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China refuerza la seguridad tras el ataque a cuchilladas en el sur del país

El atentado extiende la violencia que sufre periódicamente Xinjiang a otras provincias

Un agente de las fuerzas especiales de seguridad monta guardia junto a la estación ferroviaria de Pekín, ayer.
Un agente de las fuerzas especiales de seguridad monta guardia junto a la estación ferroviaria de Pekín, ayer.L. Zhang (Getty)

Los días previos a la celebración de la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional china se produce siempre un incremento de la presencia policial y las medidas de seguridad en muchas partes del país. El cónclave -que dura unas dos semanas- comienza este miércoles, pero este año las medidas de vigilancia han sido redobladas, debido al ataque llevado a cabo el sábado por la noche por una decena de personas armadas con cuchillos en la estación de tren de Kunming (capital de la provincia de Yunnan), en el que murieron 29 personas más cuatro de los asaltantes. Las autoridades aseguran que se trató de “un ataque terrorista llevado a cabo por fuerzas separatistas de Xinjiang”, región autónoma del oeste de China, hogar de la minoría musulmana uigur. Más de 130 personas resultaron heridas.

Víctimas del atentado afirman que vieron a personas vestidas de negro que acuchillaban de forma indiscriminada a la gente en la entrada de la estación y cerca de las ventanillas de venta de billetes. Mientras muchos viajeros corrían a esconderse, los cuerpos de las víctimas quedaron tendidos en el suelo en charcos de sangre. El ataque duró una media hora. La policía abatió con disparos a cuatro de los asaltantes y detuvo a un quinto (una mujer). Los otros huyeron, aunque la policía ha asegurado este lunes que ha capturado a tres sospechosos. “Mucha gente estaba llorando y parecía como si hubieran recibido cortes. Estábamos aterrorizados”, ha contado la dueña de una tienda sobre las personas que se refugiaron en su local a la agencia France Presse. “Todo el mundo en Kunming sigue conmocionado”.

Dos días después del incidente, la policía -tanto de uniforme como de civil- mantiene una importante presencia en las calles y la estación de Kunming, aunque la sala de espera que estuvo cerrada el domingo ha vuelto a abrir. Algunas personas han depositado ofrendas de flores en el lugar donde fueron encendidas velas el domingo por la noche en recuerdo de las víctimas. La estación ferroviaria de Kunming es una de las más grandes del suroeste de China. Yunnan es una de las provincias más turísticas del país. También ha sido reforzada la seguridad en el aeropuerto y los colegios de Kunming y han sido incrementadas las medidas de vigilancia en terminales de transporte por toda China.

El atentado ha provocado conmoción y rabia, pero también temor entre muchos chinos, a quienes los brotes de violencia étnica y ataques armados –normalmente con cuchillos o bombas de fabricación casera- que se producen periódicamente en Xinjiang han pillado lejos hasta ahora. Los habían visto como algo lejano, pero, tras el atentado en Kunming, se ha despertado un sentimiento de inseguridad, alimentado por la efervescencia que ha producido en las redes sociales.

El incidente también ha generado gran preocupación en el Gobierno, como prueba que el máximo responsable de seguridad interna de China y miembro del Politburó, Meng Jianzhu, viajara con urgencia el domingo a Kunming para supervisar la investigación y visitar a los afectados. Meng prometió “los máximos esfuerzos” para “castigar con dureza a los terroristas de acuerdo con la ley”, según la agencia oficial Xinhua, que en un artículo de opinión ha llamado al ataque 11S y “grave crimen contra la humanidad”.

Algunos expertos creen que el atentado tiene una gran carga simbólica, ya que prueba que ha existido una organización capaz de golpear lejos de Xinjiang, y, además, lo ha hecho contra civiles fuera de la región autónoma, cosa poco frecuente hasta ahora. Solo había ocurrido una vez antes, y a mucha menor escala, aunque también supuso un gran choque para el Gobierno. En octubre pasado, tres miembros de una misma familia de Xinjiang estrellaron el coche en el que iban contra una multitud de turistas en la plaza Tiananmen, en Pekín, y lo incendiaron, según aseguró la policía. Mataron a dos personas. Los tres atacantes suicidas –que Pekín calificó de militantes de Xinjiang- fallecieron. Igual que en esta ocasión, las autoridades calificaron lo sucedido de “ataque terrorista violento premeditado y organizado”.

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El pasado 14 de febrero, la policía mató a ocho “terroristas” y otros tres resultaron muertos debido a los dispositivos que pensaban utilizar como bombas suicidas durante un ataque en el condado de Wushi, en la prefectura de Aksu, en Xinjiang. En junio del año pasado, 27 personas fallecieron como consecuencia de los asaltos de bandas armadas con cuchillos a una estación de policía, un edificio gubernamental y el lugar de unas obras en la prefectura de Turpan, unos 200 kilómetros al sureste de Urumqi (capital de Xinjiang).

El incidente más grave de los últimos años ocurrió en 2009, cuando turbas de uigures se echaron a la calle en Urumqi y acuchillaron a miembros de la etnia han -la mayoritaria en China- de forma indiscriminada. Días después, muchedumbres de han armados con palos fueron a por los uigures. Casi 200 personas murieron, la inmensa mayoría han.

Pekín asegura que la violencia en Xinjiang es causada por grupos terroristas que buscan la independencia, incluido el Movimiento del Turkestán Oriental, basado en el extranjero. Pero no está claro hasta qué punto este movimiento es fuerte y tiene conexión con el terrorismo internacional. Algunos expertos dicen que el Gobierno chino exagera la amenaza para justificar el duro control que ejerce en Xinjiang, donde muchos uigures sienten un gran resentimiento por lo que consideran represión de su religión y su cultura y discriminación por parte de los han, que controlan la vida política y económica de esta región rica en recursos gasísticos, petroleros y minerales.

Las autoridades ejercen un estricto control sobre quienes viajan a Xinjiang, en particular los periodistas extranjeros, por lo que es prácticamente imposible para la prensa internacional informar desde esta región sobre el terreno y verificar hasta qué punto existe radicalismo islamista o ansias separatistas.

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