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Columna
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La gran divisoria

La agenda de derechos de la mujer es prisionera de la agitación nacionalista y fundamentalista

El año 2013 será recordado como excepcional para los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT). Por un lado, la igualdad en el matrimonio llegó a Francia, Reino Unido, Brasil, Uruguay, Nueva Zelanda y a ocho Estados en Estados Unidos. Por otro lado, 2013 fue año de retrocesos en India, donde el Tribunal Supremo reinstauró la legislación colonial que criminaliza las relaciones homosexuales; Rusia, que aprobó la ley contra la “propaganda de relaciones sexuales no tradicionales”; y África, donde la agitación homófoba subió de tono de Senegal hasta Uganda, de Camerún a Zimbabue. Este 2014 empieza en la misma tónica, con avances en EE UU y retrocesos en Nigeria. La encuesta Pew de actitudes revela una brecha creciente entre los países más tolerantes con la homosexualidad, en Europa, América y el Pacífico (con España a la cabeza), donde la tendencia es a una mayor aceptación; y los más intolerantes, que están en África, el espacio postsoviético y el mundo árabo-musulmán, cada vez más discriminatorios legal, política y socialmente.

La agenda de derechos de la mujer e igualdad de género es, de modo parecido, prisionera de la agitación nacionalista, fundamentalista o simplemente oportunista en numerosos lugares del mundo. De hecho, los países más intolerantes con la homosexualidad coinciden en buena medida con aquellos donde la brecha de género es mayor (aunque en este índice España ya no sale tan bien parada). Postulados básicos del feminismo están siendo atacados como “ideología de género” por la jerarquía católica, pero también por políticos, ya se consideren conservadores, como el principal partido de oposición en Polonia, o progresistas, como el presidente Rafael Correa de Ecuador. En la práctica, esto se traduce en presión sobre las leyes antidiscriminación, reproches a las familias no convencionales, restricciones al acceso a la educación y a la salud sexuales y reproductivas o intentos por penalizar el aborto. Una auténtica batería contra los derechos de la mujer.

La trampa reaccionaria consiste en presentar la igualdad de derechos como una imposición extranjera (antiafricana, islamófoba, de la Eurosodoma) o minoritaria (de un oscuro lobby gay o unas radicales feminazis), y usar la agitación para recortar derechos individuales y libertades civiles, como el derecho a la protesta o la libertad de expresión. No estamos ante un enfrentamiento entre civilizaciones milenarias, sino entre sistemas de valores elegidos por motivos de oportunidad política: la Culture War estadounidense en versión global. Las líneas de fractura de este conflicto no coinciden con las de Oriente contra Occidente, ni ricos contra pobres, ni siquiera sociedades más contra menos religiosas (las de Filipinas y Brasil son religiosas y tolerantes; las de China y Rusia exactamente lo contrario), y se dirimen en el seno de las sociedades, no entre naciones. Es un conflicto entre los que están empeñados en cerrar sus sociedades para controlarlas más estrictamente y los partidarios de la diversidad y, sobre todo, la igualdad entre personas.

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