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Tribuna
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Repliegue identitario

La Francia del rechazo del otro —ya sea inmigrante o europeo, árabe o judío— está tomando forma

En Francia, miles de personas se han manifestado para protestar contra la práctica prohibición del aborto que proyecta el Gobierno español. Al día siguiente, unos manifestantes aún más numerosos invadieron las calles de París para denunciar el “matrimonio para todos”, la mejora de la ley de interrupción del embarazo y las amenazas que, al decir de algunos, pesan sobre la existencia misma de la familia... Francia y España caminan pues en direcciones opuestas. El punto en común es sin duda la influencia de la Iglesia católica: en Madrid, la ejerce sobre un Gobierno afín y en París, sobre los organizadores de las manifestaciones contra un Gobierno al que acusa de querer destruir la familia. Pero mientras que España ha atravesado la crisis, de la que empieza a salir, sin mayores trastornos, se diría que en Francia hay fuerzas empeñadas en que esos trastornos se produzcan.

La señal de alerta se produjo hace una semana cuando desfilaron en París, codo con codo, toda una serie de grupos extremistas congregados bajo eslóganes abiertamente racistas y antisemitas. Como si aquellos que no querían creerlo hubieran necesitado una prueba de la peligrosidad de personajes como el “humorista y polemista” Dieudonné o de la reaparición de ciertos autores a los que los periódicos conceden crédito intelectual cuando solo son propagandistas del odio. Hasta el punto de que algunos observadores han evocado las Ligas facciosas de los años 30 y la jornada del 6 de febrero de 1934, cuando esas ligas intentaron tomar al asalto la Cámara de los diputados. Eran los días de la III República y su sistema parlamentario. Bajo la V República, un régimen semipresidencial, parece lógico que el fuego se concentre contra la piedra angular de las instituciones, a saber, el presidente de la República, cuya dimisión pedían los manifestantes.

En Francia hay múltiples factores que pueden explicar la peligrosidad de tales movimientos. El contexto es, en efecto, el de un país que se vuelve contra sí mismo y cuya ideología dominante no es otra que el catastrofismo y el derrotismo. La Francia del repliegue y el rechazo del otro —ya sea inmigrante o europeo, árabe o judío— está tomando forma. Es la Francia del repliegue identitario, pero también del rechazo del euro. Y en sus extremos, el racismo y el antisemitismo. Esta Francia siempre ha existido. Siempre ha sido minoritaria (salvo durante el régimen de Vichy). Pero hoy, con el pretexto de la crisis, encuentra más canales de expresión. Claro está que la crisis no lo explica todo: estas corrientes extremistas están presentes en toda Europa, incluso en países que no se han visto afectados por el desempleo, como Austria, con un 4% de parados y un 30% de extrema derecha.

Por su parte, la llamada “oposición republicana”, la que aspira a gobernar, que ha reinado durante diez años y dejó el poder hace solo dos, no duda en avivar todas las brasas. Desde la elección de François Hollande se ha instalado en un rechazo radical, afanándose en desacreditar al jefe del Estado y llegando hasta explicar, por boca de uno de sus diputados, que este presidente fue elegido “por defecto”. Pues, para una parte de la derecha, la izquierda siempre es ilegítima y no puede despojarla el poder.

Es cierto que este radicalismo ha sido alimentado por el propio Gobierno. Más allá de las torpezas y el amateurismo de una parte del Ejecutivo, el descontento de los franceses nace de la cólera fiscal provocada por la presión impositiva que sufre el país en nombre de una consigna: ajustar la fiscalidad del capital a la del trabajo y hacer pagar a los ricos. Esto, que ya es cosa hecha, no solo ha desanimado a los empresarios, sino que todo el mundo, sobre todo el corazón de las clases medias, se ha visto afectado. Y cuando el presidente cambia de rumbo y anuncia que en adelante el esfuerzo se centrará en la reducción del gasto público, y desea un compromiso histórico con las empresas, bautizado “pacto de responsabilidad”, la derecha republicana, en vez de tomar nota de ello, tiende la mano a aquellos que intentan desplazar la lucha a otro terreno.

El ejemplo más reciente es particularmente concluyente: a partir de los rumores que acusan a las escuelas de querer enseñar una “teoría del género”, se ha organizado una movilización que ha permitido sumar más partidarios a todos aquellos que quieren seguir manifestándose. Es evidente que los portavoces de la oposición que dan crédito a tales manipulaciones juegan con fuego. Pero, más allá de este aspecto político, lo que está en juego es el levantamiento de una parte de la opinión pública contra todo lo que vaya a favor de la igualdad hombre-mujer y, por supuesto, de la homosexualidad. Un terreno en el que coinciden tanto los integristas católicos como los radicales musulmanes.

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El único remedio sería que los republicanos de todo signo tomaran conciencia del peligro y se pusieran de acuerdo, aunque fuera implícitamente, en lo esencial. Por lo demás, la Historia demuestra que la V República, en caso de trastornos serios, está diseñada para proteger una sola institución y a un solo hombre: el presidente de la República.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva

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