino Craxi sobrevuela la cabeza de Berlusconi. El viejo político tiene miedo de que, una vez desposeído de la inmunidad parlamentaria, la justicia se le eche encima. Además de la condena por fraude fiscal, Berlusconi ha sido condenado en primera instancia en el caso Ruby.

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