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La herencia de Pablo Escobar, 20 años después de su muerte

Colombia no acaba de vivir el final en la guerra contra las drogas, a pesar de liderarla, enterrar miles de víctimas y gastar más de 10.000 millones de dólares

Una niña camina por el barrio Pablo Escobar.
Una niña camina por el barrio Pablo Escobar.Luis Eduardo Noriega (EFE)

La imagen parece tomada apenas ayer. El temido Pablo Emilio Escobar Gaviria abatido sobre el techo de una casa en su natal Medellín tras una feroz cacería que duró 17 meses. Ahí estaba, el “patrón del mal”, el narcotraficante más buscado del mundo, el hombre que puso en jaque al gobierno colombiano, el responsable de la muerte de más de 500 policías, el mismo al que no le tembló la mano para pagar mil dólares por cada asesinato, ni para detonar decenas de bombas, ni para cometer magnicidios, ni siquiera para explotar un avión en pleno vuelo.

Ahí estaba, sin vida, el ladrón que empezó robando lápidas y llegó a convertirse en uno de los más ricos del mundo. Escobar no fue un narco anónimo, mientras crecía en el bajo mundo construyó un barrio entero para los que vivían en un basurero de Medellín -que hoy lo siguen viendo como un héroe-. Ese fue su trampolín para la política, llegó a ser parlamentario y soñaba con la presidencia de la república, pero todo lo hizo rodeado de un ejército de sicarios. Cuando se sometió a la justicia hizo construir una cárcel, donde permaneció un poco más de un año rodeado de grandes lujos, sin que eso le impidiera seguir al frente de su máquina criminal.

Esa imagen del capo caído, que muchos colombianos pueden describir a la perfección acaba de cumplir 20 años y se convirtió en la primera gran victoria del país sobre la mafia, primero sobre el cartel de Medellín (del que Escobar era amo y señor) y después sobre el cartel de Cali con la captura de los hermanos Rodríguez Orejuela. Y aunque este sería el fin de los grandes carteles, de aquellos que no solo procesaban la coca, sino que la sacaban de Colombia y la metían a Estados Unidos, empezaría otra guerra contra la proliferación de nuevas bandas de narcotraficantes.

Esa imagen del capo caído, que muchos colombianos pueden describir a la perfección acaba de cumplir 20 años y se convirtió en la primera gran victoria del país sobre la mafia

“Si bien otros hombres han tomado su lugar en el negocio de la cocaína, ningún otro se ha atrevido a desafiar al Estado y a la sociedad colombiana con tanta virulencia como él lo hizo. La carnicería salvaje desatada por él, en realidad, no es la consecuencia necesaria de toda la actividad ilegal del narcotráfico, sino el efecto perverso de una mente particularmente enfermiza y maligna. Y de un talento excepcionalmente afilado y pulido para hacer el mal con todo el cálculo de su inteligencia”, escribió Héctor Abad Faciolince en el diario El Espectador.

De ahí que su figura se haya convertido en una especie de mito popular que paradójicamente, en Colombia, no solo genera repudio sino también admiración. Su nombre ha dado para escribir decenas de libros y documentales y hasta para una muy popular serie de televisión que hoy arrasa en América Latina. Por el contrario, los capos actuales prefieren el anonimato. “El narcotráfico aprendió que ese protagonismo [el de Escobar] era totalmente contraproducente, la estrategia ahora es invisibilizarse”, dice Camilo Echandía, profesor de la Universidad Externado de Colombia.

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¿Pero cuánto ha cambiado el negocio del narcotráfico desde la muerte de Escobar? Las autoridades sostienen que se atomizó. Sin embargo, el analista Gustavo Duncan afirma que no es cierto que esto ocurriera después de la desaparición de los grandes carteles. “Los paramilitares dominaron el negocio durante casi una década, controlando territorio, y surgieron grandes narcotraficantes como los hermanos Castaño, Wilber Varela [comandaba a Los Rastrojos], Don Diego [al frente de Los Machos], Macaco y ahora están Los Urabeños [herederos de los paramilitares]”, dice, por nombrar solo algunos. Muchos de ellos están muertos o han sido extraditados.

¿Pero cuánto ha cambiado el negocio del narcotráfico desde la muerte de Escobar? Las autoridades sostienen que se atomizó

Luego, tras la desmovilización de los paramilitares, estos mutaron hacia bandas criminales y redes sicariales que se renuevan fácilmente cuando pierden a su líder. El narcotráfico se transformó. De pocos capos y del capo de capos como lo fue Escobar, se pasó a muchos. Y mientras en la fase de Escobar, él era el que organizaba a los grupos paramilitares, después los paramilitares fueron los que organizaron el narcotráfico, coinciden los analistas consultados.

Los Pepes, que era el acrónimo de Perseguidos por Pablo Escobar, entre los que se contaban a los hermanos Carlos, Vicente y Fidel Castaño, así como Diego Fernando Murillo alias Don Berna, siguieron en el mundo del narcotráfico pero amparados por un grupo de paramilitares que se expandió por toda Colombia a finales de la década de los noventa buscando acaparar territorios en donde se producía droga.

Don Berna, por ejemplo, quien fue extraditado en 2008 después de desmovilizarse como jefe paramilitar, controló las bandas que delinquían en Medellín y se apoderó de la Oficina de cobro de Envigado (creación de Escobar), una estructura armada que prestaba seguridad a los narcos y que hoy se financia de múltiples actividades criminales que incluyen el expendio de droga, la pequeña extorsión, la prostitución, la venta de alcohol y los juegos de azar. Este esquema se extendió a otras ciudades.

De pocos capos y del capo de capos como lo fue Escobar, se pasó a muchos. Y mientras en la fase de Escobar, él era el que organizaba a los grupos paramilitares, después los paramilitares fueron los que organizaron el narcotráfico

Cuando Escobar estaba vivo la hoja de coca se producía en Perú y Bolivia, se procesaba en Colombia y de allí la exportaban. Luego este último se volvió el principal productor de coca, lo que modificó los patrones del conflicto y fortaleció a las FARC, que se volvieron un objetivo central del narcotráfico para evitar que se apoderaran del negocio. Se sumó que los mexicanos –que no tienen la amenazada de guerrillas tan fuertes como las FARC– entraron a competir a los colombianos, por lo que hoy el mercado se reparte entre más cabezas, explican los analistas. Se estima que los carteles mexicanos son responsables del 70% de la cocaína que ingresa a EE UU.

“Del control de las rutas de exportación hasta los mercados de consumo se pasó a ser proveedor de mayoristas internacionales que operan desde el vecindario y que mitigan el riesgo de extradición”. Así lo explica Ricardo Rocha, autor del libro Las nuevas dimensiones del narcotráfico en Colombia. Para este analista económico, la erradicación, la interdicción y la confrontación de los grupos armados ilegales ha reducido los ingresos por narcotráfico del crimen organizado, pero ha provocado “una recomposición en la especialización del trabajo a favor de la producción de base de cocaína y el microtráfico, con efectos indeseados sobre el consumo y la criminalidad”.

De ahí que aunque Colombia enfrenta un problema de las drogas muy diferente al de la época de Escobar, está lejos de solucionarlo. La organización del negocio cada vez más se ha fragmentado, especializado, profesionalizado y subcontratado, agrega Rocha. Como resultado de la constante presión de la policía colombiana e internacional, las bandas criminales han mutado hacia una organización criminal que es muy difícil de atacar y casi imposible de desmantelar, dice un informe de Insight Crime.

El precio por enfrentar el narcotráfico ha sido muy alto. Según cifras de la policía colombiana, desde la muerte de Escobar se han capturado algo más de 866.000 personas narcos, se han dado 1.743 extradiciones y se redujo en un  70% los cultivos de hoja de coca. El costo económico para Colombia entre 1995 y 2012 ha sido de 10.000 millones de dólares, una guerra que le ha costado la vida a 1.785 policías y a 10.000 personas, la mitad de ellas atribuidas a Escobar.

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