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Tribuna
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El año que más gritamos

Las imágenes de las protestas en Brasil son una de las fotografías que marcan el 2013

Qué difícil es ser gobierno en estos días. Y es que nadie sabe, exactamente, cuáles son los límites de nada.

Antes los gobiernos lo tenían claro: si habías nacido tras el telón de acero, pues ya se sabe, comunistas, de izquierdas y, a mayor gloria, de los partidos. Si habías nacido en la llamada "Órbita Occidental", la "Tierra de la Libertad, de la ley y el Dios del consumo", pues liberales, norteamericanos, con una Coca-Cola y un dólar en su vida.

Ahora todo es diferente. De todas las cosas que han sucedido en el año 2013, una imagen se retiene en mi memoria y la evoco una y otra vez: las protestas de Brasil.

¿Qué está pasando? Los llamados científicos sociales tienen mucho trabajo; aparte de mojarse la punta del dedo, levantarlo y saber hacia dónde sopla el viento, tendrán que descubrir y establecer –exactamente- cómo vamos a construir una sociedad donde los valores no sean destruidos de manera sistemática.

De todas las cosas que han sucedido en el año 2013, una imagen se retiene en mi memoria y la evoco una y otra vez: las protestas de Brasil.

Hablemos, por ejemplo, de la inmigración. Antes de la aparición del Internet, antes de vivir la revolución de las comunicaciones -y créame que de todas las cosas que me han pasado en una vida, ya larga, ser parte de esto es lo más importante-, existían conceptos relacionados con la territorialidad, el tiempo y la graduación.

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Por ejemplo, antes, cuando uno se tenía que ir, ya sea porque lo iban a matar, porque no podía comer, porque no había futuro de un país a otro, se llegaba al nuevo territorio con dos cosas: el temor al cambio y el agradecimiento -si es que no te deportaban, mataban, echaban o torturaban- por tener una oportunidad en una nueva tierra.

Ahora, cuando llegan los inmigrantes, lo hacen dentro de la globalidad y con el concepto de que todo lo que hay en la Tierra les pertenece. Como si hubiera triunfado el mensaje del propio Cristo, llegan no a ganar lo que el esfuerzo de otros mejores sistemas políticos y sociales crearon, sino a tomar su parte del pastel –directamente- sin ningún tipo de tiempo, agradecimiento o consideración.

El mundo es uno. El grito es uno. El celular es uno. La información es una. Y el pastel debería ser uno. Y uno debe poder tener acceso a él y a comerse la mayor parte.

Después, seguimos por el viejo camino de creer que el triunfo social significaba que los pobres dejarán de serlo. Subir de pobre extremo a pobre; de pobre a clase media baja; de clase media baja a clase media media y después a alta, era el éxito social de los países.

Sin ir más lejos, al mundo le costó un siglo y pico evolucionar desde la máquina de vapor hasta el Welfare State. La Sociedad Fabiana era casi como el ideal del paraíso y, naturalmente, Eva y la manzana representaban la posibilidad de seducir -aunque fuera vendiendo nuestros cuerpos- para lograr un cambio de estatus social.

Las masas caminando por las calles de Río de Janeiro para protestar por lo que consideran un derroche de dinero por la construcción de los estadios de fútbol para la Copa Mundial 2014, cuando es el fútbol lo que algún día hizo la honra de Brasil y se forjó como el sustituto del hambre de los brasileños, es un espectáculo que conviene no olvidar.

Aloizio Mercadante, mucho más que el ministro de Educación del gobierno de Dilma Rousseff, y su jefe de campaña, hizo recientemente una declaración en Madrid, que me impresionó: “La crisis es una niebla que te impide ver dónde estás”. Estoy de acuerdo con él, sin embargo, hay lecciones que ha dado el país carioca al mundo que yo prefiero no olvidar.

Por ejemplo, si uno suma la revolución de las comunicaciones y la posibilidad del grito colectivo simultáneo con la desaparición de conceptos como son el agradecimiento, el reconocimiento, la nacionalidad y la territorialidad, se encuentra con uno de los mayores problemas a los que nos vamos a enfrentar en los próximos años.

Si lo que piensan es dejar a la gente morir como pobres, no se dejarán. ¿Por qué? ¡Porque el celular los ha hecho libres!

Por ejemplo, si el gobierno los saca de la extrema pobreza o la pobreza y los lleva a la clase media, morirán aplastados en sus necesidades sociales. Esto sucederá porque tres meses después de ser de clase media, querrán que igual que pasaron de una tortilla a dos -en el caso mexicano-, se les brinde transporte público, sanidad pública y educación pública de clase media o media alta. Y, para lograrlo, todos los gobiernos deben saber que entre una cosa y otra distan 50 imposibles años.

¿Qué vamos a hacer entonces? Primero, como pasa con la crisis económica, construir otro discurso. El actual, no es que suene a rancio, es que ya no le sirve ni a quien lo dice, ni a quien lo escucha, ni a quien lo creó.

¿Qué vamos a hacer entonces? Primero, como pasa con la crisis económica, construir otro discurso. El actual, no es que suene a rancio, es que ya no le sirve ni a quien lo dice, ni a quien lo escucha, ni a quien lo creó.

El Estado del bienestar ha muerto: ¡Viva lo que siga!

¿Qué haremos? Es inevitable; en este mundo no cabemos los jóvenes y los viejos. Luego, es inevitable que los viejos desaparezcamos mucho antes de lo que la conquista de la medicina nos ha dado.

Vivimos en un mundo donde si no existe el concepto nacional, si no existe el concepto del agradecimiento en la movilidad geográfica, si no existe la paciencia para que una vez que comamos, trabajemos e invirtamos los años requeridos para que nos den en nuestra nueva condición los servicios de salud, educación e infraestructura que necesitamos, entonces ¿qué haremos?

Y además, francamente, es mejor que los Estados se compren -como en los cuentos de Hans Christian Andersen, recreados y hechos una multinacional por Walt Disney-, otro espejito mágico.

¿Por qué lo digo? Porque no hay salidas. ¡Urge entenderlo y atenderlo! No volveremos nunca al momento previo al 2008 y cada vez que nos dicen que salimos de la crisis, se les olvida a los gobiernos explicarle a sus pueblos que salimos hacia ningún lugar. Es decir, aunque haya más trabajo y aunque comamos, seguirán tardando mucho tiempo en atender el nivel de exigencia.

¿Qué hacer? Como diría el maestro Lenin: mirar de nuevo el camino en círculos de la revolución humana y pensar que hemos tocado fondo.

No solamente es lamentable la posición de los gobiernos porque no tienen nada que hacer. Sino que, además, las sociedades van a tener que articularse saltando paradigmas. Por ejemplo, como ya mencioné, no cabemos los jóvenes y los viejos. Por ejemplo, ¿qué estamos dispuestos a hacer y quién controlará la demanda de las masas, de pasar de comer a exigir? ¿Es posible taponar el río, el universo y el diluvio de la información? Por ejemplo, ¿qué papel tiene y quién forma hoy la llamada Opinión Pública?

No se equivoque; sé que está usted leyéndome en un medio que ya no forma opiniones públicas. Si usted tiene alguna posibilidad de ejercer influencia sobre su comunidad, lo invito a que exija dos cosas: a los de arriba, que le cuenten otra película, ésta se cayó de vieja; y a los de abajo, que, o aprenden a tener memoria o, francamente, lo más barato es apretar el botón de la destrucción masiva termonuclear.

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