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Columna
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La paz es un proceso

El presidente Santos quiere poner la primera piedra de una nueva Colombia

El presidente colombiano Juan Manuel Santos visitó Madrid la semana pasada donde fue el invitado principal de un encuentro organizado por EL PAÍS para presentar a Colombia como el paraíso del inversionista, y, como garantía de que el país está preparado para ello, mostrarse optimista sobre el proceso de paz de La Habana. Santos, que no reveló nada que no supiera la opinión colombiana, estuvo, sin embargo, ante el público español elocuente, directo y hasta simpático.

El presidente utilizó en sus intervenciones algunos términos-fuerza: Colombia ha vivido “atravesada por una flecha venenosa”, que ha sido el conflicto, al que por fin es posible poner fin porque está frenando el desarrollo económico del país; en sus “52 años de vida” el propio Santos no “había conocido ni un solo día de paz”; y, como quien entra a matar, abordó el meollo de la cuestión preguntándose retóricamente: ¿cuánta Justicia es compatible con la paz?; ¿dónde trazar la divisoria entre lo que en Colombia se llama ‘justicia transicional’, y en medios no implicados, simplemente ‘impunidad’ para los asesinos de las FARC, y una verdadera pacificación nacional? Porque nadie ignora que, aunque Bogotá repite incesantemente que todos los criminales pagarán sus culpas, la guerrilla jamás firmará una paz que envíe a uno solo de ellos a prisión, y ni siquiera implique una condena judicial en suspenso.

Durante la mayor parte del acto ni el presidente ni ninguno de los participantes había pronunciado el nombre del convidado de piedra que pretende desbaratar todo el proceso; nadie había dicho: ‘este Uribe es mío’, en referencia al expresidente que hoy es el gran debelador de Santos, el que le disputará directamente el terreno en las legislativas de marzo, y le opondrá en las presidenciales de mayo a un candidato de su propia hechura, pero no tanto a su imagen y semejanza, por lo que parece que habrá de temer más para su reelección a terceros candidatos. Únicamente al término de la sesión matinal el presidente afirmó risueño que si era posible la reconciliación con las FARC, ¿cómo no iba a serlo con Álvaro Uribe? E igual de esquivo y sonriente se mostró cuando, en privado, se le preguntó por el artículo de Daniel Samper Pizano, publicado la semana pasada en El Tiempo, donde vinculaba la reciente destitución del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, con un plan para desestabilizar el proceso de paz, tras del que, afirmaba el periodista hispano-colombiano, se hallaba la mano del expresidente.

Un ministro de Felipe IV, en el ‘maldito’ siglo XVII, dijo que la “Monarquía tenía tantas grietas que amenazaban con chuparse todo”. Era la decadencia de un imperio, mientras que, contrariamente, el presidente colombiano, aunque son muchas también las grietas a las que ha de atender, quiere poner hoy la primera piedra de una nueva Colombia. Por eso el país podría sentirse entre el principio del fin y el fin del principio.

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