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La corrupción nuestra de cada día

Indignados por los desvíos de recursos públicos de los políticos, los brasileños asumen con naturalidad sus pequeñas corruptelas cotidianas

Manifestante disfrazado en protesta por el caso mensalão.
Manifestante disfrazado en protesta por el caso mensalão.

En Brasil, basta un escándalo político de corrupción estampado en los titulares de los periódicos para que los comentaristas de turno vociferen en Internet, pidiendo la vuelta del orden y hasta la pena de muerte para los corruptores. Pero esos mismos que gritan, rabiosos, aceptan tranquilamente los pequeños crímenes que ellos  y muchos conocidos practican día a día sin percibir incluso que el jeitinho cotidiano (con esta palabra, los brasileños se refieren a su forma peculiar de arreglar las cosas) también es una forma de corrupción.

En la última semana, un cartel pegado en un muro de una gran avenida de São Paulo increpaba  a los paseantes: “¿Ha perdido su carnet de conducir por puntos?”. El anuncio, que desafiaba la ley Ciudad Limpia, una legislación municipal que prohíbe la colocación de carteles en lugares públicos, mostraba un número de teléfono y ofrecía un servicio: dar un jeitinho para recuperar el permiso de conducir tras haberlo perdido por exceso de multas.

El trámite aligeraría la cola de conductores que infringieron los límites de velocidad, invadieron “solo por unos minutos” el carril bus o que bebieron antes de ponerse al volante. Todo justificado por argumentos como la prisa y la falta de transporte público barato y de calidad de madrugada. Muchas de esas personas, incluso, pudieron hasta haber comprado el permiso de conducir, pagando una propina para que el examinador ayudara en la tarea.

El jeitinho brasileño se extiende más allá del tráfico. En pleno centro de São Paulo, la mayor ciudad del país, es posible comprar diplomas falsos que permiten participar en concursos públicos y, más común aún, atestados médicos para justificar ausencias prolongadas en el trabajo. También es posible, incluso sin salir de casa, “robar” la señal de la tele al vecino, sin que él lo sepa, o comprar un aparato decodificador de señal por Internet sin pagar a las operadoras, que “cobran muy caro”. La práctica está tan generalizada que tiene hasta nombre: “El gato net” (chiste muy popular entre los brasileños).

Pero la corrupción diaria puede ser aún más grave. En la sanidad pública, una de las áreas más afectadas por el jeitinho, se descubrieron, solo en 2013, 56 fraudes que causaron un perjuicio de 82 millones de reales (casi 35 millones de dólares) a las arcas públicas, según el Ministerio de Sanidad. El dinero se destinaba a personas que se beneficiaron tras presentar documentos falsos como atestados médicos o comprobantes de unión estable.

Hay casos que no son fácilmente descubiertos porque, técnicamente, son difíciles de ser catalogados como crimen. Como los de varias hijas de funcionarios públicos, casadas a los ojos de vecinos y amigos, pero que no oficializaron sus relaciones para no perder la pensión vitalicia a la que tienen derecho tras el fallecimento del padre. Si se casan oficialmente, pierden la ayuda. Existe también el caso de las “viudas negras”: aquellas que, de común acuerdo con los futuros “maridos”, se casan con hombres viejos, sin hijos, solo para quedarse con la pensión cuando fallezcan.

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Una investigación de la Universidad Federal de Minas Gerais mostró en 2009 que el 77% de los entrevistados creían que la corrupción es un problema grave en el país. A la vez, el 35% sostenía que evadir impuestos, cuando son onerosos, es un error, pero no corrupción.

“No es que las personas no perciban que está mal. Lo que hacen es justificar ese error por sus intereses y necesidades más inmediatos. La cuestión es esa ambivalencia de los valores”, afirma Fernando Filgueiras, coordinador del estudio. “Identificamos fácilmente la corrupción practicada por políticos, burócratas, empresarios o lobbistas, pero en lo que se refiere al orden cotidiano, siempre identificamos la corrupción en el otro. Intentamos justificar nuestros actos. Esa frontera es siempre muy tenue. Todos estamos contra la corrupción. Hasta los corruptos. El problema es cuando uno se enfrenta a sus propias acciones”, asegura.“El fraude en el impuesto sobre la renta, el intento de soborno a funcionarios públicos, el nepotismo son lo que llamamos normalmente pequeña corrupción. Es muy difícil de combatir porque es más  individual".

Para el Ministerio Público, que ha creado una campaña para alertar sobre esa corrupción cotidiana, el camino es concienciar a las personas de que el jeitinho sí es una forma de corrupción.

“La gente cree en formar conciencias. En construir una nueva generación. Por eso, damos conferencias en escuelas para mostrar lo que son las prácticas corruptas”, cuenta Vinicius Menandro, fiscal de Acre y coordinador nacional de la campaña Lo que tú tienes que ver con la corrupción.

“Nos gusta mucho apuntar los fallos de los diputados y senadores, pero las personas que se compraron el permiso de conducir son tan corruptas como ellos”, dice. “Para cambiar el país tenemos que cambiar nosotros”.

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