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Renzi, el zarpazo de la ambición

El alcalde de Florencia ha pilotado una peligrosa estrategia para hacerse con el poder tras acorralar a un presidente de Gobierno ya amortizado

Matteo Renzi, en diciembre pasado.
Matteo Renzi, en diciembre pasado. GIORGIO PEROTTINO (REUTERS)

No hay que irse muy lejos. Hace solo 15 días, la distribución de papeles parecía perfecta. Enrico Letta, un hombre serio tirando a aburrido, más europeo que italiano, daba un barniz de estabilidad al Gobierno mientras su alter ego, Matteo Renzi, atrevido y brillante, tan políticamente italiano que a ratos recuerda a un tal Berlusconi, se fogueaba en Roma metiéndose en las fauces del caimán y arañándole un acuerdo electoral.

Si la peligrosa estrategia le salía bien —y tenía pinta de que iba por el buen camino—, el futuro estaba cantando. Dentro de unos meses, Letta cumpliría su sueño de ostentar la presidencia de turno de la Unión Europea —el segundo semestre de 2014— e Italia estaría dispuesta para ir a unas elecciones con una flamante ley electoral, un Senado demediado para evitar la ingobernabilidad, Silvio Berlusconi inhabilitado, el centroderecha a la gresca y el Partido Democrático (PD) presumiendo de su nuevo líder, Matteo Renzi, de 39 años, recién llegado en tren de alta velocidad desde Florencia para dirigir una nueva Italia.

Sonaba tan bien que no podía ser verdad. Sin que se produjera un momento de inflexión concreto, al ambicioso Renzi — “hay que tener una ambición desmesurada, desde mí hasta el último inscrito en el PD”, reconoció este jueves— empezaron a hacérsele los dedos huéspedes.

¿Y si, por esperar, el destino se torcía? No solo había conseguido mandar al desguace a los viejos dirigentes del PD —Pier Luigi Bersani, Massimo D’Alema, Gianni Cuperlo—, sino que acababa de perpetrar con éxito el sacrilegio de invitar a café en la sede del PD a Silvio Berlusconi, quien, por cierto, estuvo acompañado de Gianni Letta, su hombre de confianza y, a la sazón, tío del hasta ahora primer ministro.

Vendió su triunfo con una frase redonda: “Quiero pactar las reformas con Berlusconi para no tener que gobernar con Berlusconi”. De modo que, borracho de éxito, Renzi fue haciendo cada vez más directas sus críticas a Letta. Ya no se trataba de irónicos, aunque no menos dolorosos, pellizcos de monja, sino de críticas explícitas a la totalidad: “Este gobierno no va. El país no puede esperar…”.

Al coro de la impaciencia no solo se unieron los sindicatos y los empresarios, sino también algunos de los colaboradores de Letta que vieron más rentable a medio y largo plazo acercarse al ascua de Renzi.

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El desenlace no hace falta contarlo. Al final de la pasada semana, Letta olía ya a político amortizado. La presión de Renzi sobre Letta, que sitúa de nuevo a Italia en el precipicio de la inestabilidad justo cuando se vislumbra la recuperación económica, se hizo asfixiante y tanto uno como otro subieron al palacio del Quirinal para consultar con Napolitano.

Al parecer, el viejo estadista, muñidor de la caída de Berlusconi y de los nombramientos de Mario Monti y Enrico Letta, decidió en esta ocasión lavarse las manos. Dejó el peso de la responsabilidad en la dirección del PD para que solventara sus disputas familiares, dejando claro, eso sí, que de los tres posibles caminos -reforma del Gobierno, relevo de Renzi por Letta o elecciones anticipadas--, el último era "un disparate", por cuanto la actual ley electoral es anticonstitucional y además no garantizaría un vencedor claro. De tal modo que, solo 10 meses después, el espectáculo vuelve a comenzar.

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