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El misterioso tiroteo del joven aparentemente normal

Un chico de 19 años tenía munición y explosivos para cometer una auténtica matanza en un centro comercial a las afueras de Washington, pero optó por matar a dos personas que supuestamente no conocía

Policías en los alrededores del centro comercial.
Policías en los alrededores del centro comercial.JIM WATSON (AFP)

La pregunta es tristemente recurrente en Estados Unidos. ¿Por qué un chico aparentemente normal decide un día perpetrar un tiroteo en un lugar público? El último ejemplo trágico es el de Darion Marcus Aguilar, un joven de 19 años, que un sábado de finales de enero mató a dos personas en un centro comercial a las afueras de Washington y después se suicidó. Pero el de Aguilar no es un caso cualquiera al estar envuelto de demasiadas incógnitas: disponía de munición y explosivos de fabricación casera para cometer una matanza indiscriminada, pero atacó únicamente a dos empleados de una tienda -un hombre y una mujer de 25 y 21 años, respectivamente- y la policía no ha hallado ninguna conexión entre los tres.

“Tampoco se ha encontrado ningún motivo”, explica una portavoz de la policía del condado de Howard en una respuesta por correo electrónico. El centro comercial de Columbia se encuentra a 45 minutos en coche de Washington. Y a 30 minutos de la casa en la que vivía Aguilar con su madre en College Park, a las afueras de la capital federal, en un tranquilo barrio humilde de casas bajas de chapa o ladrillo con jardín, ubicado junto a la típica carretera principal del extrarradio de las grandes ciudades de Estados Unidos, con establecimientos comerciales y gasolineras a ambos lados. En el mismo barrio vivía la chica a la que disparó Aguilar, lo que despertó muchas especulaciones sobre si se trató de un ajuste de cuentas, pero las autoridades policiales insisten en que no se ha establecido “ninguna conexión” entre ellos ni con el otro fallecido.

Tres semanas después del fatídico episodio, que lo situó durante unos días en el epicentro informativo, en el barrio el recuerdo del tiroteo sigue muy vivo, aunque entre los vecinos consultados hay bastante indiferencia por lo sucedido y ninguno dice conocer ni al autor ni a sus víctimas. “Aquí cada uno hace su vida y se sabe muy poco de lo que hace la gente y cómo es”, afirma a las puertas de su casa un hombre de mediana edad con pocas ganas de hablar.

Aguilar terminó en junio sus estudios en el James Hubert Blake High School en Silver Spring, a las afueras de Washington, y pese a ser aceptado en una universidad cercana nunca llegó a matricularse. En septiembre empezó a trabajar en un pequeño establecimiento de Dunkin' Donuts, ubicado a escasos minutos en coche de su casa, y unas semanas antes del ataque había sido ascendido de puesto. En un domingo reciente a las dos jóvenes trabajadoras que atendían a los clientes en el establecimiento se les torció el rostro cuando se les preguntó por el joven de 19 años. Declinaron hacer ningún comentario y se remitieron al departamento de comunicación de Dunkin' Donuts.

El sábado 25 de enero en el que iba terminar su corta vida Aguilar tenía que ir a primera hora de la mañana a su puesto de trabajo pero no lo hizo. Según la investigación policial, unos kilómetros al norte de su casa tomó un taxi hacia el centro comercial cargado con una mochila en la que llevaba varios explosivos caseros y una pistola de largo calibre, que compró junto a un amigo por 430 dólares a mediados de diciembre. “Pidió algo que pudiera usar para defender su casa. Una plataforma con la que pudiera empezar e ir creciendo. Hizo buenas preguntas”, rememoró tras el tiroteo el copropietario de la tienda de armamento que autorizó la venta.

El joven llegó al centro comercial a las 10.15 de la mañana, al poco de su apertura, y estuvo cerca de una hora merodeando por la zona de puestos de comida en la planta baja hasta que a las 11.15 subió las escaleras automáticas y se dirigió a Zumiez, la tienda de monopatines y ropa en que iba a perpetrar su ataque. Tras entrar al local se dirigió al probador, permaneció unos pocos segundos, y acto seguido salió y descerrajó varios tiros a los dos trabajadores del comercio para poco después apuntarse hacia él mismo. Al margen de las dos víctimas, en el establecimiento había un cliente que resultó completamente ileso. La policía encontró en el probador la mochila de Aguilar con más munición y los mencionados explosivos. Por qué no disparó de forma indiscriminada contra otros transeúntes en el complejo, ni detonó los artefactos son incógnitas que seguramente nunca se esclarecerán. Por qué atacó a dos personas concretas que aparentemente desconocía, también es un misterio. Se especula si durante la hora en la que estuvo paseando en la planta baja antes de dirigirse a Zumiez pudo cambiar de opinión y rebajar sus planes iniciales. Tampoco se sabrá jamás.

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El asesino no tenía antecedentes criminales ni había recibido asistencia psicológica. “Darion era un buen chico, tranquilo y normal”, declaró a la cadena ABC tras el tiroteo su madre, que denunció al mediodía su desaparición a la policía al no presentarse en su puesto en la cadena de rosquillas. “Nunca tuvo un arma, no estaba interesado. Simplemente no sé qué sucedió”. Las reacciones de profunda sorpresa y de estupor por los motivos se repitieron entre la mayoría de excompañeros de escuela de Aguilar, que lo describieron como un chico tímido, que leía libros sobre el sentido de la vida y decía preferir viajar por el mundo en lugar de estudiar en la universidad.

Sin embargo, uno de sus colegas de clase aseguró que “siempre estuvo un poco loco” y la policía determinó que era muy consciente de lo que iba a hacer. Las autoridades hallaron en su habitación en su casa de College Park un diario en el que expresaba su “insatisfacción general” con la vida, pedía disculpas a su familia por lo que iba a suceder y hacía menciones a matar a gente aunque de forma genérica.

Según Joel Dvoskin, expresidente de la Sociedad Psicológica Legal Americana y profesor en la Universidad de Arizona, no existe un “prototipo” de asesino de masas, por lo que alerta de la dificultad de predecir ataques y limitar la venta de armas a un colectivo concreto. Aún así, subraya que la prevención puede ser clave, sobre todo en aquellos casos en que los asesinos hacen algún tipo de amenaza previa. Pese a tratarse de un perfil muy heterogéneo, sí que hay cierta coincidencia en el modus operandi: la mayoría optan por suicidarse o provocar que la policía los dispare conscientes de que su muerte les hará “instantáneamente famosos”, pues los tiroteos reciben mucha atención mediática. El aparentemente normal Darion Marcus Aguilar siguió este camino, pero los motivos y las verdaderas intenciones de su asalto al centro comercial son un enorme misterio por resolver.

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