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El verdadero hogar de Mandela

Alexandra sirvió de refugio a Madiba en los años cuarenta. El gueto es destino turístico de blancos que quieren ver la pobreza

El estadio Soccer city de Johannesburgo albergará el funeral de Mandela.
El estadio Soccer city de Johannesburgo albergará el funeral de Mandela.ALEXANDER JOE (AFP)

Nelson Mandela dejó escrito que en Alexandra tuvo “un hogar pero no una casa” mientras que en Soweto construyó su casa, pero no su hogar. Mandela fue un joven de gueto, de township, como denominó el apartheid a los barrios donde concentraba a los sudafricanos no blancos.

Cinco días después de su muerte, Soweto sigue celebrando a ritmo de baile y cantos la vida y el legado del hombre que desmanteló el régimen racista. En Soweto Mandela vivió con su segunda mujer, Winnie, y las dos hijas pequeñas del matrimonio. Fue poco tiempo porque, pocos años después de casarse, el apartheid condenó al entonces abogado y líder del Congreso Nacional Africano a 27 años de prisión. Cuando fue liberado, en febrero de 1990, era ya un icono global de la paz, pero regresó a un hogar que ya no reconoció como el que había dejado tres décadas antes. Poco después, en 1994, Mandela se convirtió en el primer presidente elegido por sufragio universal. Dejó la casa de la calle Vilakazi de Soweto y el resto es historia.

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Esa calle, en la que en los años setenta también vivió el arzobispo y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu, es estos días de duelo y luto la más mediática del mundo. Miles de personas desfilan a diario y muestran su dolor con afinados cantos improvisados, un auténtico regalo para los objetivos de las televisiones que han instalado sus equipos allí.

Hace unos años la casa de Mandela fue convertida en un museo que ha dado cierta pátina a la calle y al barrio Orlando West de Soweto, a la que pertenece. Restaurantes, tiendas, venta ambulante y hasta dos museos en pocos metros conforman los puntos de interés. Hasta los blancos sudafricanos y turistas de medio mundo se atreven a bajar de sus coches en Vilakazi.

A unos kilómetros al norte, sigue en pie ese hogar del que hablaba Mandela al referirse a su casa del township de Alexandra. Un mar de barracas precarias y casas de planta única, sin servicios públicos decentes. El gueto mantiene el aspecto que tenía en los años cuarenta, cuando un joven Madiba aterrizó en Johanesburgo huyendo de un matrimonio arreglado por el jefe de su clan en Qunu, la localidad donde el domingo será enterrado.

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Alexandra es un mar de barracas precarias y casas de planta única

Hay guetos y guetos y Alexandra aún encaja en la descripción de barrio oscuro al llegar la noche, con casas sin luz ni agua y calles llenas de basura. El siglo XXI ha llegado en forma de telefonía móvil y de coches y furgonetas, que son el mejor transporte público con el que cuenta el negro pobre sudafricano.

Alexandra mira de reojo los festejos y la atención mediática que despiertan sus colegas de Soweto. “¿Periodistas? No ha venido nadie a vernos aquí”, se medio queja uno de los vecinos del township sentado en una de esas tiendas callejeras de chucherías.

Demasiada pobreza. Solo algún fin de semana aparece un grupo de blancos que quiere ver in situ en qué consiste eso de ser pobre. Paran la furgoneta, bajan, fotografían y se van por donde han venido. Turismo de township.

En la Séptima Avenida de Alexandra, una verja negra esconde un patio donde está la casa en la que el joven Mandela recaló recién llegado a Johannesburgo. Una placa azul en la fachada recuerda que, como la de Soweto, fue declarada patrimonio nacional. Al lado una placa detalla toda la historia relacionada con el expresidente. Poco más.

A diferencia de la de Soweto, que ahora es un museo, la de Alexandra mantiene su uso de residencia. Unos niños pequeños juegan descalzos en el patio sorprendidos por el interés que despierta esa casa. “Era de Madiba, que ya no está”, da la bienvenida Phamphala, de 11 años, que señala a una mujer joven que unos metros más allá está lavando ropa en un cubo rojo, en medio de la calle. La mujer se llama Mujue y vive en la misma casa de Mandela. “Es como vivir en cualquier sitio”, dice un poco fastidiada, para confesar que si pudiera se mudaría a una casa más grande.

Es minúscula esa casa de ladrillos, encajada entre otras dos de mayor tamaño y una única ventana. Delante, un olivo da un poco de sombra a una docena de flores que los vecinos dejaron en honor de Mandela. Nada más.

Al otro lado, el Centro de Interpretación del Patrimonio se impone por altura y arquitectura moderna entre tanta barraca. Las puertas están cerradas y el interior vacío.

A lo lejos se perfilan los modernos edificios de Sandton, el centro financiero del continente. Sandton y Alexandra, las dos Sudáfricas que deja Mandela. Riqueza y pobreza extrema conviviendo en paz pero sin mezclarse.

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