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Columna
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Populismo sin réplica

Los principales afectados, los inmigrantes, apenas reaccionan al histerismo por la llegada de extranjeros

La victoria de la iniciativa 'contra la inmigración' en el referéndum del pasado domingo en Suiza es un serio aviso en un año electoral crucial para Europa. Su impulsor, la Unión Democrática de Centro (UDC), es la derecha nacionalista de más éxito en Europa occidental, primer partido helvético desde 1999. Si las encuestas aciertan y no cambia la tendencia, en Reino Unido, Francia, Países Bajos, Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia fuerzas que comparten con UDC la aversión a la integración europea, la multiculturalidad y la inmigración pueden obtener en los próximos meses magníficos resultados. La inmigración extraeuropea y los musulmanes fueron sus dianas preferidas hasta no hace mucho; cuando la crisis económica ha convertido a la mitad de los Estados miembros de la UE en países de emigración, estos partidos reclaman cuotas a la libre circulación de trabajadores, como tendrá Suiza, o restricciones a los beneficios sociales.

La histeria populista se desató ante el fin de las restricciones a rumanos y búlgaros, pero se extiende a toda la inmigración del este y sur de Europa. Pasado el primer mes, no hay rastro de la temida invasión balcánica. Conviene contrastar datos: Rumanía tiene un 7% de paro y el mayor crecimiento de la UE; algunos destinos tienen carencias de mano de obra y apenas paro (3,5%, Suiza,; 4,9%, Austria,; 5,1%, Alemania); el número de comunitarios en Reino Unido (2,3 millones) es prácticamente igual al de británicos en otros países de la UE (2,2 millones); otros países receptores, como Alemania, Francia e Italia, son también grandes emisores (por ejemplo, a Suiza).

Preocupa el exiguo precio electoral a pagar por el discurso anti-inmigración. Muchos compatriotas de los nacional-populistas están dispuestos a concederles el beneficio de la duda para castigar a los partidos tradicionales. Y, a diferencia de Estados Unidos, los principales afectados, los propios inmigrantes, apenas reaccionan. Las segundas (y posteriores) generaciones de inmigrantes con derecho a voto representan una parte sustancial del electorado en muchos países (en Reino Unido el voto étnico, mayormente vinculado a la inmigración más o menos reciente, alcanza el 11% del censo), pero suelen estar entre los grupos más abstencionistas. Los comunitarios pueden registrarse y votar en municipales y europeas, pero hasta ahora no han hecho valer su peso numérico ni los grupos más asentados - como polacos, italianos o rumanos - ni los que emigraron recientemente de países devastados por la crisis y el mal gobierno como Hungría, Grecia o España. La mayoría están más centrados en criticar al sistema que dejaron atrás que en defender sus derechos en sus países de acogida. Por eso atacar a la inmigración sale, en buena medida, gratis. Vienen unas elecciones europeas cuya campaña estará marcada por ataques insultantes. Es probable que millones de personas concernidas directamente dejen perder su derecho a replicarles con su voto. Sería una lástima porque, como pasó en Suiza el pasado domingo, los partidarios de cerrarse a Europa no dejarán de acudir a la cita.

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