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La izquierda exguerrillera busca retener el poder en El Salvador

Tras cinco años gobernando sin cambios de raíz, el FMLN aspira a renovar su mandato en un país trabado por la violencia y la desigualdad

Pablo de Llano Neira
Una mujer cruza un puente con propagada del candidato de Arena
Una mujer cruza un puente con propagada del candidato de Arena Inti Ocon (AFP)

Atormentado por la violencia entre pandillas y con la economía estancada, El Salvador celebra este domingo sus quintas elecciones desde que en 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz que cerraron la guerra civil. La antigua izquierda guerrillera convertida en partido político, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, ganó por primera vez en 2009 y ahora busca prolongar otros cinco años su estancia en el poder.

Su competidor es el partido tradicional de la derecha, Arena, que ganó las tres primeras elecciones posteriores a la guerra y perdió por primera vez en la última. Los sondeos indican que el Frente es favorito pero se prevé que no haya una mayoría suficiente y que las elecciones se resuelvan en marzo en una segunda vuelta.

La contienda entre Arena y el FMLN reproduce de nuevo la polarización de la política salvadoreña entre la derecha y la izquierda, un antagonismo heredado de la guerra de los años ochenta (la guerrilla contra la dupla Ejército-oligarquía) y que se remonta históricamente al problema que ha lastrado el desarrollo de este pequeño estado de Centroamérica de seis millones de habitantes: la inequidad originaria entre una élite criolla y las masas campesinas.

Tanto la izquierda como la derecha han usado en su campaña una retórica de enfrentamiento rudimentaria. El Frente presenta a Arena como un cenáculo de empresarios poderosos que quiere apropiarse de las riquezas de El Salvador. La derecha presenta al Frente como una amenaza de socialismo totalitario. En la prensa conservadora se pueden leer referencias a elementos tan extemporáneos como Mao, Lenin o Stalin.

El 34,5% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y un 60% de las viviencias tienen carencias básicas, según la ONU

Lejos de haberse resuelto el problema base de la desigualdad –un 34,5% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, y según Naciones Unidas un 60% de las viviendas tienen carencias básicas–, la coyuntura real de El Salvador es más matizada de lo que da a entender la batalla simbólica de los partidos.

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La izquierda ya no es revolucionaria –ocupa el poder sin hacer transformaciones notables– y la derecha ya no es un monocultivo de intereses reaccionarios, como demuestra el hecho de que en estas elecciones a Arena se le ha desgajado un sector que ha formado un nuevo partido ­–Unidad– que se presenta como una alternativa moderna de centroderecha.

El Frente, que en 2009 ganó con un candidato moderado y ajeno a la historia de la guerrilla, Mauricio Funes, presenta esta vez a un excomandante revolucionario: Salvador Sánchez Cerén, de 67 años y vicepresidente del gobierno de Funes.

Desde la derecha se lanza la idea de que Sánchez Cerén es un hombre de la vieja línea socialista que radicalizará las políticas de izquierda si gana. Funes, en una entrevista con EL PAÍS la semana pasada, afirmaba que el FMLN es “un equipo pragmático” adaptado a los nuevos tiempos y que no existe posibilidad de un giro radical.

Estos cinco años el gobierno del Frente ha practicado una política de centroizquierda con acento en los programas sociales. En economía no ha sido rupturista. Según William Pleitez, coordinador del Informe sobre Desarrollo Humano en El Salvador de 2013, la administración de Funes “ha continuado el modelo económico seguido en los últimos años, que calificamos de inmoral”.

El funcionario de la ONU afirma que el gobierno de izquierdas ha hecho lo mismo que los anteriores gobiernos: según su explicación, aprovechar las remesas de los emigrantes para alimentar una política poco productiva de consumo interno e importaciones en detrimento de un desarrollo socioeconómico global a medio plazo.

Su enfoque social lo califica de “asistencialista” y señala que no es una novedad, sino un modelo “compensatorio” de las desigualdades (de efecto limitado a “grupos en circunstancias críticas”) que en menor medida ya habían desarrollado los anteriores gobiernos de la derecha.

La política social más relevante del Frente ha sido la entrega de material escolar, uniformes y zapatos a niños pobres. Funes defiende que estos programas no son parches focalizados sino medidas apremiantes dentro de una estrategia de transformación de los sectores pobres en clase media. “Es la experiencia de Lula en Brasil”, dice.

Arena ha propuesto en campaña más crecimiento económico y seguridad. Su candidato, Norman Quijano, rodó un anuncio polémico en el que mira fijo a la cámara y dice con cara de duro que él sabe “lo que hay que hacer” con las pandillas. El mensaje de la derecha es que la mano dura es la única forma de controlar la violencia de las bandas.

Funes responde que esa estrategia es lo que fue alentando durante los gobiernos de la derecha la explosión final de la guerra pandillera. En los primeros tres años de su mandato, El Salvador tuvo índices de 70 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Para la ONU, de diez para arriba se trata de una epidemia homicida.

En los últimos dos años, tras la tregua acordada por líderes pandilleros a cambio de beneficios penitenciarios, la violencia se ha refrenado y el índice medio de homicidios de 2013 ha sido de 39 por 100.000. Funes asegura que su gobierno no negoció la tregua con las bandas sino que solo facilitó la comunicación de los jefes pandilleros con sus bases trasladándolos de prisiones de máxima seguridad a otras con menos restricciones.

La continuidad de la tregua podría romperse si Arena gana y pone en práctica su discurso electoral. Pero tampoco hay garantías de que con el Frente no vuelva a repuntar la violencia hasta el extremo de sus primeros años de gobierno. Según la explicación que daba hace unos días en San Salvador un pandillero líder de barrio, la norma de la tregua es tan poco elaborada como no asesinar a los de las otras pandillas mientras no pisen tu zona.

En caso contrario, dispara: “Vos si el enemigo viene aquí sí lo podés matar, porque ya está en tu territorio”.

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