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Columna
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Más que unas municipales

Habrá que interpretar los resultados según el acopio de votos, el número de alcaldías y la victoria en las grandes aglomeraciones

Es lo que en relaciones internacionales se conoce como juego de suma cero: lo que uno gana lo pierde el otro. Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, y Henrique Capriles, jefe de la oposición, se juegan así legitimidad y parte de su futuro en las elecciones municipales del próximo domingo.

¿Con qué armas concurren ambos ante la opinión? Capriles, aparte de devotas apelaciones a la democracia, compite enarbolando la desastrosa ejecutoria del chavismo después de Chávez. A saber; inflación del 50% a fin de año, y más de un 60% en alimentación; importación mensual de alimentos por valor de 4.600 millones de dólares; cotización del bolívar en el mercado negro abismalmente por debajo de su valor nominal; evasión de capitales que en los últimos nueve años alcanza unos 150.000 millones de dólares; índice de corrupción, compilado por organismos internacionales, en que Caracas ocupa el lugar 165, sobre 174 países; unos 60 homicidios por cada 100.000 habitantes y año, tercero en horror de América Latina que, a su vez, tiene el récord mundial de violencia ciudadana.

Y Maduro lo hace con medidas extraordinarias e invocaciones al Altísimo (Hugo Chávez). Las primeras son la aprobación de una ley habilitante por un año, a cuyo amparo puede socializar la economía venezolana como jamás lo había pretendido su antecesor, el líder bolivariano. El pasado 10 de noviembre comenzó ya por la vía de los hechos la incautación de almacenes de electrodomésticos y otros aperos del hogar, para liquidar existencias a precios muy rebajados y combatir el galopante desabastecimiento, pero la promulgación por decreto de la Ley de Costos, Precios, Ganancias y Protección de la Familia Venezolana podría llevar a una economía plenamente dirigida, al menos en el sector servicios. Junto al control de precios, pero quizá aún más importante, está la creación del Centro Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria, que la oposición califica de policía política, y ya como folklore, el establecimiento de un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social. Pero el neochavismo del sucesor recurre asimismo a devociones sobrevenidas, como hizo en la oración fúnebre pronunciada a la muerte del presidente Chávez el 5 de marzo pasado, y en estas últimas semanas con la popularización de un libro azul, a medias entre el Kempis y el libro rojo de Mao, que escribió su antecesor mientras estaba en prisión por golpista (1992-94), en el que proclama que “el proyecto siempre hasta ahora derrotado tiene pendiente un encuentro con la victoria, y nosotros vamos inevitablemente a provocar dicho encuentro”. En aquellos años, Chávez no empleaba, sin embargo, el término socialismo, ignorado en esa Vulgata de sí mismo. Al autoritarismo competitivo, como lo definió el politólogo norteamericano Steven Levitsky, añade Maduro una necrocracia milagrera, basada en la exacerbación de un culto a la figura del gran líder, “que no fue sepultado, sino sembrado” en la tierra de Venezuela, con palabras, sin duda sinceras, pero también patentemente electoralistas.

Los resultados del domingo habrá que interpretarlos sobre tres criterios. El número de alcaldías que ambas fuerzas obtengan, la victoria en las grandes aglomeraciones y el acopio de votos populares. Estas últimas cifras habrá que compararlas con las de la elección presidencial del pasado 14 de abril, en que Maduro venció por 50,66% contra 49,07%, lo que, a su vez, ya marcó un grave deterioro para el poder con respecto a la última victoria electoral de Chávez, reelegido el 7 de octubre de 2012, con el 55% contra el 44% de sufragios, siempre con Capriles como oponente.

En América Latina coexisten tres grandes bloques políticos, a los que se adscribe la mayoría de países del continente, como en una borrosa reproducción de la Europa del equilibrio de poderes, inaugurado por la paz de Westfalia en el siglo XVII. Esas fuerzas latinoamericanas son una derecha tradicional oligárquica o modernizada; una izquierda socialdemócrata; y una versión radical y autoritaria de la misma, que no se sabe aún si es plenamente socialista. Las municipales venezolanas confirmarán el radicalismo chavista o abrirán un signo de interrogación sobre su continuidad; la semana pasada pareció haber ganado en las presidenciales de Honduras la derecha de toda la vida, aunque podría haber recuento de papeletas en favor de una izquierda todavía sin denominación de origen; y el próximo día 15 Chile se supone que ratificará la victoria, también para la presidencia, de la socialdemócrata Michelle Bachelet. Esa es hoy la aritmética del poder en Latinoamérica. Un juego en el que la suma da raramente cero.

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